jueves, 16 de diciembre de 2010

El coleccionista de Sueños

El Armario

El apartamento estaba vacío. Vacío y sucio, como si nadie en décadas hubiera pasado por allí. Ajadas cortinas de gruesa tela, agujereadas por las polillas y los roedores que campaban a sus anchas por las habitaciones, dejaban filtrar tenues rayos de luz al espacio desierto que se abría ante ellas.

Pese al caos y al desorden, el viejo dueño del edificio habría jurado con la mano en la biblia que todas las semana, sin falta desde hacía años, el alquiler del 8º F aparecía puntual en su puerta, los Domingos por la mañana.
Siempre.

Del cuarto lleno de mugre que en algún momento había sido la cocina, una sombra alta y delgada, cubierta por una larguísima capa de tela negra con capucha, salió con paso lento, apoyando su peso en un bastón de nudosa madera.
Caminaba despacio, con el rostro tapado hasta la nariz, el cabello blanco y lacio cayendo en cascada hasta sus hombros.

Sin prestar importancia a la casi sólida oscuridad que reinaba en el piso, o a las telarañas que habían invadido la totalidad de las paredes de escayola, la misteriosa figura cruzó la habitación desértica, levantando enormes nubes de polvo allí donde ponía los pies.

Con tranquilidad y calma, el anciano se paró erguido en una esquina, apartando con una delicadeza inaudita la araña que colgaba del techo, frente a él. Con dificultad, se agachó para dejarla en el suelo, observándola corretear tan lejos como sus minúsculas patas le permitían antes de levantarse de nuevo y encarar la pared.

Prácticamente inapreciable, cubierto de polvo y gravilla, un pequeño armario de metal permanecía semioculto en aquella zona del apartamento. Era el único mueble presente en toda la casa.

El encapuchado extrajo una diminuta llave de plata de los pliegues de su túnica, la metió en la cerradura y giró suavemente hasta oír el chasquido de los engranajes. Las puertas se abrieron solas.
El interior estaba dividido en dos partes, justo por la mitad. A la izquierda, un colgador que apenas le llegaba a la altura del pecho, exhibiendo varias perchas con capas y túnicas idénticas a las que llevaba puestas. En la derecha, apenas dos baldas con algunas fotografías y un par de cajones chapados en aluminio.

La huesuda mano del anciano acarició el marco de uno de los cuadros y lo empujó con cuidado hacia el fondo del armario. En la estancia vacía, hizo eco el ruido de las poleas al girar.
Tras las ropas del colgador, la pared metálica comenzó a ascender de forma torpe, luchando contra el óxido de las guías y arrancando chirridos de los laterales, hasta dejar a la vista una pequeña entrada a un pasadizo oscuro y estrecho. Escaleras imposiblemente inclinadas desaparecían en la negrura del pasaje, descendiendo hasta donde alcanzaba la vista.

No muy lejos de la puerta oculta, una antorcha de cristal transparente colgaba de la pared. El hombre la agarró con fuerza en el puño, y un fulgor tenue iluminó el pasillo frente a él.
Cerrando el mueble a sus espaldas, el encapuchado comenzó a bajar las escaleras paso a paso, piso tras piso, hasta llegar a una profundidad casi equivalente a los sótanos del edificio.

La habitación que se extendía entonces ante el anciano estaba repleta de estanterías, cada una de ellas repleta de cientos de esferas de vidrio, del tamaño del puño de un niño.
Colocó la antorcha de cristal en uno de los soportes de la pared, y el brillo mágico que despedía se desplegó inmediatamente hacia la media docena de artefactos idénticos que ocupaban atriles a lo largo del ancho cuarto.

A la luz sobrenatural de los cristales, en las miles de esferas alineadas por las distintas baldas comenzó a surgir una niebla, desde el mismo centro hasta llenarlas por completo. En algunas, el humo era blanco como la nieve, en otras gris, y en las menos, negro como el carbón.

Eran sueños, y pesadillas, de toda una vida como viajero errante.
Sueños de niños, de jóvenes y de adultos, de viejos. Ilusiones, pesadillas que quitaban el aliento con solo acercarse a observar su esencia.
Toda clase de fantasías y ensoñaciones encerradas en aquella habitación.

El anciano se acercó a una de las estanterías más alejadas de la puerta de entrada, y colocó con cuidado dos nuevos orbes en sendas bases de plata grabada.

martes, 30 de noviembre de 2010

Estigia

Como un gato juega con la comida, haciéndola pensar que tiene posibilidades de sobrevivir, así se recrean las Parcas antes de dejar caer las almas a la noche sin fin de la Laguna.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Eternal Sight

Papeles en Blanco

Recostado sobre el deteriorado escritorio de madera, el joven escribía a grandes trazos en un pedazo de pergamino.
Tenía prisa, y apretaba la pluma con más fuerza de la que debería. Si no hacía algo rápido, no serviría de nada.

Tras el, fuera del pequeño cuartucho de roca gris y desgastada, el fuego danzaba en una pira en el centro de la plaza, arrojándole sombras siniestras a la vez que el viento primaveral le llevaba los gritos aterrados de la joven que estaba a punto de morir en la hoguera.
Y todo por su culpa.

Las gotas de sudor que resbalaban por su frente amenazaron con emborronar los pocos garabatos que ya había en el papel, y el joven se secó con la manga de la sucia camisa para tratar de evitar el desastre.

Sacó la pluma del tintero. Las manos le temblaban.
Trató de contener las lágrimas mordiéndose la lengua, pero solo consiguió hacerse daño, haciendo todavía mas complicado el evitar ponerse a llorar. Su padre siempre decía que los hombres no lloraban. Otro fracaso más que añadir a su lista.

Rechinó los dientes mientras balanceaba la pluma entre los dedos, esperando a que se le ocurriera algo. Tenía que hacerlo, tenía que escribir. Y pronto. Pero se le había quedado la mente en blanco.

Completamente histérico, se levantó de la silla y miró por la ventana. Deseó no haberlo hecho.
Mientras los alaridos de la muchacha le perforaban los tímpanos, y los gritos de los aldeanos le provocaban náuseas, en el mismo instante en que se atrevió a asomar la cabeza por el ventanuco del pequeño cuarto, pudo ver como la gente del pueblo, sus familiares, amigos y conocidos, amenazaban de muerte a la joven atada en el centro de la pira, agitando puños, horcas y azadas.

Destrozado, volvió a dejarse caer en su asiento.
Todo aquello era culpa suya, por su estúpido intento de impresionarla. Un simple truco, a simple vista inofensivo, que había despertado las sospechas de la gente menos indicada. Y ahora apenas tenía unos minutos para arreglarlo, o Keira moriría.

"La hoguera crepitaba a su alrededor.
Las lenguas de fuego lamían sus pies descalzos."


Lo tachó. Se tapó la cara con las manos en un gesto de desesperación, dejando un largo rastro de tinta por su mejilla.
Su respiración se agitó, mientras trataba de poner en orden sus pensamientos. No tenía que darle forma, ni tratar que pareciese real. Solo escribir lo que quería que pasara, y pasaría. Como las otras veces.
Respiró hondo y mojó la pluma en el tintero.

"Estaba tranquila. No sabía porqué, pero de repente ya no sentía miedo.
Dejó de gritar, y de toser. Respiraba con normalidad."


Los chillidos de dolor de Keira fueron sustituidos por los insultos y vejaciones de todos campesinos que asistían a la ejecución. Apretó los dientes.
El miedo y la culpa dejaron paso a una rabia incontrolable.

"A pesar del sol abrasador que iluminaba la aldea, las llamas no parecían tan ávidas por consumir la pira como lo estaban momentos antes. Se dio cuenta de que, donde anteriormente la quemaban, ahora solo notaba un leve cosquilleo que suavizaba el sufrimiento que le provocaba aquel calor asfixiante.

