lunes, 19 de diciembre de 2011

La Magia Escondida

El callejón estaba tan oscuro que ni siquiera los haces de luz de las linternas lograban traspasar las sombras que se arremolinaban en las esquinas. Un farol fundido colgaba de forma precaria de un soporte fijado en el muro de piedra, zarandeado por las ráfagas de viento que formaban remolinos en la estrecha calle sin salida.

El ajado cartel que anunciaba el nombre de la tienda apenas se distinguía a través de la pequeña ventana de cristal opaco que ocupaba el centro de la puerta. El polvo que se acumulaba en las junturas y el color terroso de la vieja lámina de cartón hacían aún más complicada la lectura de las desgastadas letras capitales.

Las risas entrecortadas de dos muchachos hicieron eco en las paredes de ladrillo de la callejuela. Las dos figuras estaban medio escondidas, de cuclillas tras una pila de cajas de cartón a la entrada de la calle. Era obvio que trataban de ocultarse, probablemente de alguien en la principal que estaba pendiente de ellos.

- Ahí es!- La voz infantil hizo eco en el callejón.

Una muchacha de apenas 12 años se adentró en el oscuro pasillo, mirando nervios por encima del hombro como ocultándose de un posible perseguidor. La melena castaña y lisa, cortada en diagonal desde la nuca, le cayó rebelde sobre los ojos cuando se agachó para ocultarse de los caminantes que aún quedaban en la calle principal.

Tras ella, un joven de su edad, de cabellos revoltosos y ojos traviesos, la empujó suavemente obligándola a caminar.

- Vamos Adhara.- Susurraba inquieto.- Entra.

La niña asintió. Como imitando alguna película de agentes secretos en la que el héroe debe derrotar a su enemigo de la forma más discreta posible, la chiquilla se enderezó y pegó la espalda a la pared de ladrillos. Giró la cabeza hacia su amigo con una sonrisa, y poco a poco, comenzó a avanzar en dirección a la destartalada entrada de aspecto siniestro que decoraba el centro del callejón.

La campanilla que colgaba del techo tintineó ruidosamente cuando los dos niños entraron en la tienda. Se miraron nerviosos, con una mezcla de miedo y emoción tintada en los ojos almizclados de ambos.
Era un cuarto pequeño y oscuro. La luz de la minúscula lámpara colgada en la callejuela apenas iluminaba el rellano de la tienda, estrecho y repleto de estanterías y armarios llenos de los más extravagantes objetos.

- Te esperaba, muchachita.- Una voz grave y ronca resonó en la parte trasera de la habitación.

Adhara dio un respingo, y sus dedos se cerraron como garras en torno al brazo de su compañero.
A su alrededor se dispensaban infinidad de libros de aspecto antiguo y pequeñas botellas de vidrio multicolor guardando en su interior algún líquido que no llegaba a identificar con exactitud.

- A…A mi?.- Preguntó la niña confusa, temerosa de dar un paso más.

Tenía la puerta a su espalda, donde su amigo aun la mantenía abierta. Era difícil decidir cuál de los dos estaba más asustado. Pero aquello era lo que habían estado buscando, la pequeña tienda de magia que aparecía y desaparecía a su antojo, nunca dos noches en el mismo lugar. Les había costado dar con ella.

No, no saldría corriendo. No después de haber logrado entrar, no después de todo el trabajo que les había llevado dar con ella.
Aspiró hondo y dio un paso al frente, internándose en la oscuridad penetrante de la habitación.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Eyden

En el fondo, era inevitable que se diese cuenta.
Ante todo, él la había creado, y no podía negar el vínculo que le unía a ella. Aunque lo hubiese intentado durante siglos.

Cuando Lillith se sumió el aquel letargo que a duras penas la mantenía con vida, el vampiro había perdido prácticamente toda conexión con ella. La sangre que circulaba por sus venas se había ralentizado tanto durante aquellos años que incluso, durante unos instantes, por su mente pasaron los más terribles pensamientos.

Por eso se acercaba de vez en cuando a la enorme casona victoriana, solo, se trataba de convencer, para asegurarse de que se encontraba bien. Y siempre estaba allí, dormida, en la misma posición que el primer día.

Pero entonces algo cambió en su sueño. Trataba de despertarse, y Eyden lo notaba. El vínculo que le unía a ella volvía a hacerse fuerte, insistente, empujándole hacia la muchacha que yacía tras las paredes falsas de su antigua mansión. Durante el trance que le había provocado el súbito despertar de Lillith, el joven había repasado mentalmente todos y cada uno de los problemas con los que podría encontrarse una vez saliera de su refugio.

Al contrario que él, la pequeña vampiresa no había conocido el comienzo de la tecnología, la evolución de los humanos tras la época que le había correspondido vivir. No conocía los logros de la civilización, ni tampoco los nuevos peligros que el mundo guardaba para ella. La preocupación le inducía a volver con su protegida más aún si cabe que la propia sangre que compartían.

La luna llena iluminaba la noche con un resplandor plateado, incidiendo con sus rayos en el punto exacto donde debía de encontrarse la antigua casona de la familia de Lillith. Eyden trataba de discernir la enorme silueta del edificio desde el cielo, entrecerraba los ojos intentando vislumbrar aunque fuese una pequeña sombra de lo que sabía que se encontraba allí. Pero ni siquiera su vista privilegiada le proporcionaba la más mínima pista.

Un rayo centelleó a lo lejos, advirtiéndole de la tormenta que se avecinaba. Pero ni la lluvia ni los truenos que amenazaban con reventarle los tímpanos eran lo suficientemente fuertes para aplacar sus ansias de ver a la pequeña Lillith. Su objetivo estaba demasiado cerca para que siquiera pensase en darse por vencido.

Y la culpa. El remordimiento. La responsabilidad de haberla convertido en lo que era, aunque fuera la única forma de salvar su vida. Sin su sangre, Lillith estaría muerta. Pero en cierto modo, lo estaba. Era cierto que aun caminaba, se alimentaba, dormía y despertaba. Pero su corazón ya no latía y ella ya no respiraba. Y aquello, en cierto modo, era culpa suya.

Llevaba siglos preguntándose a si mismo cual era la razón que le había llevado a hacer lo que hizo aquella noche maldita. Transformarla en un monstruo sin alma, arrebatarle el rubor de sus mejillas y el calor de su cuerpo a cambio de una eternidad de oscuridad que incluso el, habitante de la noche desde hacía tanto tiempo, aun aborrecía.

Aquella decisión, producto de un momento de debilidad, le atormentaba cada instante desde su partida. Se había marchado de su lado porque no podía soportar lo que había hecho, su egoísmo al querer conservarla a pesar de las terribles consecuencias que tendría su acción desesperada. Solucionar un acto egoísta con otro aún más cruel.

