martes, 30 de noviembre de 2010

Estigia

Como un gato juega con la comida, haciéndola pensar que tiene posibilidades de sobrevivir, así se recrean las Parcas antes de dejar caer las almas a la noche sin fin de la Laguna.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Eternal Sight

Papeles en Blanco

Recostado sobre el deteriorado escritorio de madera, el joven escribía a grandes trazos en un pedazo de pergamino.
Tenía prisa, y apretaba la pluma con más fuerza de la que debería. Si no hacía algo rápido, no serviría de nada.

Tras el, fuera del pequeño cuartucho de roca gris y desgastada, el fuego danzaba en una pira en el centro de la plaza, arrojándole sombras siniestras a la vez que el viento primaveral le llevaba los gritos aterrados de la joven que estaba a punto de morir en la hoguera.
Y todo por su culpa.

Las gotas de sudor que resbalaban por su frente amenazaron con emborronar los pocos garabatos que ya había en el papel, y el joven se secó con la manga de la sucia camisa para tratar de evitar el desastre.

Sacó la pluma del tintero. Las manos le temblaban.
Trató de contener las lágrimas mordiéndose la lengua, pero solo consiguió hacerse daño, haciendo todavía mas complicado el evitar ponerse a llorar. Su padre siempre decía que los hombres no lloraban. Otro fracaso más que añadir a su lista.

Rechinó los dientes mientras balanceaba la pluma entre los dedos, esperando a que se le ocurriera algo. Tenía que hacerlo, tenía que escribir. Y pronto. Pero se le había quedado la mente en blanco.

Completamente histérico, se levantó de la silla y miró por la ventana. Deseó no haberlo hecho.
Mientras los alaridos de la muchacha le perforaban los tímpanos, y los gritos de los aldeanos le provocaban náuseas, en el mismo instante en que se atrevió a asomar la cabeza por el ventanuco del pequeño cuarto, pudo ver como la gente del pueblo, sus familiares, amigos y conocidos, amenazaban de muerte a la joven atada en el centro de la pira, agitando puños, horcas y azadas.

Destrozado, volvió a dejarse caer en su asiento.
Todo aquello era culpa suya, por su estúpido intento de impresionarla. Un simple truco, a simple vista inofensivo, que había despertado las sospechas de la gente menos indicada. Y ahora apenas tenía unos minutos para arreglarlo, o Keira moriría.

"La hoguera crepitaba a su alrededor.
Las lenguas de fuego lamían sus pies descalzos."


Lo tachó. Se tapó la cara con las manos en un gesto de desesperación, dejando un largo rastro de tinta por su mejilla.
Su respiración se agitó, mientras trataba de poner en orden sus pensamientos. No tenía que darle forma, ni tratar que pareciese real. Solo escribir lo que quería que pasara, y pasaría. Como las otras veces.
Respiró hondo y mojó la pluma en el tintero.

"Estaba tranquila. No sabía porqué, pero de repente ya no sentía miedo.
Dejó de gritar, y de toser. Respiraba con normalidad."


Los chillidos de dolor de Keira fueron sustituidos por los insultos y vejaciones de todos campesinos que asistían a la ejecución. Apretó los dientes.
El miedo y la culpa dejaron paso a una rabia incontrolable.

"A pesar del sol abrasador que iluminaba la aldea, las llamas no parecían tan ávidas por consumir la pira como lo estaban momentos antes. Se dio cuenta de que, donde anteriormente la quemaban, ahora solo notaba un leve cosquilleo que suavizaba el sufrimiento que le provocaba aquel calor asfixiante.

Una luz brillante descendió hasta ella desde el cielo, como el foco de una gran obra de Teatro presentando a su estrella principal; y al mismo tiempo, un relámpago calcinó la hierba seca de un establo cercano, seguido de cerca por un estruendo atronador.

El populacho enmudeció."


Sintió la tentación de volverse y asegurarse de que había funcionado, pero todo estaba en silencio y el peligro aún no había pasado.

" Los caballos se encabritaron. A coces, destrozaron los pesados portones que los mantenían prisioneros, y salieron al galope de las caballerizas, derechos al centro de la plaza.

Bajo el cegador destello que descendía de entre las nubes, blancas y espumosas que poblaban la bóveda celeste, el fuego de la hoguera comenzó a extinguirse."


Con la respiración agitada, furioso consigo mismo y con el mundo, corrió a mirar por la estrecha ventana.
El foro estaba desierto. Los campesinos habían huido de la intempestiva carrera en que se habían enfrascado los equinos, dejando en el enlosado poco más que los rescoldos en la pira, insuficientes para reavivar la llama que había estado punto de reducir a Keira a cenizas.

Frente a ella, con el rostro rojo y contraído por la rabia, el hijo del noble que la acusó de brujería.