Una luz brillante descendió hasta ella desde el cielo, como el foco de una gran obra de Teatro presentando a su estrella principal; y al mismo tiempo, un relámpago calcinó la hierba seca de un establo cercano, seguido de cerca por un estruendo atronador.

El populacho enmudeció."


Sintió la tentación de volverse y asegurarse de que había funcionado, pero todo estaba en silencio y el peligro aún no había pasado.

" Los caballos se encabritaron. A coces, destrozaron los pesados portones que los mantenían prisioneros, y salieron al galope de las caballerizas, derechos al centro de la plaza.

Bajo el cegador destello que descendía de entre las nubes, blancas y espumosas que poblaban la bóveda celeste, el fuego de la hoguera comenzó a extinguirse."


Con la respiración agitada, furioso consigo mismo y con el mundo, corrió a mirar por la estrecha ventana.
El foro estaba desierto. Los campesinos habían huido de la intempestiva carrera en que se habían enfrascado los equinos, dejando en el enlosado poco más que los rescoldos en la pira, insuficientes para reavivar la llama que había estado punto de reducir a Keira a cenizas.

Frente a ella, con el rostro rojo y contraído por la rabia, el hijo del noble que la acusó de brujería.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Resurrección III

Alix gruñó.

- La golpeaste en la cabeza.

- Es lo primero que se me ocurrió.- Se justificó.- Pero tú no eres ella. ¿Porqué te importa tanto?

- La necesito.- Respondió escuetamente.- -y tú, ¿Quién eres? Reconozco tu cara, pero no guardo sus recuerdos.

- Nisha.- Contestó arrugando la nariz.

Habían llegado al otro lado de la isla casi sin darse cuenta. No era demasiado grande, pero lo que le había dicho Alix era cierto. No había ningún portal allí. No podían salir.

- Sheene.- Aunque no era necesario, el espíritu de hielo se presentó.- Espíritu elemental de…

- Sé quién eres.- La interrumpió con brusquedad.- La guerrera del principio de los tiempos.

Shenne asintió. Notaba los músculos entumecidos, como si el frío de su alma comenzara ya a consumir el cuerpo de Alix.

- No puedo seguir así mucho tiempo.- Advirtió la joven examinándose las manos.

- Entonces tendremos que salir rápido de aquí. Razonó la rubia, rompiendo un cascote de un puñetazo.- ¿Cuánta agua puedes congelar?

La elemental comprendió enseguida lo que se proponía, y su mirada glacial se perdió en el horizonte del mar que las rodeaba.

- No la suficiente.

- ¿Hasta la próxima isla?.- Negó con la cabeza, sin mirarla.- ¿Y la espada?

- No tiene tanto tiempo. Y ella no puede sujetar mi espada.

La semidemonio suspiró, derrotada. Echaba de menos a Akira. Y entonces se le ocurrió.

- ¿Existe la forma de que las dos estéis despiertas?

La muchacha la miró extrañada.

- No veo como puede ser eso posible. Ni siquiera sabe que existo. Además, dudo que su cuerpo mortal pudiera soportar el frío de dos almas conscientes.

- Ella tiene poder sobre el fuego.- Se sorprendió a si misma rebatiendo a la guerrera.- Dos esencias opuestas tal vez podrían neutralizarse lo suficiente para que un débil cuerpo humano lo soporte.

Shenne la miró ceñuda.

- ¿Fuego?.- La sorpresa que imprimió al rostro de Alix casi hacía olvidar la escarcha que ya empezaba a cubrirle la piel.- Nunca había tenido un huésped que no fuera de hielo. Es extraño. No debería poder….

- Pero puede, ¿no? Es posible que tenga razón.- Se apoyó en una roca flotante, mirando al cielo despejado.- No me malinterpretes, me importan poco las razones por las que eso pueda pasar. Pero quiero salir de aquí.

- Bien.- La elemental no dio señales de que sus palabras la hubiesen molestado.- Pero eso deberías decírselo a ella.- Y antes de que la semidemonio pudiese abrir la boca, Sheene volvió a introducirse en la espada helada, y el cuerpo de Alix cayó inerte al suelo pedregoso.

Nisha maldijo su suerte, tratando de prepararse para la avalancha de emociones que bullían en la mente de Alix. Pero le fue imposible.
Cuando se levantó, los pensamientos incoherentes de la joven la golpearon con la fuerza de un huracán en cuyo centro estuviera su cabeza tratando de amortiguar el viento con un parasol. Dio un paso hacia atrás de la impresión.

- Si vuelves a empezar a parlotear, o intentas abrazarme, te juro que te dejaré inconsciente otra vez, y no seré tan amable.- Amenazó adelantando la mano con la que sujetaba el colgante de piedra verde, y el brazo amputado de su padre colgando con rigidez cadavérica.

Alix se frotó la cabeza en el lugar del golpe y sonrió tímidamente.

- Lo siento. Llevaba mucho tiempo sola aquí.

- Me da igual.

Puso los ojos en blanco y se giró en redondo para arrodillarse en la playa de arena negra. Suspiró. ¿Se suponía que ella tenía que enseñarla a convivir con otra alma?
En aquel momento se percató de que aun sujetaba con fuerza el collar que le había arrebatado al Rey Demonio. La gema esmeralda, brillante, que pendía de uno de los extremos comenzaba a volverse translúcida, como el mineral de la que había sido forjada.

Con dificultad, separó los dedos de la mano cortada que aún sujetaba la cadena, y se colocó al cuello la gargantilla. Cerró los ojos, olvidándose de los estúpidos pensamientos que le llegaban desde Alix, sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, como la conciencia de Akira despertaba de su letargo.

Las orejas de gato que coronaban su cabellera descendieron hasta transformarse en humanas, y la larga cola fue desapareciendo al mismo tiempo que el cuerpo musculoso de un enorme felino se materializaba a su lado. Rozó su lomo con los dedos, sintiéndose completa de nuevo, fuerte, igual que antes. La figura que llevaba al cuello se había vuelto completamente transparente, incolora, como si aquello que guardaba en su interior ya no fuese a volver nunca mas.

Y como dándole la razón, Nisha se arrancó la cadena y la lanzó al agua, tan lejos como los músculos de sus brazos la permitieron llegar.
A lo lejos, escuchó la exclamación de Alix.

- ¿Cómo has hecho eso?

martes, 5 de octubre de 2010

Eternal Sight

¿Infinito?

Se tumbó en la cama, exhausta.
Cerró los ojos tratando de descansar, pero las visiones seguían llegando a su mente una tras otra, impidiéndole conciliar el sueño.
Suspiró. Estaba harta de todo aquello, harta de la magia, de los mundos y de los velos.

Su madre y su abuela le habían enseñado todo lo que sabía acerca de la Mirada Eterna, acerca de su poder y de su alcance.
Pero, como todas las magias poderosas, la suya se saltaba una generación. No podían existir dos huéspedes en el mismo espacio y tiempo.

Por eso, aunque su madre la había instruido lo mejor que había podido, no conocía los verdaderos efectos que el poder tenía sobre ella cada vez que lo utilizaba. Su abuela habría sabido mejor que nadie las razones por las que le pasaba aquello, y también como enfrentarse a ello. Pero el poder la había matado a principios de su quinto invierno.
Para transmitirle a ella la magia, para que Shana heredara sus ojos.

Las lágrimas pugnaban por superar la barrera de sus párpados, pero se lo impidió. Tenía una responsabilidad y, por mucho que le pesara, debía hacer honor a ella. Su abuela lo habría querido así.
Sintiéndose completamente sola, se incorporó y dejó que las visiones la llenaran.

