sábado, 3 de septiembre de 2011

El coleccionista de sueños

Iker

La pluma desgarraba el papel como si de una afilada daga se tratase. Aún incluso después de levantarla del cuaderno, podía ver las finas líneas de tinta terminando de secarse bajo el cálido sol de mediodía.

Le gustaba escribir con aquella estilográfica. Se sentía más inspirado cuando la usaba, como si le diese suerte o las musas se agolparan a su alrededor solo por el mero hecho de escribir a la vieja usanza.

Con una sonrisa pintada en el rostro, Iker dejaba volar su imaginación intentando crear una historia, una vida de ensueño que tomara forma poco a poco a medida que su diestra plasmaba palabras sobre el papel. Tapó la estilográfica y levantó la hoja a la altura de sus ojos, leyendo con detenimiento su trabajo de toda la mañana.

Un suspiro escapó de sus labios en el mismo instante en que pasó de la primera frase. No tenía fuerza. Ni gancho. Ni siquiera expresaba exactamente lo que él quería decir. Quedaba horrible.

Con un gruñido malhumorado, Iker arrancó la página del cuaderno y la arrugó entre las manos hasta formar una minúscula y compacta bola de papel. Mirándola con detenimiento y nostalgia, la lanzó al aire un par de veces para tantear el peso, y sin relajar los músculos de la mandíbula, empleó toda su fuerza para tirar el fragmento de historia los más lejos que el viento le permitió llegar.

Por primera vez en horas, el muchacho contempló el hermoso paisaje que le rodeaba, encerrado en su pequeño jardín de hierba artificial junto a la mesa de madera de cedro que utilizaba para escribir sus cuentos y el enorme aliso que se alzaba justo en el este de la valla, tapando la salida de sol. Era su pequeño rincón, su nido de inspiración. Pero en aquel momento no le servía de ninguna ayuda.

Con las manos entrelazadas detrás de la nuca, el joven alzó los ojos al cielo, buscando entre las nubes el dibujo de algún sueño perdido que poder rescatar y plasmar en un cuento. Se sentó en el césped, a la sombra de su árbol, pensando en los cientos de fábulas que tenía por terminar.

“La puesta de sol estaba teñida de añil, con matices violetas a la altura del horizonte.

A su alrededor, cada objeto, cada imagen, llevaba flotando tras de sí la descripción perfecta, como un espejo de palabras que reflejaba su esencia con total claridad. Pero Iker era incapaz de leerlo.

Las frases se veían borrosas, como si estuviese mirando a través de una gasa de fino lino, o de una cortina de humo reticente a dejarlo pasar. Y al fondo, entre las ramas danzantes de los arbustos que rodeaban su fantasía, la ilusión mas hermosa que había visto nunca, con forma de musa que escapaba entre los callejones de su mundo inventado.

El joven trató de perseguirla, pero sus pies estaban anclados en el suelo, sus piernas, rebeldes, no le obedecían. Con la garganta seca, observaba como la figura envuelta en amplias túnicas, ya fuera de su alcance, desaparecía entre los destellos del ocaso.

Tras él escuchó un estruendo. Apenas le dio tiempo a volver la cabeza cuando una voz, cuyo sonido flotaba en el aire como niebla plateada, le llamó por su nombre, provocándole escalofríos que le recorrieron toda la espalda. El hombre, encapuchado y con el rostro envuelto en sombras, le tendía una mano huesuda a través del velo de la realidad.

- Yo puedo ayudarte, Iker…- El desconocido de su sueño le inspiraba confianza. No sabía quien era, ni como era posible que un extraño apareciese en su subconsciente con tanta facilidad, pero, en realidad, sabía que solo era eso, un sueño.- La perfección es una meta imposible, muchacho. Yo puedo ayudarte a dejarlo ir… Solo te pediré a cambio un simple sueño.

El joven se mordió el labio inferior, pensativo. Si tan solo pudiera encontrar la manera de no tirar a la basura cada retazo de los relatos que escribía… ¿Qué era un sueño a cambio de aquello?

La delgada mano del anciano se hallaba ya a pocos centímetros de él. No sabía cómo ni en qué momento se había acercado tanto, pero lo veía con tanta claridad como se veía a sí mismo. Y sin embargo, sus rasgos seguían ocultos en la oscuridad de su capucha.
Iker sonrió. Sus manos se estrecharon, y en aquel momento, supo que podría conseguir cuanto se propusiese. El trato estaba cerrado.”


Bostezó, y se incorporó desperezándose. Sabía que se había dormido en la hierba, y que había soñado algo importante aunque no recordara absolutamente ningún detalle. Nunca recordaba sus sueños.

A pocos centímetros de donde se encontraba sentado, una arrugada bola de papel se zarandeaba enganchada entre dos ramas rotas que habían caído al suelo. Era la historia que había estado escribiendo al mediodía, aquella que había desechado por no convencerle del todo.

La alisó con esmero y la leyó un par de veces, inclinando la cabeza con ojo crítico. En realidad no estaba tan mal. Con eso serviría.