Un trueno resonó en el cielo a su alrededor, y el rayo que le acompañaba se descargó con furia contra las ramas de un árbol demasiado alto para su propio bien. El olor de la madera quemada penetró en sus fosas nasales sin previo aviso, recordándole el dolor de su propia piel quemada por la luz abrasadora del sol.

Por primera vez desde que salió de su hogar, a kilómetros de allí, Eyden dudó. No sabía lo que se encontraría una vez llegara a la mansión victoriana donde Lillith se había despertado.
Probablemente le odiaría.

domingo, 30 de octubre de 2011

Adhara

Adhara estaba sentada en un pequeño taburete, demasiado alto para una niña de diez años. Frente a ella, de pie sobre un escritorio de madera color caoba y con la cadera apoyada en un pisapapeles con forma de caballo alado, una muchacha diminuta la observaba en silencio. Tenía una larga melena rizada, negra como el carbón, y unas minúsculas alas nacían del hueco de sus omoplatos, de una oscuridad tan intensa que parecían absorber la luz de la habitación.

La pequeña la miraba con sus ojos castaños desmesuradamente abiertos, como si no pudiera creer lo que estaba viendo en aquel cuarto lleno de libros y objetos extraños. Y la verdad es que le estaba costando.

Dicen que todos los niños tienen fantasías de dragones, hadas y cuentos imaginarios. Pero ese no era su caso, nunca lo fue. Nunca había jugado con compañeros que nadie más que ella podía ver, ni echado la culpa de sus errores a alguna criatura fantástica salida de los cuentos de su niñez.

Siempre le habían dicho que era demasiado madura para su edad. Quizá tuvieran razón.

Y sin embargo allí estaba la prueba, justo delante de ella. Había llegado allí de casualidad, buscando algún libro interesante en la enorme mansión rústica de su abuela. Recordaba las historias que la anciana relataba años antes, cuando aún le emocionaban las leyendas y los mitos de caballeros, dioses y princesas y se reunía por las tardes con un pequeño grupo de chiquillos del pueblo para sentarse formando un corro sobre la alfombra de la biblioteca.

Pero creciendo en una gran ciudad donde su padre trabajaba como policía y su madre como mujer de negocios poco dada a utilizar la imaginación, era difícil alejarse de la cruda realidad incluso para una niña de tres años. La magia no era algo común en su vida.

Así que había crecido rápido. Solitaria, seria y mucho más responsable de lo que cabría esperar de una chiquilla como ella.

Luego, hacía poco menos de un año, su edificio había ardido en un incendio. Ni la policía ni los bomberos habían descubierto al culpable, y la versión oficial había sido una fuga en una de las cocinas del primer piso. Adhara solo sabía que para cuando llegó tras finalizar las clases, su casa tan solo era un montón de cenizas grisáceas entre escombros de lo que había sido un edificio de residencias adineradas.

Su madre había muerto en el incendio. No era raro que trabajase desde casa, y la declaración de los bomberos señalaba que nadie podría haberse dado cuenta de la fuga de gas antes de la explosión. Solo había sido un trágico y desgraciado accidente que se había cobrado demasiadas vidas.

Su padre, profundamente afectado por la muerte de su mujer, se había refugiado en el trabajo, y la había enviado a vivir con su abuela bajo la excusa de un trabajo peligroso y absorbente que no le dejaría tiempo para criarla el mismo. Era pequeña, dijeron, se adaptaría deprisa.

Tristes circunstancias para trasladarla al pequeño pueblo de York donde la anciana tenía su residencia, pero a la pequeña no le importó demasiado. Le gustaba su abuela, y aun recordaba los veranos con los niños de la villa y los cuentos e historias frente a la chimenea.

Además, al contrario que sus progenitores, la mujer no era tan estricta ni tan seria como aquellos con los que estaba acostumbrada a vivir. Y tenía una biblioteca enorme. Probablemente la enormidad de su biblioteca había sido la principal razón por la que no había puesto demasiadas pegas al dejar su colegio y su ciudad.

Lo que Adhara no había previsto, sin embargo, era que su pequeña mudanza supondría poner su mundo completamente del revés. Todo lo que había aprendido hasta entonces, la realidad, las fantasías, las verdades y las mentiras, todo se tambaleaba como si fuera el epicentro de un terremoto a escala mundial.

Porque allí estaba ella, sentada en un taburete demasiado alto para una niña de diez años, frente a una mesa de madera color caoba que presidía el extraño despacho de su abuela. Y mirándola con curiosidad, apoyada en un pisapapeles con forma de pegaso, había un hada diminuta cuyas alas oscuras como una noche sin luna no dejaban de moverse un solo segundo. Vestida con el pétalo de un lirio silvestre de un color blanco inmaculado que destacaba enormemente con sus ojos y su cabello.

Un hada de verdad.

Y la estaba viendo con sus propios ojos.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El coleccionista de sueños

Iker

La pluma desgarraba el papel como si de una afilada daga se tratase. Aún incluso después de levantarla del cuaderno, podía ver las finas líneas de tinta terminando de secarse bajo el cálido sol de mediodía.

Le gustaba escribir con aquella estilográfica. Se sentía más inspirado cuando la usaba, como si le diese suerte o las musas se agolparan a su alrededor solo por el mero hecho de escribir a la vieja usanza.

Con una sonrisa pintada en el rostro, Iker dejaba volar su imaginación intentando crear una historia, una vida de ensueño que tomara forma poco a poco a medida que su diestra plasmaba palabras sobre el papel. Tapó la estilográfica y levantó la hoja a la altura de sus ojos, leyendo con detenimiento su trabajo de toda la mañana.

Un suspiro escapó de sus labios en el mismo instante en que pasó de la primera frase. No tenía fuerza. Ni gancho. Ni siquiera expresaba exactamente lo que él quería decir. Quedaba horrible.

Con un gruñido malhumorado, Iker arrancó la página del cuaderno y la arrugó entre las manos hasta formar una minúscula y compacta bola de papel. Mirándola con detenimiento y nostalgia, la lanzó al aire un par de veces para tantear el peso, y sin relajar los músculos de la mandíbula, empleó toda su fuerza para tirar el fragmento de historia los más lejos que el viento le permitió llegar.

Por primera vez en horas, el muchacho contempló el hermoso paisaje que le rodeaba, encerrado en su pequeño jardín de hierba artificial junto a la mesa de madera de cedro que utilizaba para escribir sus cuentos y el enorme aliso que se alzaba justo en el este de la valla, tapando la salida de sol. Era su pequeño rincón, su nido de inspiración. Pero en aquel momento no le servía de ninguna ayuda.