El horror se instaló en su corazón, como una pesadilla cuyas garras amenazaran con arrancarle las vísceras. La escena que presenciaba, en un trance tan real como su propia vida, le heló la sangre.

Al contrario de lo que solía suceder, no era una simple espectadora de lo que ocurría. Sentía el fuego en su propia carne, ascendiendo por la pira de madera y paja seca, calcinándole la piel. Notaba las ataduras entorno a sus tobillos y sus muñecas, tan prietas que le hacían daño. Sus pulmones se llenaban poco a poco de humo y ceniza.

Apenas consciente, se obligó a mirar a su alrededor. Debía reconocer el lugar para poder localizar aquel velo.
La plaza parecía anclada en algún momento de la época medieval, así como sus costumbres. Frente a ella se congregaba un gran tumulto, campesinos pobres en su mayoría, gritando insultos, pronunciando blasfemias y arrojando fruta podrida. Tras ellos, las casas eran de adobe y madera.

Una manzana sorprendentemente dura le acertó en el estómago, dejándola sin respiración.
Trató de respirar hondo, pero un violento acceso de tos amenazó con ahogarla.

Se obligó a despertar. Cuando lo hizo respiraba con dificultad, como si el aire limpio del pequeño cuarto no llegase a saciar sus pulmones.
Inquieta, se levantó de inmediato y salió corriendo de la precaria cabaña que hacía las veces de hogar. Necesitaba el Atlas de los Mundos, una colección de volúmenes inmensos donde todas las anteriores poseedoras de los ojos habían descrito la infinidad de realidades que ocupaban su espacio.

Cuando llegó, sin aliento, a la enorme biblioteca pública que se erigía a pocos kilómetros de su casa, aminoró la marcha para recuperar el aliento. Estaba llena de gente.
Inspiró hondo y cruzó la estancia como una exhalación, frenando de golpe frente a una diminuta puerta de aspecto irregular. La mirada furibunda de la bibliotecaria la hizo estremecer. Aquella mujer le daba miedo.

Cogió aire justo antes de entrar en el minúsculo habitáculo, cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros. En el interior, un hombre de pelo cano sentado en una de las dos sillas situadas frente a la única mesa de la habitación, carraspeó y se coloco las gafas sobre la nariz.

- Shana.- Sorprendido, se levantó del sencillo taburete de madera.- Tu mandre me dijo que estabas indispuesta.

La chiquilla asintió, ruborizada.

- No me encontraba bien.- Se mordió el labio inferior, inquieta.- Pero es que necesito el Atlas.

El anciano se rascó el mentón.
Con la mano apoyada en la gruesa mesa de roble, la miró con detenimiento por encima de los cristales.

- El Atlas de los Mundos.- Reprimió un acceso de tos.

La muchacha asintió al tiempo que el hombre se acercaba a la alta repisa que se erigía tras él para rozar los lomos de los libros con las yemas de los dedos.

- ¿Qué volumen quieres?¿Qué mundo buscas?

Shana se retorció las manos, nerviosa.

- No lo sé. Parecía medieval.

El anciano le dirigió una mirada de reproche, volvió a fijarse en las encuadernaciones y eligió seis volúmenes que apiló en la mesa. Luego los dividió en dos grupos y señaló un asiento a su lado.

- Vamos.- La ordenó apremiante.- Te ayudaré a buscar.

La niña asintió.
Los libros estaban divididos por algo parecido a capítulos. En primer lugar se referían a la existencia de magia tras el velo, pero en aquel momento, ese criterio no les servía de mucho. No tenía ni idea de si el mundo que había visto era o no mágico.

El siguiente punto se basaba en los tiempos, tomando como referencia su propio mundo. Ese era el que tenía que mirar.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Oscura Eternidad

Little Lillith

Dead in her teen ages,
trying to live in the dark
Without sun, never again,
without love and without friends,
All alone, in her death...
Without light... Never again.


With red crimson eyes,
sharp, dangerous fangs,
all dressed in black,
evolved in a scarlet light.

Surrended to the Moon kingdom,
rejected by the Sun,
Small little girl,
cursed on the eternal night

La eternidad puede ser traicionera.

Demasiado tiempo en soledad, pensando, recordando por mil veces los mismos detalles. Lillith había recogido del suelo un pequeño cuaderno escrito con letra infantil. Alguien se había colado en la mansión aparentemente abandonada mientras ella dormía.

Lo abrió con curiosidad, extrayendo un par de hojas, algunas fotos y un DNI, todos con la misma imagen de una chica morena, pintada de blanco y maquillada de azul oscuro y negro.
Los piercings que decoraban su boca y su ceja le arrancaron una mueca de disgusto y dolor. Hacía muchos años que no salía al exterior.
La curiosidad le corroía por dentro.

Sonrió. Estaba segura de que no era la primera vez que entraban en su casa, y por supuesto, tampoco la última. Aquella niña volvería, aunque solo fuera para recuperar sus pertenencias. Y ella la estaría esperando.

Aquel día no dormiría. Se ocupó de esconder su lecho acolchado tras una puerta oculta por un tapiz de estilo victoriano, y abrió su armario en busca de trajes lo suficientemente bien conservados para poder cambiar su viejo vestido verde por uno más elegante.

Recogió un poco las habitaciones, notando con desagrado que faltaban algunos objetos, y muchos otros habían sido cambiados de sitio. Sintió especialmente la pérdida de un relicario de plata pulida, que acostumbraba a estar colgado en el candelabro del salón, justo encima de la chimenea.

Con forma de óvalo, grabado en finos relieves sobre el metal se hallaba su nombre completo, y en el interior, dos fotos en blanco y negro que había introducido cuidadosamente cuando aún era una chiquilla humana de escasos 16 años.

Encendió la chimenea con unas hojas secas y dejó un par de troncos en posición para más tarde. Cuando todo estuvo como ella quería, se internó en la biblioteca, y prendiendo también la lumbre que se escondía entre las estanterías, recogió el libro que había estado leyendo y se recostó en el antiguo sofá de terciopelo rojo que constituía la única decoración de la inmensa sala, a excepción de la pequeña alfombra colocada a sus pies.

martes, 7 de septiembre de 2010

Oscura Eternidad

Madelaine

Pegó una patada a la pata del pupitre, interrumpiendo con el sonido metálico la lección de su profesora de inglés.

Las miradas convergieron en ella, arrancándole media sonrisa que escondió como pudo entre los mechones de pelo que le caían sobre el rostro.

Estaba molesta por haber tenido que quitarse el cinturón, las pulseras, y en definitiva, todo aquello metálico o punzante que usualmente llevaba encima para decorar su vestuario. Después del follón que se había montado en el pasillo la semana anterior, le habían prohibido la entrada al instituto con cualquier cosa susceptible de ser utilizada como arma.

Menos las botas.

Repitió la operación en la mesa, ganándose una expulsión para el resto de la clase que aceptó sin muchas pegas. En realidad había quedado en cinco minutos a las puertas del centro, y llevaba toda la tarde intentando ganarse aquella amonestación.

Caminó directamente hacia el despacho del director, entrando sin llamar para recuperar sus pertenencias.


- Madelaine Ricco.- La nombró el anciano sin levantar la vista de los documentos que poblaban el escritorio.- En esa caja de ahí.- Señaló algún lugar detrás de la puerta.

- Gracias.- Respondió ella. Le caía bien aquel hombre.


Comenzó a rebuscar entre decenas de objetos poniéndose anillos, brazaletes, hasta llegar a un cinturón de balas y un par de adornos para el pelo repletos de púas.
Cuando salió de la sala, no parecía la misma.

