miércoles, 28 de abril de 2010

Cielos Negros

Bajo las intermitentes farolas de aquella barriada de los suburbios, la mujer caminaba resuelta, con la cabeza erguida, como si las decenas de pequeños ojos que la observaban en cada esquina no enturbiaran su calma en absoluto.

Sus tacones resonaban en el asfalto, haciendo eco en las aparentemente desiertas calles de los suburbios. El pelo rubio dorado que caía como una cascada por su espalda ondeaba como un velo de oro en torno a sus hombros, otorgándole un aura divina que los niños de la calle no podían dejar de mirar. Y ella se daba cuenta.

Se paró al llegar al centro de una plaza de aspecto descuidado, frente a unas destartaladas instalaciones que en su día parecían haber sido bibliotecas y aulas propiedad del ayuntamiento. Ahora, con puertas carcomidas y ventanas rotas, huebiese parecido abandonado de no ser por el cartel pintado con témperas que, colgado de un clavo oxidado en la parte central del arco de entrada, rezaba con letra infantil: "La Comunidad".

Subió los cascados escalones se un salto y abrió los portones de golpe. Ignorando las miradas del grupo de niños que se congregaban en el interior del edificio, avanzó por los anchos pasillos hasta llegar a unas escaleras medio escondidas al otro lado del pabellón.

Buscaba algo en concreto. Algo que le había sido arrebatado y que estaba dispuesta a recuperar.

Llegó al final de los escalones en menos de un minuto, donde otro enorme pasillo se extendía en ambas direcciones. Dos chiquillos la esperaban cruzados de brazos en el rellano, la chica, pelirroja, vestida con ropa vieja y gastada, y cuya expresión reconoció al instante.

- ¿Que buscas?.- Preguntó secamente la niña mientras se quitaba el pelo de la cara.
- Viene a llevarse a Aurea.- Respondió el otro por ella.
- ¿Quien es?.- Su comportamiento seguía siendo brusco, pero aquella vez, Alba se dirigió directamente a su compañero.
- Su madre.