Con las manos entrelazadas detrás de la nuca, el joven alzó los ojos al cielo, buscando entre las nubes el dibujo de algún sueño perdido que poder rescatar y plasmar en un cuento. Se sentó en el césped, a la sombra de su árbol, pensando en los cientos de fábulas que tenía por terminar.

“La puesta de sol estaba teñida de añil, con matices violetas a la altura del horizonte.

A su alrededor, cada objeto, cada imagen, llevaba flotando tras de sí la descripción perfecta, como un espejo de palabras que reflejaba su esencia con total claridad. Pero Iker era incapaz de leerlo.

Las frases se veían borrosas, como si estuviese mirando a través de una gasa de fino lino, o de una cortina de humo reticente a dejarlo pasar. Y al fondo, entre las ramas danzantes de los arbustos que rodeaban su fantasía, la ilusión mas hermosa que había visto nunca, con forma de musa que escapaba entre los callejones de su mundo inventado.

El joven trató de perseguirla, pero sus pies estaban anclados en el suelo, sus piernas, rebeldes, no le obedecían. Con la garganta seca, observaba como la figura envuelta en amplias túnicas, ya fuera de su alcance, desaparecía entre los destellos del ocaso.

Tras él escuchó un estruendo. Apenas le dio tiempo a volver la cabeza cuando una voz, cuyo sonido flotaba en el aire como niebla plateada, le llamó por su nombre, provocándole escalofríos que le recorrieron toda la espalda. El hombre, encapuchado y con el rostro envuelto en sombras, le tendía una mano huesuda a través del velo de la realidad.

- Yo puedo ayudarte, Iker…- El desconocido de su sueño le inspiraba confianza. No sabía quien era, ni como era posible que un extraño apareciese en su subconsciente con tanta facilidad, pero, en realidad, sabía que solo era eso, un sueño.- La perfección es una meta imposible, muchacho. Yo puedo ayudarte a dejarlo ir… Solo te pediré a cambio un simple sueño.

El joven se mordió el labio inferior, pensativo. Si tan solo pudiera encontrar la manera de no tirar a la basura cada retazo de los relatos que escribía… ¿Qué era un sueño a cambio de aquello?

La delgada mano del anciano se hallaba ya a pocos centímetros de él. No sabía cómo ni en qué momento se había acercado tanto, pero lo veía con tanta claridad como se veía a sí mismo. Y sin embargo, sus rasgos seguían ocultos en la oscuridad de su capucha.
Iker sonrió. Sus manos se estrecharon, y en aquel momento, supo que podría conseguir cuanto se propusiese. El trato estaba cerrado.”


Bostezó, y se incorporó desperezándose. Sabía que se había dormido en la hierba, y que había soñado algo importante aunque no recordara absolutamente ningún detalle. Nunca recordaba sus sueños.

A pocos centímetros de donde se encontraba sentado, una arrugada bola de papel se zarandeaba enganchada entre dos ramas rotas que habían caído al suelo. Era la historia que había estado escribiendo al mediodía, aquella que había desechado por no convencerle del todo.

La alisó con esmero y la leyó un par de veces, inclinando la cabeza con ojo crítico. En realidad no estaba tan mal. Con eso serviría.

martes, 12 de julio de 2011

Estigia

Cuentan las Moiras que una noche, el hilo se quebró.
Esa noche, la Laguna se mantuvo en calma; las oscuras aguas quietas y tranquilas, y la torre de piedra que se erguía en su centro, imperturbable, abrió por fin sus sagradas puertas al mundo de los mortales.
Cuentan las Moiras que aquella noche, los titanes se revolvieron en su prisión.
Que los cielos estaban templados, y el Monte Olimpo dormía, y mientras las almas en vela se acercaban flotando a las negras orillas.
Cuentan que el creciente susurro de las ánimas se elevó sobre la Laguna como la niebla, rodeando los muros de la altísima atalaya y ascendiendo en espiral hasta llegar al mismo firmamento.
Que un trueno retumbó en el aire, y por un instante se paró el tiempo, y Morfeo en su desvelo supo que no era pesadilla alguna.
Cuentan las Moiras que en ese momento, los Dioses despertaron de su letargo.
Y que fue entonces, en ese instante, cuando una nueva Era comenzó.

jueves, 23 de junio de 2011

¿Te imaginas un mundo sin libros?

Esta noche he cenado en un chino.
He quedado con mi mejor amiga, despues del gimnasio, y nos hemos ido a cenar. La verdad es que ultimamente no la he visto demasiado, así que no hemos tenido mucha ocasión de hablar.
Pero supongo que de eso se trata la sobremesa, ¿verdad?

En realidad no se exactamente como hemos llegado a ese punto de la conversación. Estábamos prácticamente llenas, ya se sabe lo grandes que son los platos en los restaurantes chinos. Y baratos. Así que casi por dejar de comer, nos hemos puesto hablar de un montón de cosas. De ninguna en concreto, y de todas a la vez.
Hasta que a mí, en un momento, se me ha ocurrido la pregunta horrible que lleva martilleandome la cabeza desde entonces.

¿Te imaginas un mundo sin libros? Le he soltado de repente, con los ojos como platos. La verdad es que estaba asustada de que, precisamente yo, hubiera sido la autora de semejante idea endemoniada. A ella no le gusta mucho leer. A mi me encanta.

Se ha encojido de hombros y me ha mirado con esa mirada que tienen a veces los niños cuando no entienden de qué les estás hablando. Por mi ningún problema me ha dicho. Mi cara debía ser un poema. Me parecía inconcebible que me estuvieran diciendo eso, incluso siendo ella. Pero Ni siquiera estaba segura de que hubiese oído bien la pregunta. La idea de algo tan terrible retumbaba en mi cabeza como si en vez de libros estuviese hablando de una bomba nuclear y ella me dijera que no tenía importancia. ¿Pero de verdad te imaginas un mundo sin libros? He repetido por segunda vez ¿Te das cuenta de lo que se perdería si no existiera la palabra escrita? ¿Del conocimiento que desperdiciaríamos si nadie supiera escribir?

En ese momento me ha mirado muy raro. No se como describirlo, siemplemente ha sido raro.
Yo debía parecer idiota, con la expresión de una niña inocente que acaba de ver como un desgraciado decapita su preciosa muñeca de trapo. Me sentía exactamente así, como mínimo. Luego, he tratado de enfocarlo de otro modo.
Mira Le he dicho, mordiendome la lengua para no demostrar demasiado pronto lo que me importaba aquel tema. Aunque era una tontería, porque ella ya lo sabe. Es mi mejor amiga. Imagínate... No. Precisamente los libros tratan de eso, de imaginar. Una de las cosas que hace leer, es fomentar la imaginación. Rehice la frase, un poco mas centrada.