Conectó el sonido del móvil mientras marchaba hacia la salida, y paró un momento en la taquilla para dejar los libros que se había llevado del aula. La agenda fue a parar a su mochila.


- Maddy Crow!!!.- Escuchó el grito desde el aparcamiento, y sonrió.


El chico que la esperaba apoyado en la puerta delantera de un viejo y destartalado descapotable vestía de una forma tan extravagante como ella.

Con toda la nuca y la parte de atrás de la cabeza rapada, solo le quedaba largo el flequillo, cuyas puntas estaban teñidas de un rubio platino que desentonaba enormemente con sus prendas oscuras. El cabello que le quedaba, marrón oscuro, le caía en diagonal sobre los ojos y a ambos lados detrás de las orejas, dándole un aspecto entre dejado y rebelde del todo acorde con su vestimenta.

Le alcanzó y entró en el coche, apretándose entre la puerta y las cuatro personas que viajaban en el asiento de atrás.


- Y ahora, como regalo de cumpleaños…- El interior del auto se llenó de vítores que ahogaron el ruido del motor.- ¡Vamos a llevar al cuervito a la mansión!


Sonrió. Supuso que tendrían algo preparado allí, ya que no era la primera vez que pasaban por aquella casa abandonada con fachadas del siglo anterior. Estaba situada a las afueras de la ciudad, en una zona muy poco concurrida ideal para juntarse una noche de sábado antes de salir.

Aparcaron detrás de la vieja vivienda, en el pequeño jardín que la rodeaba, y salieron, uno a uno, los siete adolescentes hacia el extenso porche de entrada.


- ¡Voy a cerrar la verja!- Gritó uno de los chicos, corriendo hacia las vallas que rodeaban la propiedad.

- ¡A taparse los ojos!- Exclamó otro, que automáticamente cubrió los ojos de Madelaine con un pañuelo negro.

- ¿Aker?.- La muchacha trató de no perder el sentido de la orientación, pero la oscuridad, el mareo y la falta de visión se lo complicaban.


La hicieron entrar a ciegas, sin decirle una sola palabra, hasta llegar a un punto del interior que no supo ubicar con exactitud. Alguien, desde atrás, le desató la venda que llevaba en la cara, dejándola ver el salón de aspecto decrépito y sombrío que habían decorado para ella.

Las telarañas falsas, junto con las de verdad, colgaban por doquier y las lámparas de aceite estaban encendidas y colgadas en la pared.

En el centro de la mesa, que abarcaba casi toda la longitud de la habitación, habían colocado el candelabro de seis velas que solía estar en la chimenea, y en el pie del centro, enrollado en la cera medio derretida, un relicario en forma de lágrima de plata con una gema de color negro engarzada justo en su centro.


- Para ti.- Dijo Aker, despegándolo de la vela y entregándoselo.- Tu regalo.

- Que morro!- Rió ella, colgándoselo al cuello.

- Hemos traído un montón de comida.- Anunció una chica tras ella, poniendo un montón de bolsas sobre la mesa.- Blood trae más.


Maddy sonrió de nuevo. Decididamente, no podía tener un 17 cumpleaños mejor.


- ¿Qué has traído?- Preguntó curiosa mientras se acercaba a su amiga para echar un vistazo a los paquetes.

- Siéntate y lo verás.- Respondió dándole un manotazo.


Lo hizo. Se sentó en la cabecera de la mesa, siguiéndole el juego al joven que, burlonamente, le ofrecía asiento.

Ash y Aker a su lado, luego Dark, Blood, Mist y Sick. Siete en total, y solo dos chicas.

Miró al vacío mientras desenvolvían la comida, divagando, pensando en aquellos motes que habían elegido – o los otros habían decidido por ellos – y en las razones por las que los pronunciaban con orgullo. O al menos, casi todos lo hacían.

Recordaba por que Sick se llamaba así. Era irónico pensar que la razón de aquel sobrenombre no fuese otra que el hecho de que el pobre muchacho pasara mas tiempo en el hospital que en su propia casa. La verdad era que siempre había sido un chico enfermizo. De salud frágil.

Ciertamente, a veces eran crueles.

Y estaba Ash, su mejor amiga. La única chica del grupo, aparte de ella por supuesto. Tenía una fijación casi obsesiva con reducir a cenizas cualquier cosa susceptible de ser incinerada. Un peligro con cerillas en el bolso, preparada siempre para cualquier pelea en la cual sacar a relucir su hobby preferido.

Aker, fanático de la mitología oscura, Dark, al que casi habrían tachado de fotofóbico de no ser porque, una vez a la semana, salía a la calle antes de que cerraran la tienda de comics de su calle. Blood y su maldito gusto por el cine gore.

Y Mist, siempre con el cigarrillo en la mano, el terror de los asmáticos. Y de Sick.

Luego estaba ella. Ella era Crow, o el cuervo, como la película donde murió Brandon Lee. Y es que parecía tener una capacidad asombrosa para atraer a aquellos pájaros de mal agüero a donde quiera que estuviese.

Se escuchó un graznido, y la mesa se llenó de carcajadas.

sábado, 14 de agosto de 2010

Resurreccion II

Su cuerpo entró en suspensión. Nisha maldijo en cien mil lenguas arcanas la estupidez que había cometido, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. Guardó rápidamente ambas armas en sus fundas, preparada para cualquier cosa. Nunca antes había entrado de aquella manera en un portal de teletransporte.

Y de repente, comenzó a caer. Caía y caía, sin ver nada mas que aire a su alrededor. Haciendo cabriolas logró mantenerse recta, cuando empezó a ver rocas y guijarros cada vez mas grandes, tratando de no chocarse con ninguno hasta que divisó el suelo pedregoso y gris a varios kilómetros de distancia.

Sujetándose a varias rocas de gran tamaño que flotaban en su descenso, frenó su caída lo suficiente para ir saltando sobre unas cuantas considerablemente grandes, aterrizando suavemente a cuatro patas en una zona libre de obstáculos.

Sacudió la cabeza para terminar de despejarse, y se enderezó bruscamente para examinar la isla a la que había llegado. Apenas se había levantado cuando notó el filo de una espada helada rozando su cuello, dejando un fino hilo de escarcha que se extendía poco a poco por su piel.

Alerta, dio una voltereta alejándose del peligro, volviéndose de nuevo para encarar al desconocido con la manode su padre balanceandose violentamente en la cadena que sujetaba entre los dientes.

Gruñó, enseñando los colmillos... Y la sorpresa al ver el rostro de la muchacha que la amenazaba con gesto fiero, con la espada de hielo aferrada en ambas manos, casi la hizo perder su trofeo.
Se trataba, sin duda alguna, de aquella chica torpe que habíaq acompañado al grupo durante la gran lucha. Alix se llamaba, y, si no recordaba mal, la había utilizado varias veces como escudo humano.

Se mordió el labio, buscando aquellas sensaciones ajenas a las que comenzaba a acostumbrarse, tratando de averiguar si aún le guardaba rencor, pero no conseguía sentir nada.
Se fijó sin perder la postura defensiva en el rostro de la guerrera, y la encontró extraña. Su expresión era mas agresiva que la última vez que la vio, su piel estaba azulada y desprendía vapor del mismo modo que su arma.
Y su pelo, sus cabellos castaños, recubiertos de escarcha enmarcando unos ojos de color azul glacial.

Se incorporó despacio, sin romper el contacto visual. Su cola de gato se enredo delicadamente en el muslo desnudo, y dejó caer la cadena que sujetaba con los dientes para cojerla al vuelo con la diestra.

