lunes, 18 de abril de 2011

El sueño de Leena

Esto es lo que pasó. Lo que ocurrió tal como lo recuerdan aquellos que estuvieron presentes y vivieron para contarlo.
Aquellos que sobrevivieron a la furia del Miedo.

A su alrededor, todo eran ruinas.
El cuerpo de su enemigo brillaba, como si en su piel se hubiesen posado millones de luciérnagas que danzaban en la oscuridad.

Dio un paso, sereno. Sus ojos fijos en el arma que el celestial esgrimía con fuerza, en la diestra. Con fuerza, pero sin valor.
La espada temblaba entre sus dedos. No sabía si era miedo, o nerviosismo, o el simple terror que inspiraba su presencia. Tal vez todo ello.

Él, con el torso desnudo, sin defensa, sin escudo alguno aparte de sus propias manos. Y sin embargo, estaba tranquilo.

Sonrió. Parecía esperar su primer movimiento.
Avanzó otro paso. El ángel se puso en tensión. Le miró a los ojos, y notó su inseguridad.
Otro más. Alzó las manos, en señal de rendición, aunque en su expresión revelaba el ansia de lucha que le embargaba.

Un fino colmillo asomó entre sus labios, cuando de un rápido y certero golpe desarmó al aturdido ser divino antes de que este tuviera oportunidad de atacarle.
En el rostro del demonio se dibujó una expresión de arrogancia y victoria. Como una exhalación, su puño derecho se clavó en el pecho de su enemigo, retorciéndole las entrañas.

El ángel no pudo reprimir un aullido de dolor. Entre estertores de muerte, trataba de salvarse de lo inevitable, de desplegar sus inmaculadas alas y huir lejos del cruel destino que le esperaba. Pero él no estaba dispuesto a permitírselo.

El joven apretó el puño en su interior, con la mirada repleta de rabia. Y antes de que la luz de su alma se escapase flotando en la oscuridad de la noche, atisbó una sonrisa cínica, y, sin remordimiento alguno, le arrancó el corazón.

Corazón que se volvió translúcido entre sus dedos, atrapando el último soplo de vida del guerrero divino que tenía frente a él.
Alzó con orgullo la joya, gritando su triunfo a la brisa nocturna. El enorme rubí en que se había transformado aquel órgano robado, refulgió con intensidad bajo los rayos plateados y acusadores de la Madre Luna.

La sangre aún se escurría entre sus dedos, resbalando caliente por su piel cuando, con una sonrisa escalofriante, el demonio ocultó su trofeo entre las ajadas ropas y desapareció.