Le he puesto de ejemplo a mi hermano. Es incapaz de leer nada que tenga menos de un dibujo por capítulo, mucho menos una novela de las mías. Y mi argumento era sólido, mi hermano no tiene imaginación. De hecho, es el niño de once años más irritantemente realista que conozco. Se lo he dicho. Y tambien le he dicho que no tiene imaginación.

No como tú Me ha contestado, y ha arrugado la nariz, aunque creo que no se dio cuenta. Pero si tengo imaginación. Es que tu ves las cosas en cuatro dimensiones Yo, me he quedado un momento pensando como sería realmente ver las cosas en cuatro dimensiones. Solo conozco tres. Y yo las veo entre dos y tres Ha terminado de explicármelo y se ha echado a reir. No estoy segura de si se reía de mí o de lo que acaba de decir, que no tenia mucho sentido. O ves las cosas en dos dimensiones, o las ves en tres. ¿Como vas a verlo de las dos formas a la vez? ¿Los paisajes planos y los personajes en 3D? ¿O al revés?

Yo tambíen he sonreído, aunque no se porqué. Pero eso no era a lo que yo me refería. No lo entiendes Le he dicho No estoy diciendo eso. Lo que digo es leer un libro. La diferencia entre leer un cartel, colgado encima de una puerta, y leer una novela de fantasía. Era verdad. Pero a ella no le gusta la fantasía. A mi me apasiona. Cuando hablo de la imaginación, del arte de leer un libro, se me iluminan los ojos. No se, supongo que me meto tanto en la conversación que me olvido de que es simplemente eso, una conversación simple y llana.
El caso es que en ese momento, para mi ni era llana, ni tan simple de explicar como parecía.

Por ejemplo He vuelto a empezar, tratando de encontrar las palabras exactas que quería utilizar para que lo entendiera. Es como leer ese cartel de ahí y ver unas letras planas, o estar dentro y verlas delante, tan grandes que te doblan en altura. Señalé un cartelito a nuestra izquierda, e hice una cosa muy estúpida: Levanté las manos tan alto como pude, y me empecé a reir.

Ella se descojonaba. Me has recordado al niño de Charlie y la fábrica de chocolate Me ha dicho entre risas Cuando se mete en la tele y se queda tan pequeño como una chocolatina. No he podido evitarlo, me ha hecho reir otra vez.

No sé Empecé otra vez, mordiendome el labio. Aún no estaba satisfecha con mi explicación.
Probablemente por el símil con la película de Tim Burton, o tal vez porque la escena, aunque se acercaba, no era ni la cuarta parte de lo que yo quería transmitir. Leer un libro es meterte en la historia. No es solo leer, también lo ves. Lo vives. No poder hacer eso... Suspiré y la mire un momento. Mis ojos debían de describir bastante bien lo que pensaba en ese momento, porque asintió antes de que terminara la frase. Tiene que ser triste. Yo no podría hacerlo. O no querría.

En realidad, lo que quería decir es mil veces más complicado.
Leer, más que un pasatiempo, es un arte. La gente que no sabe leer me daba tanta pena en aquel momento, que casi pensaba que podría ponerme a llorar. Pero no es mi estilo.
No me entendais mal, no estoy hablando de leer en su significado explícito. No me refiero a leer una palabra, una frase, ni siquiera un periódico o esos textos tan insoportablemente aburridos y emotivos que narran la historia de algún desastre natural donde murieron millares de personas.
No estoy hablando de leer letras. Estoy hablando de leer libros.

Leer un libro es como ver una película. No, tampoco es eso. Leer un libro es mejor que ver una película.
Leer un libro es algo que todo el mundo debería hacer en la vida, pero de verdad. Si vas a leerte un libro como si fuera la sección deportiva, mi consejo es que vuelvas a dejarlo en la estantería y pongas el telediario. Al menos aprenderás algo.
Cojer una historia y enterrarte entre sus páginas es como abrir una puerta escondida, dejar que un montón de información entre en tu mente y empezar a construír una civilización a partir de ese minúsculo pedacito de información. Es como si frente a tus ojos no danzaran palabras, sino imágenes. Como si el mundo fuera de esa novela dejara de existir.

Me gustaría poder hacer eso. Me dijo ella, y de repente, me di cuenta de que había estado hablando en voz alta. Pero tengo demasiadas cosas en la cabeza. Puedo leerme una revista, porque se que después de terminar un artículo o dos, puedo parar y olvidarme de ella. Con un libro no. Me agobia. La miré sin entender al principio, y luego me encogí de hombros. Yo también tengo un montón de cosas en la cabeza Protesté Y me estoy leyendo tres libros a la vez Se que es una idiotez, pero en ese momento me senti orgullosa.

En realidad el orgullo duró poco tiempo, porque me miraba como si fuera un extraterrestre, y los de mi raza fuesemos capaces de mantener la mente vacía de todo excepto de lo que queríamos pensar en un determinado momento. En otras palabras: Como si tuviera la cabeza completa y enteramente vacía.
No puedo decir que esa mirada no me molestara, aunque solo fuera un poquito. Luego reconsideré mis opciones y decidí tomarmelo como un halago.

Cuando salimos del restaurante, logre convencerla para que me dejara leerle un trocito del libro que llevaba encima. Aceptó sin llevarme la contraria, creo que le di un poco de pena. Pero de todas formas me hizo ilusión.
Al final le leí un capítulo entero de una preciosa novela fantástica que cayó en mis manos por casualidad, El Nombre del Viento. Mientras leía para ella, la escuché reirse cuando yo sonreía, y soltar un taco cuando le contaba como al protagonista se le rompía una cuerda del laúd en medio del recital mas importante de su vida.

Cuando terminé de leer, me dijo que le había gustado. No puedo decir que no me hiciera ilusión.
De hecho, aún me dura.

jueves, 2 de junio de 2011

La casa de la Niebla

Corría el año 1234.
A las afueras de un pequeño pueblo de York, envuelta en una niebla tan densa que apenas permitía ver dos pasos más allá de donde se ponían los pies, una colina se levantaba hasta una altura casi imposible, con laderas tan empinadas y escarpadas que cualquiera que las viera habría cesado en el empeño de escalarlas antes siquiera de haberlo intentado.

Sin embargo, en las noches de luna llena, cuando la luz del astro plateado atravesaba la nube de espesa bruma que ocultaba la montaña, era posible ver a lo lejos, en lo más alto, una pequeña casita de madera construida de forma precaria al borde del precipicio.