- Interesante.- Dijo en voz alta, ladeando la cabeza.- Tu cuerpo se congela.
La muchacha no dejaba de apuntarla con el arma. No parecía reconocerla, lo que, en un primer momento, interpretó como buena señal. Sin embargo, no podía dedicarse a buscar una salida con una mocosa persiguiéndola por toda la isla.

- Hagamos un trato.- Comentó alejando la mano izquierda de su espalda, preparada hacía rato para desenfundar la espada.- Tu dejas de apuntarme con eso, y yo no te tocaré un pelo.- Sonrió cínicamente, mostrando los colmillos por la comisura de los labios.

Alix guardó la espada en su cadera sin dejar de mirarla con desconfianza. Y de pronto, sin previo aviso, se desmayó. La semidemonio arrugó la nariz, totalmente descolocada.
No la recordaba tan rara.

Avanzó hacia ella sin preocuparse, decidida a sacudirla con el pie a ver si se levantaba, cuando una marea de pensamientos la golpeó de lleno.
Primero se mareó, y tuvo que buscar apoyo en una de las rocas flotantes que pasaba cerca de ella. Y antes de que emitiese quejido alguno por el intenso dolor de cabeza que le provocaba la conciencia despierta de Alix, la joven ya se había levantado del suelo, y corría para abrazarla.


Se la quitó de encima sin miramientos y se alejó de ella en el mismo momento en que empezaba a hablar emocionada. La rubia maldijo su suerte, suspirando con desesperación


- ¡Nisha!¿Sabes? Llevo aquí tanto tiempo que perdí la cuenta, pero ahora ya da igual, porque has llegado tu, y seguro que encuentras la forma de sacarnos, porque aquí no hay ningún portal, ¿sabes? Y yo ya he intentado regresar a mi piedra, pero no sé porqué no me acuerdo de lo que pasa cuando lo intento…


En ese momento dejó de escuchar. Entre la frase continua de Alix y la cascada de sensaciones que percibía de golpe, temía perder el control. Pero no se callaba.

Harta, anhelando el silencio anterior a su despertar, cogió una piedra del suelo, y sin poner demasiado empeño, golpeó a la muchacha en la cabeza dejándola inconsciente.

Suspiró, disfrutando de la tranquilidad. Con la roca aun en la mano, escuchó los movimientos de la guerrera al levantarse, y giró la cabeza para no perderla de vista.


- Así me gustas mas.- Comentó, dejando caer la piedra al observar como sus cabellos volvían a cubrirse de hielo.
La joven la miró con furia. Desenfundó de nuevo el arma deseosa de cobrarse el golpe que la semidemonio le había propinado en la nuca. Pero Nisha se dio la vuelta, sin querer entrar en combate con la guerrera.


- No sabes lo que es aguantarla.- Y comenzó a andar en dirección contraria.
Alix entrecerró los ojos recelosa, pero guardó el arma y la siguió.
- Tú misma lo notaste. Su cuerpo se congela.- La alcanzó para caminar a su lado.- No puedo poseerla constantemente. Si no quieres oírla hablar, haz que se calle.
- Eso hice.- Sonrió divertida.- Y apareciste tú.

viernes, 6 de agosto de 2010

Nunca

Pensamientos indignos de mención,
las sombras danzan a mi alrededor.
Pierde por momentos la razón,
locura, musa de mis recuerdos,
gritas al cielo que mi fe a muerto,
la cordura clama mi redención.

No! Dices que no entiendo,
que tus palabras se las lleva el viento,
no es culpa mía tu incomprensión.
Avala el tiempo que es escaso mi aliento,
dime, ¿no es cierto? No.

Vuela, busca el sentido de la realidad,
llamame loca, tal vez; nada es verdad.
Roza con las yemas de los dedos la ilusión,
álzame del suelo, escucha mi canción.

Dime si es verdad que mis sueños están vacíos,
si es cierto que la noche se ha instalado en mi destino,
si la melancolía yace en el fondo de mi mirada,
o soy yo la que oculta el rostro cuando despunta el alba.


Nunca creas que la razón puede devolverte a la vida,

nunca caigas en la tentación de rendirte a su canción.
Nunca pienses que la cordura es el aliento de tus días,
que la musa de la locura vive de sueños y de ilusión.

No es verdad que la realidad sea alimento del destino,
ni es cierto que los recuerdos curen heridas de desilusión.
No dejes jamás que tus anhelos beban del ría del Olvido,
que la melodía que surge del tiempo crece en las rocas de su interior.

Si es cierto que la ilusión languidece en mis palabras,
si la melancolía ha hecho de mis recuerdos su hogar,
si es verdad que los sueños ya no guían mis mañanas,
si el destino se ha cebado en mis poemas sin cesar.

Si la imaginación me ha desterrado por siempre de la fantasía,
si las alas de mi mente se han desgarrado al despegar,
si mis nubes son ahora niebla que ciega mis locuras,
si los recuerdos se han marchado al dominio de lo irreal.

Si es cierto que las sombras me arrastran hacia el suelo,
si la razón acaba con mis ansias de volar,
si es verdad que la cordura atrapa mi musa en su seno,
si las palabras no recogen mas que restos de soledad.

Dime si es verdad que mis sueños estan vacíos,
si es cierto que la nada se ha instalado en mi destino,
si la melancolía yace en el fondo de mi mirada,
o soy yo la que oculta el rostro cuando despunta el alba.

Rendirse es morir en vida, regalar la victoria a la desesperación.
¿Recuerdas esta canción?

jueves, 1 de julio de 2010

La Profecía

El vestido de fino lino ondeaba rozando sus piernas delgadas, a medida que avanzaba cautelosa hacia su destino. Caminaba despacio, con los profundos ojos negros fijos en ninguna parte, dejando vagar la memoria por las polvorientas calles del pequeño pueblo.

Recordaba que antaño fue un lugar hermoso, cuyos edificios de piedra blanca formaban un paisaje en perfecta armonía con el bosquecillo que lo rodeaba. Los templos, decorados con columnas de mármol al estilo corintio, reforzaban aun más el encanto helénico que poseía la ciudadela.

Ahora, las ruinas llenaban el pueblo, y la vegetación había comenzado a conquistar los suelos empedrados. Entornó la mirada y escrutó los alrededores con detallada atención.
En el fondo del poblado, tras las columnas destrozadas de lo que en algun momento, años atrás, hubo sido un pequeño panteón que cobijaba a la mayor vidente de los dos continentes, se hallaba la persona que buscaba.

Nunca la había visto, en los largos años que había pasado en la superficie pero, no obstante, habia oido hablar de ella a miles de viajeros que peregrinaban hasta la Isla Áthora solo para poder consultarle sus angustias.

Y ahora era ella la que, sin saber exactamente la razón, caminaba con el rostro oculto bajo la capucha de su túnica por aquel pueblo deshabitado hacía décadas. Ahora, era ella la que buscaba el consejo del Oráculo, algo que Gabriel, estuviera donde estuviese,estaría disfrutando como una golosina en las manos de un niño.

Aceleró el paso al escuchar un ruido a sus espaldas, y su cuerpo grácil y delgado se deslizó por el sendero con una ligereza inaudita.
Había salido sola. Nadie en la Torre sabía donde se encontraba, y había cambiado su colgante de ópalo por el diminuto collar de cornalina que ocultaba las auras demoníacas.



Su rostro, lo único que podría descubrirla, llevaba tapado bajo sus prendas la totalidad del viaje, tanto por tierra como por mar. Y desprovista de la seguridad de su propia identidad, la Princesa Oscura se internaba inquieta en el frondoso bosque de setos y hiedras que habían cubierto las paredes rotas del antiguo panteón.

