martes, 7 de septiembre de 2010

Oscura Eternidad

Madelaine

Pegó una patada a la pata del pupitre, interrumpiendo con el sonido metálico la lección de su profesora de inglés.

Las miradas convergieron en ella, arrancándole media sonrisa que escondió como pudo entre los mechones de pelo que le caían sobre el rostro.

Estaba molesta por haber tenido que quitarse el cinturón, las pulseras, y en definitiva, todo aquello metálico o punzante que usualmente llevaba encima para decorar su vestuario. Después del follón que se había montado en el pasillo la semana anterior, le habían prohibido la entrada al instituto con cualquier cosa susceptible de ser utilizada como arma.

Menos las botas.

Repitió la operación en la mesa, ganándose una expulsión para el resto de la clase que aceptó sin muchas pegas. En realidad había quedado en cinco minutos a las puertas del centro, y llevaba toda la tarde intentando ganarse aquella amonestación.

Caminó directamente hacia el despacho del director, entrando sin llamar para recuperar sus pertenencias.


- Madelaine Ricco.- La nombró el anciano sin levantar la vista de los documentos que poblaban el escritorio.- En esa caja de ahí.- Señaló algún lugar detrás de la puerta.

- Gracias.- Respondió ella. Le caía bien aquel hombre.


Comenzó a rebuscar entre decenas de objetos poniéndose anillos, brazaletes, hasta llegar a un cinturón de balas y un par de adornos para el pelo repletos de púas.
Cuando salió de la sala, no parecía la misma.

Conectó el sonido del móvil mientras marchaba hacia la salida, y paró un momento en la taquilla para dejar los libros que se había llevado del aula. La agenda fue a parar a su mochila.


- Maddy Crow!!!.- Escuchó el grito desde el aparcamiento, y sonrió.


El chico que la esperaba apoyado en la puerta delantera de un viejo y destartalado descapotable vestía de una forma tan extravagante como ella.

Con toda la nuca y la parte de atrás de la cabeza rapada, solo le quedaba largo el flequillo, cuyas puntas estaban teñidas de un rubio platino que desentonaba enormemente con sus prendas oscuras. El cabello que le quedaba, marrón oscuro, le caía en diagonal sobre los ojos y a ambos lados detrás de las orejas, dándole un aspecto entre dejado y rebelde del todo acorde con su vestimenta.

Le alcanzó y entró en el coche, apretándose entre la puerta y las cuatro personas que viajaban en el asiento de atrás.


- Y ahora, como regalo de cumpleaños…- El interior del auto se llenó de vítores que ahogaron el ruido del motor.- ¡Vamos a llevar al cuervito a la mansión!


Sonrió. Supuso que tendrían algo preparado allí, ya que no era la primera vez que pasaban por aquella casa abandonada con fachadas del siglo anterior. Estaba situada a las afueras de la ciudad, en una zona muy poco concurrida ideal para juntarse una noche de sábado antes de salir.

Aparcaron detrás de la vieja vivienda, en el pequeño jardín que la rodeaba, y salieron, uno a uno, los siete adolescentes hacia el extenso porche de entrada.


- ¡Voy a cerrar la verja!- Gritó uno de los chicos, corriendo hacia las vallas que rodeaban la propiedad.

- ¡A taparse los ojos!- Exclamó otro, que automáticamente cubrió los ojos de Madelaine con un pañuelo negro.

- ¿Aker?.- La muchacha trató de no perder el sentido de la orientación, pero la oscuridad, el mareo y la falta de visión se lo complicaban.


La hicieron entrar a ciegas, sin decirle una sola palabra, hasta llegar a un punto del interior que no supo ubicar con exactitud. Alguien, desde atrás, le desató la venda que llevaba en la cara, dejándola ver el salón de aspecto decrépito y sombrío que habían decorado para ella.

Las telarañas falsas, junto con las de verdad, colgaban por doquier y las lámparas de aceite estaban encendidas y colgadas en la pared.

En el centro de la mesa, que abarcaba casi toda la longitud de la habitación, habían colocado el candelabro de seis velas que solía estar en la chimenea, y en el pie del centro, enrollado en la cera medio derretida, un relicario en forma de lágrima de plata con una gema de color negro engarzada justo en su centro.


- Para ti.- Dijo Aker, despegándolo de la vela y entregándoselo.- Tu regalo.

- Que morro!- Rió ella, colgándoselo al cuello.

- Hemos traído un montón de comida.- Anunció una chica tras ella, poniendo un montón de bolsas sobre la mesa.- Blood trae más.


Maddy sonrió de nuevo. Decididamente, no podía tener un 17 cumpleaños mejor.


- ¿Qué has traído?- Preguntó curiosa mientras se acercaba a su amiga para echar un vistazo a los paquetes.

- Siéntate y lo verás.- Respondió dándole un manotazo.


Lo hizo. Se sentó en la cabecera de la mesa, siguiéndole el juego al joven que, burlonamente, le ofrecía asiento.

Ash y Aker a su lado, luego Dark, Blood, Mist y Sick. Siete en total, y solo dos chicas.

Miró al vacío mientras desenvolvían la comida, divagando, pensando en aquellos motes que habían elegido – o los otros habían decidido por ellos – y en las razones por las que los pronunciaban con orgullo. O al menos, casi todos lo hacían.

Recordaba por que Sick se llamaba así. Era irónico pensar que la razón de aquel sobrenombre no fuese otra que el hecho de que el pobre muchacho pasara mas tiempo en el hospital que en su propia casa. La verdad era que siempre había sido un chico enfermizo. De salud frágil.

Ciertamente, a veces eran crueles.

Y estaba Ash, su mejor amiga. La única chica del grupo, aparte de ella por supuesto. Tenía una fijación casi obsesiva con reducir a cenizas cualquier cosa susceptible de ser incinerada. Un peligro con cerillas en el bolso, preparada siempre para cualquier pelea en la cual sacar a relucir su hobby preferido.

Aker, fanático de la mitología oscura, Dark, al que casi habrían tachado de fotofóbico de no ser porque, una vez a la semana, salía a la calle antes de que cerraran la tienda de comics de su calle. Blood y su maldito gusto por el cine gore.

Y Mist, siempre con el cigarrillo en la mano, el terror de los asmáticos. Y de Sick.

Luego estaba ella. Ella era Crow, o el cuervo, como la película donde murió Brandon Lee. Y es que parecía tener una capacidad asombrosa para atraer a aquellos pájaros de mal agüero a donde quiera que estuviese.

Se escuchó un graznido, y la mesa se llenó de carcajadas.

2 comentarios:

  1. Un texto realmente refrescante.

    Resulta amena la lectura, resultado de una combinación equilibrada entre dinamismo y descripción, que facilita la tarea al lector.

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  2. Qué agilidad con la descripción.

    Los personajes tienen... no sé, un algo que me llama mucho la atención.

    Seguiré leyéndola!

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