Dicen los lugareños, que siglos atrás fue la morada de una familia humilde que se desvivía para cultivar las yermas tierras que rodeaban la cabaña. Por aquel entonces, el cielo era claro, y la montaña podía verse a varias leguas de distancia. Las laderas mostraban dóciles el sendero que llegaba hasta la cima, rodeado de arbustos y flores silvestres cuyo aroma acompañaba a los viajeros durante todo el camino.

Los que aún recuerdan la historia, cuentan que en época de cosecha el padre bajaba hasta la aldea conduciendo un pequeño carro tirado por el único asno que poseían, a su lado correteando dos chiquillos demasiado delgados para su edad, y en la carreta, las pocas verduras que había logrado cosechar en sus huertos. Y que todos los años, no importaba lo duro que hubiese sido el invierno, sus hortalizas eran siempre las mejores, las más grandes y las más sabrosas de la comarca.

Tal vez por eso, la Inquisición los arrestó a todos, y los envió al patíbulo que se alzaba en el centro de la plaza del pueblo más cercano, donde los quemó vivos en las hogueras destinadas a las brujas. Los dos niños, de 4 y 8 años, fueron los últimos en sucumbir a las llamas.

Desde aquel día, tanto el valle como la colina están envueltos en una tupida niebla que solo levanta una vez al año, durante unos instantes, siempre a la misma hora. La hora en que las piras que consumieron a los cuatro aldeanos fueron encendidas aquel fatídico amanecer en que se cumplió la condena del Sumo Inquisidor.

domingo, 29 de mayo de 2011

Mirada inocente

¿Puedo quedarme con sus juguetes?
Abel bajó la vista para observar al niño de cuatro años que le miraba fijamente desde el suelo.
Ya te he dicho que no; respondió arrugando la nariz; tú ya tienes los tuyos.
Entonces, ¿Puedo tener unos iguales?
El muchacho enarcó una ceja y se volvió hacia donde señalaba el chiquillo. La gran planicie de madera que se erigía en la plaza del pueblo estaba desierta a excepción del verdugo, que afilaba sus herramientas en un rincón.
Caín, eso no son juguetes; Reprendió disgustado.
¿De verdad? Hizo un mohín; Pero él parece divertirse tanto…

domingo, 1 de mayo de 2011

Resurrección IV

Resurrección IV

A lo lejos, escuchó la exclamación de Alix.

- ¿Cómo has hecho eso?

La ignoró. Miró a su compañera, y una sonrisa sincera asomó a sus labios.
El alma es un ente inmortal, imposible de vencer. Y Akira era la suya, de nuevo atada a su cuerpo como lo estuvo antaño.

La miró y supo que aquel extraño poder que la embargaba desde su muerte era suyo, que no se libraría de él. Pero le dio igual. Aquella magia que invadía sus ojos, que la abrumaba con los sentimientos de todo el que se acercaba a ella ya no le importaba en absoluto. Y al mismo tiempo, supo que al igual que ella se separaba en dos formas, la guerrera de la runa podía ser capaz de mantener vivas dos almas.

-Estás poseída.- Soltó de repente sin desviar la vista del lejano horizonte, y una enorme interrogación se dibujó en el rostro de la joven.

-¿Que qué?

-Niña torpe.- Se giró de forma brusca para encararla.- Esa espada tiene vida propia. ¿No te diste cuenta cuando la cogiste de la armería?.- Rezongó arrugando la nariz.- La primera vez que la usaste en combate te uniste a ella.

Alix seguía parada en medio de la extensa playa, con aquella expresión estúpida que tan nerviosa ponía a la semidemonio, sin entender una sola palabra de lo que escuchaba. Nisha se desesperaba.

- ¿Has intentado alguna vez dejar la mente en blanco?.- Preguntó, y al instante dirigió la vista al cielo. Aquello no podía resultarle demasiado complicado.

Escuchó la risa felina de la pantera, y apenas pudo contener la suya propia.
Se apoyó con los codos en la arena grisácea y miró a la guerrera con detenimiento. Su rostro, ausente de aquel gesto ceñudo e indiferente, sin furia alguna reflejada en sus pupilas color escarlata, dotaba a sus finos rasgos de una belleza inaudita.
Akira eligió aquel momento para transformarse, adquiriendo el mismo aspecto que su hermana pero conservando como suyas las orejas y la cola. Por la sonrisa afable que pintaban sus labios, parecía importarle bien poco su desnudez.

-Coge la espada.- Instó la felina ante la mirada atónita de Alix.

-¿Quién, yo?.- Los ojos de Nisha se encontraron sorprendidos con la verde mirada de la pantera.- Me congelare la mano.- Se quejó ceñuda.- Ni hablar.

-Solo será un segundo.

La semidemonio refunfuñó al recoger la espada de las manos de la guerrera, que la sujetaban con total normalidad. Se mordió el labio inferior al hacerlo, pero no emitió ningún sonido, ni una sola palabra de protesta cuando, al cerrar la diestra sobre la empuñadura, la escarcha comenzó a cubrirle la piel.
La clavó en el suelo apenas unos segundos más tarde, y trató de calentar el músculo dolorido por el frío sin éxito mientras Alix observaba fascinada como el mismo proceso se repetía en la arena que cubría el suelo.

-El espíritu que habita en tu espada es la esencia pura del hielo. Está unida a ti al igual que a esa arma.- Explicó Akira.- Como yo a Nisha. Por eso puedes sujetarla sin congelarte, aunque si la llevases más tiempo del debido acabaría pasándote lo mismo.

-¿Y por qué tenía que ser yo la que cogiera la espada?.- Se quejó la rubia, aún frotándose el brazo con energía.

-Se te dan muy mal las explicaciones.- Sonrió la pantera, y Nisha gruñó enseñando los colmillos con cara de pocos amigos.

Alix las miraba consternada. Trataba de procesar poco a poco la información recibida, sin apartar la vista del arma semi congelada. De atar los cabos sueltos, los bruscos comentarios de la semidemonio.

-Entonces…¿La espada está viva?

-La espada no.- Respondió Akira, con los ojos en blanco.

-Pero si te dejo inconsciente te utiliza para poder andar.- Añadió Nisha ante la mirada de reproche de su hermana.- No es un espíritu cualquiera, es la graaaaaaaaaan Sheene.- Terminó con ironía en la voz.

-Conozco la leyenda.- La guerrera de la runa se sentó frente a las gemelas.- Los ocho guerreros ancestrales.

Nisha arrugó la nariz con desagrado.

-No quiero una lección de historia.