- Te esperaba...
La voz, infantil, suave y serena, salió de algún sitio que no lograba identificar. Se hallaba en el mismo centro de una plataforma circular, algo alzada del suelo, rodeada de vegetación y pedazos de columnas jónicas destartaladas. Pero no era capaz de ubicar la voz de niña que hacía eco a su alrededor.

Alzó las manos despacio, levantando la vista orgullosa y recorriendo con la mirada cada recoveco de las ruinas del pequeño templo. Se bajó la capucha, descubriendo su rostro de piel pálida y rasgos finos y delicados, cuyos ojos oscuros como un pozo sin fondo poseían el brillo de la inteligencia sobrenatural.

En la lejanía, oculta tras pedazos de muro derruido, se ocultaba una chiquilla de corta edad, de cuerpo tan blanco como el suyo, cabellos lacios, largos, del color de la niebla matutina. Y la mirada perturbadora de quien no ve sino con el alma, poseía encerradas en sus pupilas las volutas de humo mas puro que jamás hubo de volver a ver.

Quiso avanzar, acercarse a ella, pero no le hizo falta. La muchachita se había colocado a su lado tan rápido que la unica evidencia de sus movimientos la daba el liso vestido blanco con que se cubría.
Clavo los ojos en los suyos, haciéndola estremecer. Y sin darla tiemo a preguntar, abrió la boca solemne, y con su vocecilla inocente comenzó a recitar:

"Tú que te amparas en la sangre y en la guerra, tú, que avergüenzas al Sol al pisar la arena.
Tú que dominas la noche y haces alzar las estrellas, dinos,
¿Traerás Luz o Cenizas a esta tierra?

Tú que naciste bajó un cielo hostil, tú, que te atreviste a levantar la mirada hacia un horizaonte sin fín.
Tú que hiciste renacer el mundo ante la atenta guardia de la Luna gris, contesta,
¿Traerás Luz o Cenizas a esta tierra?

Tú, Princesa Oscura, hija de la Noche y la oscuridad, decidirás el destino del mundo.
Escucha tus entrañas, tu vientre, escucha la voz de tu mente y responde,
¿Traerás Luz o Cenizas a esta tierra?"

martes, 22 de junio de 2010

El coleccionista de sueños

Ana pintaba.
Siempre le había gustado, desde niña, cuando admiraba las gráciles pinceladas de su madre mientras daba vida a miles de obras que luego acabarían apiladas en un rincón del desván.

Con ellos se había enamorado de los colores, de las luces, las sombras que emergían decididas de sus pinceles al crear frente a sus ojos todas aquellas maravillas. Y había seguido su ejemplo.
Todas las mañanas, con un lienzo colocado pulcramente sobre el caballete se sentaba frente a la ventana abierta y recogía su paleta de óleos para comenzar a trabajar.

Cerraba los ojos y visualizaba cualquier cosa. Un paisaje, una granja, un pueblo, una ciudad. Lo que fuera con tal de poder pintar.
Y su mano certera sujetaba el pincel con ligereza, lo deslizaba sobre la tela y trazaba con pulcritud pequeñas y finas líneas que formaban los detalles. Un poco de blanco para las luces. Negro mezclado con otros colores para definir las sombras.
Perfecto.

Bostezó y se llevó la mano a la boca, sin darse cuenta de que aun llevaba en la mano los instrumentos manchados de rojo carmín. El cielo de su cuadro era muy diferente a lo que podía ver a traves de los cristales, mas gris, mas oscuro. Mas triste.

Se preguntaba si algun día sería capaz de pintar como lo hacía su madre, de plasmar en sus dibujos todo lo que sentía al empuñar la paleta. Soñaba con un cuadro anónimo, un cuadro que pudiese competir con los grandes artistas que poblaban los museos de arte de las ciudades. Pero no era capaz de arrancar de su mente el miedo al fracaso.

Aquella pintura se sumó a muchas mas en algun rincón del ático de la vivienda familiar. A la mañana siguiente tenía que llevar al niño a la escuela, ir a la oficina y pasar toda la mañana recogiendo llamadas y citas para el dirigente del bufete de abogados donde trabajaba.
Con tanto stress era normal que no pudiera pintar.

Se tumbó en la cama, con los ojos oscuros abiertos y mirando al techo pintado de blanco, al lado del hombre profundamente dormido que roncaba medio enredado entre las sábanas. Una sonrisa triste anido en sus labios al girarse para verle, abrazarle y dejarse llevar al mundo onírico con la cabeza apoyada en su hombro.

”La niña de cinco años miraba con una curiosidad infinita las manos de su madre al deslizarse por la tela blanca del lienzo. Ella se observó a si misma, 25 años antes, y los ojos se le llenaron de lagrimas al comprender lo que había perdido desde entonces.

La inocencia, la pureza de su mirada, había dado un paso mas al frente, con el miedo, la experiencia, la decepción.
Por eso, pensaba, por eso no pintaba, por eso sus manos parecían atadas a aquel tiempo en que todo parecía mejor, en que no temía perder nada. Sus puños se cerraron con fuerza a ambos lados de la cadera, y se mordió el labio al comprender que aquello era algo de lo que jamás se podría librar.
O si.

A su lado notó una presencia extraña, y dio un respingo al hombre que se sentaba junto a ella, cubierto por ropas tan negras que se difuminaban con las sombras del jardín. Su rostro estaba al descubierto, y sin embargo, su mente no conseguía reconstruir sus rasgos para reconocer la identidad del desconocido.

- Yo puedo ayudarte.- Le dijo en voz baja, dejando caer las palabras como gotas de lluvia en verano.- Puedo ayudarte a pintar.
- ¿Quién es usted?.- Preguntó alarmada, sin entender como había podido aparecer un extraño en un sueño.- ¿De donde ha salido?
- Eso no importa, Ana, lo que importa es que puedo protegerte del miedo.- El hombre se levantó y la miró con sus ojos etéreos.- Dame la mano, y el fracaso no podrá rozarte de nuevo. No volveras a fallar, te lo prometo. Solo te pedire a cambio un sueño.

Ana le miró largo rato sin saber que hacer. No entendía. ¿Como era posible que un desconocido de un sueño le ayudara a no tener miedo, a no perderse a si misma por el camino? ¿Como, a cambio de un mísero sueño?
Pero entonces vio su mano, y supo que decía la verdad. Ya no le parecio tan extraño el hombre sin rostro, ni las palabras incoherentes que pronunciaban sus labios en el centro de su imaginacion. Y, sin pensarlo mas, estrechó su mano y cerró el trato, le entrego lo que quería a cambio de una vida de tranquilidad y alegría, sin fracasos que la persiguieran durante el resto de su existencia."


Se despertó temprano a la mañana siguiente, sin guardar recuerdo alguno del sueño de aquella noche.
Se despertó tranquila, con una sonrisa en los labios y ganas de empezar el día, de ir al trabajo y demostrar que podía hacer mas cosas que coger el telefono a un fiscal corrupto y prepotente.

Se levantó y caminó hacia la ventana, como muchas otras veces. Y cogio el pincel, y la paleta...y los tiró directamente al cubo de la basura.

- Mamá, ¿hoy no pintas?.- El niño de cabellos castaños y alborotados observaba sorprendido como el caballete y el lienzo a medio terminar acababan tambien el en contenedor que reposaba justo delante de la puerta principal.

- ¿Pintar? No...- Se rascó la nariz, como si hubiese olvidado algo importante.- Creo que voy a dejarlo del todo.

jueves, 17 de junio de 2010

Resurrección

En aquel lugar oscuro, lleno de odio y rencor, Akira luchaba por recuperar su identidad perdida.
Ahora que Nisha estaba libre de la influencia de su lado humano, había dado rienda suelta a toda la sed de sangre que un día las poseyera a ambas. Sin embargo, aquella esencia remanente de la pantera que poco a poco se abría paso en su mirada, trastocaba su mente de una manera extraña.