-Lo siento.- Alix bajó la cabeza avergonzada, sus mejillas adquiriendo un leve rubor.- ¿Por qué me cuentas esto?

-Fácil.- La muchacha se sujetó un mechón de cabello dorado tras la oreja.- Tenías razón al decir que no había forma humana de salir de aquí. No hay monumentos ni manera de crear una salida artificial. Ni siquiera hay árboles que talar para poder construir una balsa.

Akira irguió la cola por encima de su cabeza. Acababa de darse cuenta de algo.

-Es curioso cómo has sobrevivido, no he visto comida por ninguna parte.

La guerrera la miró confundida. Sus grandes ojos marrones se desviaron levemente hacia la orilla que se extendía tras las gemelas demoníacas, a lo largo de la inmensa playa de arena negra.

-Pescado crudo.- Admitió al fin, avergonzada.

Nisha dejó escapar una carcajada, sin molestarse en disimular, o mirar hacia otro lado para evitar que la niña lo notase.

-A veces hacía calor suficiente para calentar un par de rocas y cocerlos.- Señaló hacia un montículo de arenisca cercano.- Ahí. Hay una pequeña cueva que condensa la mayor parte del viento sur. Es como una sauna.

Akira frunció el ceño, sin perder de vista a la guerrera.

-Tienes poder sobre el fuego.- Enroscó la cola alrededor de una de sus piernas.- ¿Por qué no lo asaste?

La muchacha abrió la boca confundida. Giró la cabeza para poder observar con mejor ángulo la explanada a sus espaldas, repleta de piedras magnéticas y gravilla oscura como la pez.

-Veréis….- Parecía tener dificultades para explicar lo que quería con palabras.- No es solo que las rocas floten. Es que son imanes.

-Punto para la lista.- Bufó Nisha, y puso los ojos en blanco cuando su hermana le propinó un pisotón.- Oh, vamos. Es una isla MAGNÉTICA. Claro que son imanes.

-¡Ves! ¡Es eso! ¡No es normal!.- Alix parecía excitada. La rubia se llevó las manos a la frente con expresión desesperada. Comenzaba a dolerle la cabeza.- Si todo lo que hay alrededor, todas las piedras.- Señalaba con la mano, ya de pie, sin dejar de dar vueltas sobre si misma.- Son imanes… Entonces, ¿Por qué no atraen el metal?

-Te vas a marear.- Interrumpió Nisha de mal humor.

-Tus espadas, la mía. Son de acero, ¿No? ¿Por qué no les afecta?

La semidemonio frunció el ceño, molesta. No tenía respuesta.
Era extraño, y nunca antes se había parado a pensarlo. Sin embargo, no estaba segura de lo que le molestaba más: No haberse dado cuenta, o que Alix hubiese tenido que decírselo.

-¿Por qué son mágicas?.- Contestó finalmente, contenta de haber encontrado un argumento lógico con que rebatirla.

-Todo lo contrario.- La guerrera negó con la cabeza.- Son imanes, pero no atraen el metal.

-Absurdo.

-¡Tiene sentido!.- Chilló intentando agarrar a la rubia del brazo, pero su mirada furibunda la disuadió a tiempo.- Perdón.- Comenzó a caminar hacia una zona repleta de rocas flotantes.- Atraen la magia.

lunes, 18 de abril de 2011

El sueño de Leena

Esto es lo que pasó. Lo que ocurrió tal como lo recuerdan aquellos que estuvieron presentes y vivieron para contarlo.
Aquellos que sobrevivieron a la furia del Miedo.

A su alrededor, todo eran ruinas.
El cuerpo de su enemigo brillaba, como si en su piel se hubiesen posado millones de luciérnagas que danzaban en la oscuridad.

Dio un paso, sereno. Sus ojos fijos en el arma que el celestial esgrimía con fuerza, en la diestra. Con fuerza, pero sin valor.
La espada temblaba entre sus dedos. No sabía si era miedo, o nerviosismo, o el simple terror que inspiraba su presencia. Tal vez todo ello.

Él, con el torso desnudo, sin defensa, sin escudo alguno aparte de sus propias manos. Y sin embargo, estaba tranquilo.

Sonrió. Parecía esperar su primer movimiento.
Avanzó otro paso. El ángel se puso en tensión. Le miró a los ojos, y notó su inseguridad.
Otro más. Alzó las manos, en señal de rendición, aunque en su expresión revelaba el ansia de lucha que le embargaba.

Un fino colmillo asomó entre sus labios, cuando de un rápido y certero golpe desarmó al aturdido ser divino antes de que este tuviera oportunidad de atacarle.
En el rostro del demonio se dibujó una expresión de arrogancia y victoria. Como una exhalación, su puño derecho se clavó en el pecho de su enemigo, retorciéndole las entrañas.

El ángel no pudo reprimir un aullido de dolor. Entre estertores de muerte, trataba de salvarse de lo inevitable, de desplegar sus inmaculadas alas y huir lejos del cruel destino que le esperaba. Pero él no estaba dispuesto a permitírselo.

El joven apretó el puño en su interior, con la mirada repleta de rabia. Y antes de que la luz de su alma se escapase flotando en la oscuridad de la noche, atisbó una sonrisa cínica, y, sin remordimiento alguno, le arrancó el corazón.

Corazón que se volvió translúcido entre sus dedos, atrapando el último soplo de vida del guerrero divino que tenía frente a él.
Alzó con orgullo la joya, gritando su triunfo a la brisa nocturna. El enorme rubí en que se había transformado aquel órgano robado, refulgió con intensidad bajo los rayos plateados y acusadores de la Madre Luna.

La sangre aún se escurría entre sus dedos, resbalando caliente por su piel cuando, con una sonrisa escalofriante, el demonio ocultó su trofeo entre las ajadas ropas y desapareció.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Selenne, Brillo de Luna

Contra todo pronóstico, la pequeña aldea de Krawl había sobrevivido.
Medio escondido entre las laderas de las montañas y parcialmente enterrado por las continuas avalanchas de nieve, el minúsculo pueblo persistía, inalterable a los estragos del tiempo.

Hacía años que no pasaba por allí, décadas quizás. Ahora caminaba por el extenso valle, dejando un rastro apenas perceptible en la vasta alfombra nívea que cubría la tierra.
Medio desnuda, medio congelada y apenas ya con fuerzas para seguir andando, Selenne se frotó los brazos, tratando de conservar algo de calor.

Pestañeó varias veces, intentando hacer caer los livianos copos de nieve que se adherían constantemente a los párpados.
Su aliento se condensaba casi en el mismo instante de respirar, y los dedos, escondidos bajo los brazos la mayor parte del tiempo, comenzaban a adquirir ya un ligero tono cianótico.

Notaba los labios cortados. Los cabellos pelirrojos le caían empapados sobre el rostro, tapando gran parte de su visión. Tampoco importaba demasiado.
Hacía ya horas que había dejado de sentir los pies, y aun así, seguía adelante.

El espejismo de su aldea natal la impelía a no darse por vencida, le daba esperanzas para continuar. Y sin embargo no era suficiente, y la muchacha era consciente de que sin fuego ni comida, no resistiría mucho más.

Sus ojos grandes y rasgados, del color de la plata líquida, se alzaron para admirar el cielo una vez más.
La luna llena la observaba indiferente desde su trono de estrellas, sorda para escuchar sus súplicas, inmune a su extenuación.

La semielfa dejó escapar un gemido antes de perder el sentido y regalar su conciencia a la oscuridad. El mundo se apagaba para ella.
En poco tiempo, la nieve borraría su rastro, y con él, el mero recuerdo de su existencia.

martes, 22 de marzo de 2011

Quisiera ser…

Quisiera ser como aquella piedra del camino,
Como aquella llama imposible de alcanzar.
Quisiera ser como las sombras del olvido,
Distantes en el cielo de mis ojos al hablar.
Quisiera ser como aquel sueño indefinido,
De perdidas ilusiones que se ahogan en el mar,
Quisiera ser como una vida sin sentido,
En el centro de una historia que no puede ser real.
Quisiera ser como aquella voz sin sonido,
Como el eco que retumba entre montañas sin cesar.
Quisiera ser como una bala sin destino,
Como un corazón hundido en mitad de un huracán.

martes, 15 de marzo de 2011

Eternal Sight

El Principio del Fin

Aún estaba adormilada.
Las ásperas sábanas se le pegaban a la piel desnuda, mientras trataba de levantarse para comenzar las tareas de aquel día.
Se pasó los dedos por el cabello, negro como la noche. Se lo había teñido hacía tantos años que le resultaba sorprendente lo extraña que se sentía aún cuando se miraba en un espejo.
Cambiando sus rizos rubios a morenos, había dejado atrás su casa, su pasado, su vida.

Bostezó.
Sus pies descalzos rozaron el suelo de madera, devolviéndola a la realidad. Sus ropas descansaban en un viejo diván, frente al jergón. Era lo único que había rescatado de su infancia, una montaña de libros de inimaginable valor. Al menos para ella.

Se restregó los ojos con los puños cerrados y comenzó a vestirse. Recogió sus bucles negros en una cola de caballo, y apretó el corpiño en torno a su cintura antes de descolgar el vestido del cuerno de madera clavado en la pared.

Salió de la habitación corriendo, con las zapatillas a medio poner, pero para cuando llegó a la cocina, la encargada de servicio ya la esperaba en la puerta con cara de pocos amigos.

- Llegas tarde!.- La reprendió con los brazos en jarras, sujetándose las faldas para poder agacharse al lado del fogón.

- Lo siento.- La joven se encogió de hombros con timidez.- Me he dormido.

- Siempre te duermes.- La rechoncha mujer se limpió las manos en el delantal.- No te pagan para hacer el holgazán, niña.

Se disculpó de nuevo. Sabía que la matrona le tenía cariño, a pesar de sus reproches y de lo duras que pudieran ser sus palabras en determinadas ocasiones.

Las horas entre los hornos de pan pasaban con una lentitud inaudita.
Ya era casi mediodía cuando, como todos los días desde hacía años, una pareja de soldados que ya rozaba la treintena asomaron los afeitados rostros por la puerta de las cocinas.

La ancha sonrisa de los dos hombres contagió a Shana, que limpiándose el hollín de las manos con uno de los trapos que debía llevar a las lavanderas, masculló una corta despedida a sus compañeras de faena y, cogiendo con fuerza el barreño con la ropa sucia, salió al pasillo tras los guardias en dirección a la fuente.

De mucho mejor humor del que se había levantado, dejó la tina junto a las piedras de lavar, y aceleró el paso hacia el patio de entrenamientos sin perder la sonrisa que le decoraba los labios. Adoraba aquellos pequeños descansos en que los soldados le enseñaban sus tácticas de lucha.

- Hoy pelearás conmigo.- Retó con voz socarrona el más alto de los dos.

- Ya te gané la semana pasada.- Respondió ella con orgullo fingido.

- Me cogiste desprevenido.- Gruñó mientras fulminaba a su compañero con la mirada.- No volverá a pasar.

Las suaves carcajadas de la joven se mezclaron con las del otro soldado, que le alcanzó una espada corta lo suficientemente ligera para que ella pudiese manejarla.
Sin esperar a que se pusiera en guardia, su contrincante atacó.
La muchacha le obsequió con un mohín de disgusto.

- Eh!.- Protestó.- Eso es trampa!

- En la guerra todo el mundo hace trampas.- Contestó el hombre rechazando una estocada baja.- Tu enemigo no dará tregua.

- Es posible.- Respondió frunciendo el ceño.- Pero yo no voy a luchar en ninguna guerra.

Contrariada por una lección que suponía aprendida hacía mucho tiempo, redobló sus esfuerzos en la batalla. El entrechocar de las hojas de las espadas se le antojaba una melodía metálica con un desenlace fatal.

Cuando practicaba, el tiempo no parecía importarle. Las horas, minutos y segundos que ocupaba con el acero entre las manos carecían de sentido, solo importaba la danza imprevisible de sus pies al compás de las fintas que realizaban.

El aire se detenía, los pájaros dejaban de cantar. Ni siquiera sabía con exactitud como lograba mantenerse en tan perfecta sintonía con el acero. El entrenamiento le daba la destreza, pero los años de concentración, de control sobre sí misma para no dejarse arrastrar por la fuerza de su poder, también tenían algo que ver.

O eso creía.

jueves, 17 de febrero de 2011

Como un cuarto oscuro

Y esa puerta que acabas de abrir, ¿Hace cuanto tiempo la cerraste?
Si tan solo era un dibujo pintado en la pared, que protegía tu escondite y tus misterios de papel, que guardaba los secretos entre plumas de tu almohada y el viento los lleva volando a traves de tu ventana.

Si, olvidó y la dejó abierta, y no pudiste darte cuenta de que el brillo de tus ojos delataba su presencia, y la brisa juguetona se desliza entre tus miedos, creando corrientes que los dejan al descubierto.

Y dime, de que te sirvió esa guarida que ocultaba tu apariencia,
con la puerta tan escondida y la ventana siempre abierta.

jueves, 20 de enero de 2011

Estigia

Y lloró. Lloró durante horas, días, meses y años.
Lloró hasta que llenó a rebosar la Laguna.
Lloró hasta que se quedó sin lágrimas, y finos regueros de sangre descendieron por sus mejillas hasta las aguas, tiñendo de escarlata las orillas.