Caminando por las calles desiertas de la ciudad, la semidemonio pensaba demasiado. No le gustaba estar a las órdenes de nadie, no, al menos, si no le reportaba un beneficio. Y patrullar para su padre le suponía una inmensa pérdida de tiempo.

Se miró, reflejada en un pedazo de ventana rota, los cabellos rubios y rizados cayendo rebeldes sobre su rostro pálido, y sus ojos, antes del color de la sangre caliente, con aquellas irritantes burbujas esmeralda que abarcaban ya casi la totalidad de su ojo izquierdo.

Rompió el cristal de un puñetazo, rabiosa. Igual que esa epidemia verde que amenazaba con ocultar sus ojos, la sensación que la embargaba desde que Akira murió se había ido haciendo mas fuerte.

Entre sus emociones vacías, cada vez con mas frecuencia, encontraba trazos de sensaciones ajenas, sentimientos de odio aun mas irracionales que los suyos propios, miedo, pánico incluso, generalmente enfocado en particulares, demonios o humanos, daba igual.

Aquel conocimiento del mundo a su alrededor estaba volviéndola loca.
Pateó una muñeca de trapo tirada en medio del camino y escuchó un llanto ahogado de niña tras las paredes de una casa derruída. Sintió un pinchazo en el pecho y ganas de llorar, de recoger aquella piltrafa hecha de ropa vieja y abrazarla, y al mismo tiempo rechinaba los dientes, ardiendo en deseos de clavar su brillante espada en la garganta de la mocosa que le provocaba todo aquel dolor de cabeza.

Apretó los puños furiosa, y destrozó un par de ladrillos de una fuerte patada. Al otro lado, una pequeña sucia y con la cara llena de mocos se aferraba a su madre aterrorizada.
No pudo evitar sonreír de forma cínica por encima de la algarabía emocional que embotaba su razón. Y habría ensartado el sable en el cuerpo de la mujer si dos muchachas de rostro estúpido no la hubiesen interrumpido.

Las dos gemelas, con su parloteo inacabable, rompieron la conexión de la mente de Nisha y salvaron la vida de la madre humana sin siquiera darse cuenta. En lugar de eso, la semidemonio se alegró de verlas por primera vez en su vida. La cháchara sin sentido que mantenían de forma continua la impedía pensar en nada. Y eso era justo lo que necesitaba.

Mientras discutían la razón por la que habían ido a buscar a la hija del Rey Demonio, Nisha echó a andar, pasando entre ellas y aprovechando para descargar el stress a golpes para abrirse camino.

Cuando llegó al palacio, con las dos demonios detrás, su calculadora mente ya había trazado un plan. Cerró el portón de la gran sala de audiencias en las mismas narices de las gemelas, y se encaró sin ningún reparo con el hombre de aspecto imponente que se sentaba en el enorme trono.

Por poder había acabado con parte de sí misma, por algo que ni siquiera llegaba a comprender, que, al final, no le había servido de nada. Con gesto de desprecio dirigió una mirada de soslayo a la jovencita morena que posaba de pie a su diestra, distraída y con ganas de escapar de alli. Tantas como ella, pero por razones diferentes.

Podía percibir su disgusto ante la situación, el hastío de su padre al tenerla delante sabiendo que aquella sería la ultima vez que la vería.
Desechó ambos pensamientos, centrándose en lo que debía hacer para no perder sus objetivos. Dio un paso al frente y notó el temor en el interior de Ayreen, pero sus ojos no dieron un momento de tregua al Rey Demonio; fijos, insolentes y decididos.

- No impediré tu marcha.- Fueron las palabras de su padre, y en su interior, Nisha supo que decía la verdad.
Pero, ¿Y qué ocurría con los cientos de demonios que se postraban a sus pies? ¿Con su hermanastra? ¿Tratarían ellos de detenerla?

Sin confiarse un solo segundo, desenfundó una de sus espadas con la diestra mientras mantenía la otra mano libre para alcanzar el colgante de piedra esmeralda que pendía entre los dedos de su padre. Este sonrio de forma perversa, apretando con fuerza el amuleto.
- He dicho que no impediré TU marcha.- Repitió remarcando con sorna la penúltima palabra.

La semidemonio no se amedrentó. Sin darle tiempo a reaccionar, consciente de que la perseguirían por aquello hasta darla muerte, su arma subió a la velocidad del rayo, sesgando limpiamente la muñeca del Rey Demonio.

De un salto se alejó del trono, sujetando con firmeza su trofeo aun unido al miembro cercenado de su padre. Una risita perturbadora emergió de su garganta antes de abrir las puertas para escapar, al tiempo que el grito atronador del hombre alzaba a sus súbditos contra ella. Pero no la atraparían.

Pasó entre las gemelas a empellones, advirtiéndolas con la mirada de lo que ocurriría si trataban de detenerla. Ninguna de ellas lo intentó.
Y aunque estaba dispuesta a luchar, una vez más su reputación la precedía: Salió del castillo sin necesidad de empuñar las armas ni una sola vez.

Las ruinosas calles de 7 Torres tambien estaban desiertas. La piedra de teletransporte, a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, estaba, en cambio, custodiada por dos moles en posición de defensa que no recordaba haber visto en su vida. Parecían guerreros de la runa, y Nisha comprendió enseguida la razón de que siempre estuviesen allí.

Cuando el primero de ellos desapareció, despues de haberle cortado la cabeza, y reapareció minutos mas tarde a sus espaldas, tratando de ensartarla con su sable electrizante, la semidemonio maldijo su suerte.

Pero en aquel momento, la facilidad para percibir los sentimientos de los demás pareció servirle de ayuda por primera vez en su vida. Se dio la vuelta rápidamente para rechazar el ataque de la marioneta de su padre, y vislumbró a lo lejos una docena mas de guerreros que corrían en su busca.

A pesar de sus ansias de sangre, la semidemonio era consciente de que no sería capaz de derrotar a tantos soldados juntos, no su renacían una y otra vez en el mismo campo de batalla.

Dos al mismo tiempo. Sujetó la cadena entre los colmillos, dejándose libertad para extraer la segunda espada y poder bailar con ellas a una velocidad a la que ninguno de sus dos contrincantes fue capaz de distinguir por donde le llegaban los golpes.
En pocos segundos, los dos guerreros yacían inconscientes en el suelo, e impelida por la urgencia de dejar atrás la ciudadela, corrió al centro del portal sin darse cuenta de visualizar su destino.

Su cuerpo entró en suspension...

martes, 8 de junio de 2010

Oscura Eternidad

- Vive.- Dijo él.

No podía olvidar su expresión cuando dijo aquello. Sus ojos claros brillaban con una intensidad alarmante, y tenía los puños apretados a ambos lados de la cadera, como si la decisión que acababa de tomar fuese la mas dificil de su larga existencia. Como si aquello le convirtiera en un monstruo.

Entonces, ella dejó que la oscuridad invadiera su mente, y notó en el cuello el aliento helado que respiraba justo antes de sentir el suave mordisco que, con delicadeza, le otorgó el don de la vida eterna.



Un leve mareo se apoderó entonces de la joven, que se dejó caer semiinconsciente en los brazos de su compañero. Las heridas que le recorrían el pecho y las piernas le ardían, y sus extremidades apenas recibían las órdenes que la impelían a levantarse.

- Quieta.- Su voz grave calmó un poco sus nervios.- Ahora bebe.- Susurro inclinandose sobre ella, de manera que su piel rozara sus labios.