Y entonces la Laguna le permitió entrar.

sábado, 15 de enero de 2011

Círculo de Otoño

El bosque estaba oscuro. El fuerte viento movía las ramas de los arboles, haciendo que de vez en cuando retazos plateados de luna llena se reflejasen en la frondosa hierba del interior. El canto de los grillos dejaba oírse con voz tenue, dando un ambiente sereno al robledal.

Y un ruido interrumpió la eterna calma de aquel lugar sagrado.
Una niña, pequeña, de no más de siete años de edad, asomo entre los matorrales. En su rubia cabecita había enredadas algunas hojas secas y amarillentas, y su vestido antes blanco inmaculado estaba ahora sucio, rasgado y manchado con el barro del suelo.
Se había perdido.

"Mal sitio" Pensé yo. La vi andar cautelosa hasta el gran claro que se alzaba enfrente, decorado con un círculo de hojas otoñales que guardaban dos velas negras en su centro.
Arrugue la nariz. "No entres ahí, niña, no es buen sitio para ti" Pero ella no me oía, y, cada vez más, se iba internando en aquel lugar maldito.

En mala hora había la pobre criatura perturbado la quietud y serenidad del círculo.
Las velas prendieron solas sobresaltando a la pequeña, que retrocedió varios pasos asustada. La habían visto.

Me acerque a ella, la llame intentando prevenirla, hacer que huyera. Y entonces la vi.
"Lo siento preciosa, ahora ya todo se acabó...." Agaché la cabeza apenado.
La hermosa mujer pelirroja, a quien yo tan bien conocía, se acerco a ella, lanzándome una furtiva mirada de reproche.

- ¿Te has asustado? - Preguntó ella encantadora, y con una sonrisa nos condujo a ambos hasta su cabaña de madera.

Yo espere, mirando como la daba de comer, como alimentaba a aquella niñita rubia. Como lo sentía por la criatura... pero sabía que ya no había nada que hacer.
La pelirroja sonreía, sin dejar de mirarla, mientras se inclinaba y acariciaba suavemente mi pelaje negro. Pronto tendría otra víctima a quien torturar.

Aquella noche todo terminó.
Cuando volví a casa, tras mi acostumbrado paseo nocturno, aquella horrible bruja tenía una extraña sonrisa plasmada en el joven rostro. Me mostraba el puño, medio cerrado medio abierto, con unos bigotes rubios asomando entre sus finos dedos...

Moví con energía la cola preparado para saltar.
"mm..." Me relamí "Un ratón"

Eternal Sight

Origen

- Abuelo, tiene magia.

El anciano levantó la cabeza al mismo tiempo en que los ojos de la muchacha volvían a la normalidad. Asintió, y con dificultad devolvió dos de los libros a la estantería mas alta.

- Medieval y mágico.- Asintió y se colocó las gafas.- ¿Tipo de magia?

Shana se mordió el labio inferior. Una mala costumbre.
- Era extraño. El chico escribía, y entonces… no se, simplemente pasaba.
- ¿Estas segura de que la pluma, o la tinta no eran mágicas?
- Bueno…- Bajó la vista mientras se retorcía las manos, nerviosa.-Creo que no. No, era él. El que tenía magia era él.

El hombre carraspeó, ajustándose las lentes sobre el puente de la nariz.
- Entiendo…Puede ser…¿Le oíste hablar? ¿Sus palabras eran también mágicas? Intenta recordar. ¿Viste algo?

La niña frunció el ceño pensativa. Se golpeó las uñas de los pulgares y respiró hondo. Tal como su abuela le había enseñado.
Se concentró en rememorar las imágenes de la visión, en recuperar los sonidos y recomponer los recuerdos.

- No lo se. No dijo nada, solo escribía, andaba y miraba por una ventana. Estaba nervioso, como si pensara que no iba a funcionar.- Caló un momento, tratando de no omitir detalles.- No sabía bien como utilizar su poder. No era un iniciado, se escondía.

Una ancha sonrisa se dibujó en el rostro del anciano.
- Bien, bien. Eso nos será de mucha ayuda. Progresas rápido, Shana.

Sus ojos color miel brillaron, henchidos de orgullo. Cada vez lo hacía mejor, su abuelo se lo decía. También cometía errores, claro, pero era normal ya que toda la guía que su familia podía darle era puramente teórica. Pronto sería capaz de controlar la Mirada Eterna.

Odiaba que fuese al revés. Odiaba ser incapaz de ver cuando ella quería, o de eliminar las visiones cuando llegaban en un mal momento. Tendían a ser horriblemente inoportunas.
Odiaba no ser dueña de su propia vida. Pero eso cambiaría pronto.

Tocaron a la puerta y perdió el hilo de sus pensamientos.
Extrañada, la joven dejó que su abuelo ocultara los volúmenes que aún estaban a la vista, y a su señal, se acerco a entreabrir la pequeña puerta.
Se le puso la piel de gallina.

La bibliotecaria, con su moño impecable de cabello gris y su rostro, igualmente ceniciento, mostraba una expresión avinagrada y hosca, como si el simple hecho de tocar la madera de aquella puerta fuese un castigo peor que limpiar letrinas.

- Sus padres la llaman, señorita.- Anunció con voz completamente carente de emoción.

Shana tragó saliva antes de seguirla. Jamás comprendió porqué aquella mujer parecía destilar odio cada vez que la miraba. Pasaba mucho tiempo allí, estudiando. Era una gran biblioteca pública, una de las pocas ubicadas a lo largo del perímetro del enorme castillo del Duque.

El ducado entero tenía libre entrada a las bibliotecas, siempre y cuando estuvieran apuntados en los registros. Todas las familias de los pueblos cercanos lo estaban. Era la forma mas sencilla de conseguir un pequeño terreno para plantar y construir una cabaña. La suya estaba a pocas leguas de la aldea.

Cuando su familia se traslado a aquellas tierras, el hombre que las gobernaba había escuchado su historia y les había dado cobijo. Incluso una pequeña estancia en aquella biblioteca para poder estudiar sin ser molestados. Ni siquiera la bibliotecaria tenía permiso para entrar. Tal vez fuera eso lo que la molestaba tanto.

Fuera del enorme edificio, a los pies de las escaleras de mármol, sus padres esperaban con una gran sonrisa. Entre ellos, con las manos entrelazadas a la altura de las caderas, una niña rubia de apenas cuatro años la observaba de manera inquietante.

Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, y los pelillos de la nuca se le erizaron. Algo no encajaba.