El cálido líquido inundó su boca y su garganta, y se deslizó poco a poco hasta su estómago donde se inició un dolor lacerante aun peor que el que le provocaban os cortes mortales que cubrían su cuerpo.
Él la sujetó fuerte, tratando de impedir las fuertes convulsuiones que se habían apoderado de la muchacha.

Para olvidar el dolor, ella visualizaba el rostro del chico, la única razon por la que aceptaba someterse a aquella tortura en vez de dejar que su corazón se parase para siempre.
Perdió la consciencia pensando en lo que la depararía el futuro, un futuro infinito, pero con él a su lado.

Que ilusa fue al creerlo.

Cuando despertó, estaba sola. Él no había podido soportar lo que le había hecho, en lo que la había convertido, condenada a vivir una vida sin vida en la Oscuridad.

Recordó, haber llorado sangre por su ausencia, literalmente, haber gritado su nombre hasta quedarse sin voz.

Cuando el agotamiento la obligó a callar, se dio cuenta de que todas sus heridas habían sanado por completo. Estaba curada, viva... y sola.
Se dio cuenta de que no iba a volver. Y apenas pudo soportarlo.

La luna le dio la bienvenida desde el cielo oscuro, iluminando con sus rayos plateados las inmediaciones del jardín que rodeaba su hogar.
Siempre recordaba su nacimiento al despertar, descubría las cortinas y dejaba que el crepúsculo la envolviera con su manto espectral.

Lillith...

La Eternidad podía ser traicionera.

sábado, 1 de mayo de 2010

Alma negra, poesía en vela.

No sueño. ¿Porqué? No comprendo el mutismo de mis recuerdos.
Tal vez hayan huído de mis locuras, o viajan por el cielo en busca de un alma mas diestra que yo.

Alma. Así te llamare a partir de ahora, siempre que te escriba. Alma.
Un nombre tienes, también necesitarás un rostro.
Oh pero ya lo tienes...
Tienes mi rostro porque eres mi alma.

No, no desvarío, ni mis locuras son fruto de la demencia. Puedo, en todo caso, llevar la cordura a un nuevo nivel, donde la razón y la imaginación se entrelacen con viejas memorias.

Hoy, Alma, lees en mí. He de buscarte un compañero, con un nombre también, un amigo que haga de sí tu complemento.
Oh! ya se... Alma y Razón.
Ambos sois opuestos, como el agua y el fuego, mas juntos formais la vida, el día, la noche y el Sol. Un recuerdo, un sueño, un pecado, una traición.

Alma. Haces que hablar contigo sea tan facil como dejar caer las gotas de secretos en el Olvido.
Tiempo. Eso es todo lo que tengo ahora, es mi obsequio. Te regalo el tiempo que no me sobra, que no me odia, que huye de mí sin embargo como el segundero de algún reloj.

Ven, Alma, conmigo. Ayúdame a internarme en ese bosque oscuro, repleto de pesadillas teñidas de añil. Sueños que ya no quieren visitar mis noches y me rehuyen sin explicacion, desaparecen y no me quieren decir la razón. ¿Me la dirás tu?

Alma. Por tu ayuda clamo una vez más. Deja que tu luz en sombras me envuelva y me arrope, pues la Luna me ha abandonado a mi suerte. Las estrellas alumbran el cielo nocturno sin mirarme, extasiadas por algún poeta bohemio que les canta sus baladas, arrebatandome su atención.

No soy capaz apenas de dejar que mi mano se deslice por el papel para escribir cualquier historia fantástica donde las hadas sean de gominola y los niños no pierdan sus alas tejidas con el hilo de la imaginación.

Alma. No me dejes Alma.
Tal vez añores la indiferencia, la inexistencia que te arranque al darte un nombre, una identidad. Una forma de dirigirte a ti como mi suerte, mi inspiración.

Eres Alma porque me escuchas, porque te escribo, porque eres igual que yo.
Eres Alma de azucar, que nubla los momentos amargos, que adereza las ideas descabelladas que en ocasiones pasan por mi mente.
Alma de almas, Alma de color. De color negro perdida en mis palabras, luchando por el control. Cuan poco habrías tardado en corromperte en mi interior.

Deja que pase el tiempo, Alma. No corras tras los minutos que ya pasaron a nuestro lado, no llames a aquellos sueños que ya olvidaron su función.

Ven, quédate conmigo Alma. Ayúdame a escribir ilusiones como antes, ayúdame a inventar nuevos sueños que guardar. Acuna mis noches como antes hizo la Luna, devuelveme a la locura una vez mas.

miércoles, 28 de abril de 2010

Cielos Negros

Bajo las intermitentes farolas de aquella barriada de los suburbios, la mujer caminaba resuelta, con la cabeza erguida, como si las decenas de pequeños ojos que la observaban en cada esquina no enturbiaran su calma en absoluto.

Sus tacones resonaban en el asfalto, haciendo eco en las aparentemente desiertas calles de los suburbios. El pelo rubio dorado que caía como una cascada por su espalda ondeaba como un velo de oro en torno a sus hombros, otorgándole un aura divina que los niños de la calle no podían dejar de mirar. Y ella se daba cuenta.

Se paró al llegar al centro de una plaza de aspecto descuidado, frente a unas destartaladas instalaciones que en su día parecían haber sido bibliotecas y aulas propiedad del ayuntamiento. Ahora, con puertas carcomidas y ventanas rotas, huebiese parecido abandonado de no ser por el cartel pintado con témperas que, colgado de un clavo oxidado en la parte central del arco de entrada, rezaba con letra infantil: "La Comunidad".

Subió los cascados escalones se un salto y abrió los portones de golpe. Ignorando las miradas del grupo de niños que se congregaban en el interior del edificio, avanzó por los anchos pasillos hasta llegar a unas escaleras medio escondidas al otro lado del pabellón.

Buscaba algo en concreto. Algo que le había sido arrebatado y que estaba dispuesta a recuperar.

Llegó al final de los escalones en menos de un minuto, donde otro enorme pasillo se extendía en ambas direcciones. Dos chiquillos la esperaban cruzados de brazos en el rellano, la chica, pelirroja, vestida con ropa vieja y gastada, y cuya expresión reconoció al instante.

- ¿Que buscas?.- Preguntó secamente la niña mientras se quitaba el pelo de la cara.
- Viene a llevarse a Aurea.- Respondió el otro por ella.
- ¿Quien es?.- Su comportamiento seguía siendo brusco, pero aquella vez, Alba se dirigió directamente a su compañero.
- Su madre.

miércoles, 20 de enero de 2010

La cajita

El anciano apartó con delicadeza la mano de la niña, alejándola de la pequeña cajita de madera oscura que reposaba en la repisa de la chimenea.

- Pero, abuelo, ¿Qué hay dentro?

El hombre se rascó el mentón, pensativo. Sujetó a la pequeña de la cintura y la llevó hasta el sofá de piel que, de forma extraña, quedaba de cara al fuego en vez de a la ancha televisión.



La sentó encima de sus piernas, de manera que los ojos de la chiquilla pudieran observar con claridad la caja de madera.

- Esa cajita la dejó alguien muy especial, justo antes de marcharse…

- Pero, ¿Qué puso dentro abuelo?¿Que hay?

- Los pedazos, pequeña.



Con aire ausente, el viejo salió del cuarto, dejando a la muchachita de 7 años sola en el sillón. Sonriendo al ver que nadie se lo impediría esta vez, se sujetó con una mano a la repisa, y poniéndose de puntillas, cogió con las puntas de los dedos la cajita de madera que antes no había logrado mirar.



Cuando la abrió, una sonrisa como solo puede tenerla una niña, se pintó en sus labios ante el descubrimiento.

Corriendo, fue en busca del anciano, que aun descansaba en el balcón.

- Mira abuelo!! Pude arreglarlos!!!