jueves, 23 de junio de 2011

¿Te imaginas un mundo sin libros?

Esta noche he cenado en un chino.
He quedado con mi mejor amiga, despues del gimnasio, y nos hemos ido a cenar. La verdad es que ultimamente no la he visto demasiado, así que no hemos tenido mucha ocasión de hablar.
Pero supongo que de eso se trata la sobremesa, ¿verdad?

En realidad no se exactamente como hemos llegado a ese punto de la conversación. Estábamos prácticamente llenas, ya se sabe lo grandes que son los platos en los restaurantes chinos. Y baratos. Así que casi por dejar de comer, nos hemos puesto hablar de un montón de cosas. De ninguna en concreto, y de todas a la vez.
Hasta que a mí, en un momento, se me ha ocurrido la pregunta horrible que lleva martilleandome la cabeza desde entonces.

¿Te imaginas un mundo sin libros? Le he soltado de repente, con los ojos como platos. La verdad es que estaba asustada de que, precisamente yo, hubiera sido la autora de semejante idea endemoniada. A ella no le gusta mucho leer. A mi me encanta.

Se ha encojido de hombros y me ha mirado con esa mirada que tienen a veces los niños cuando no entienden de qué les estás hablando. Por mi ningún problema me ha dicho. Mi cara debía ser un poema. Me parecía inconcebible que me estuvieran diciendo eso, incluso siendo ella. Pero Ni siquiera estaba segura de que hubiese oído bien la pregunta. La idea de algo tan terrible retumbaba en mi cabeza como si en vez de libros estuviese hablando de una bomba nuclear y ella me dijera que no tenía importancia. ¿Pero de verdad te imaginas un mundo sin libros? He repetido por segunda vez ¿Te das cuenta de lo que se perdería si no existiera la palabra escrita? ¿Del conocimiento que desperdiciaríamos si nadie supiera escribir?

En ese momento me ha mirado muy raro. No se como describirlo, siemplemente ha sido raro.
Yo debía parecer idiota, con la expresión de una niña inocente que acaba de ver como un desgraciado decapita su preciosa muñeca de trapo. Me sentía exactamente así, como mínimo. Luego, he tratado de enfocarlo de otro modo.
Mira Le he dicho, mordiendome la lengua para no demostrar demasiado pronto lo que me importaba aquel tema. Aunque era una tontería, porque ella ya lo sabe. Es mi mejor amiga. Imagínate... No. Precisamente los libros tratan de eso, de imaginar. Una de las cosas que hace leer, es fomentar la imaginación. Rehice la frase, un poco mas centrada.

Le he puesto de ejemplo a mi hermano. Es incapaz de leer nada que tenga menos de un dibujo por capítulo, mucho menos una novela de las mías. Y mi argumento era sólido, mi hermano no tiene imaginación. De hecho, es el niño de once años más irritantemente realista que conozco. Se lo he dicho. Y tambien le he dicho que no tiene imaginación.

No como tú Me ha contestado, y ha arrugado la nariz, aunque creo que no se dio cuenta. Pero si tengo imaginación. Es que tu ves las cosas en cuatro dimensiones Yo, me he quedado un momento pensando como sería realmente ver las cosas en cuatro dimensiones. Solo conozco tres. Y yo las veo entre dos y tres Ha terminado de explicármelo y se ha echado a reir. No estoy segura de si se reía de mí o de lo que acaba de decir, que no tenia mucho sentido. O ves las cosas en dos dimensiones, o las ves en tres. ¿Como vas a verlo de las dos formas a la vez? ¿Los paisajes planos y los personajes en 3D? ¿O al revés?

Yo tambíen he sonreído, aunque no se porqué. Pero eso no era a lo que yo me refería. No lo entiendes Le he dicho No estoy diciendo eso. Lo que digo es leer un libro. La diferencia entre leer un cartel, colgado encima de una puerta, y leer una novela de fantasía. Era verdad. Pero a ella no le gusta la fantasía. A mi me apasiona. Cuando hablo de la imaginación, del arte de leer un libro, se me iluminan los ojos. No se, supongo que me meto tanto en la conversación que me olvido de que es simplemente eso, una conversación simple y llana.
El caso es que en ese momento, para mi ni era llana, ni tan simple de explicar como parecía.

Por ejemplo He vuelto a empezar, tratando de encontrar las palabras exactas que quería utilizar para que lo entendiera. Es como leer ese cartel de ahí y ver unas letras planas, o estar dentro y verlas delante, tan grandes que te doblan en altura. Señalé un cartelito a nuestra izquierda, e hice una cosa muy estúpida: Levanté las manos tan alto como pude, y me empecé a reir.

Ella se descojonaba. Me has recordado al niño de Charlie y la fábrica de chocolate Me ha dicho entre risas Cuando se mete en la tele y se queda tan pequeño como una chocolatina. No he podido evitarlo, me ha hecho reir otra vez.

No sé Empecé otra vez, mordiendome el labio. Aún no estaba satisfecha con mi explicación.
Probablemente por el símil con la película de Tim Burton, o tal vez porque la escena, aunque se acercaba, no era ni la cuarta parte de lo que yo quería transmitir. Leer un libro es meterte en la historia. No es solo leer, también lo ves. Lo vives. No poder hacer eso... Suspiré y la mire un momento. Mis ojos debían de describir bastante bien lo que pensaba en ese momento, porque asintió antes de que terminara la frase. Tiene que ser triste. Yo no podría hacerlo. O no querría.

En realidad, lo que quería decir es mil veces más complicado.
Leer, más que un pasatiempo, es un arte. La gente que no sabe leer me daba tanta pena en aquel momento, que casi pensaba que podría ponerme a llorar. Pero no es mi estilo.
No me entendais mal, no estoy hablando de leer en su significado explícito. No me refiero a leer una palabra, una frase, ni siquiera un periódico o esos textos tan insoportablemente aburridos y emotivos que narran la historia de algún desastre natural donde murieron millares de personas.
No estoy hablando de leer letras. Estoy hablando de leer libros.

Leer un libro es como ver una película. No, tampoco es eso. Leer un libro es mejor que ver una película.
Leer un libro es algo que todo el mundo debería hacer en la vida, pero de verdad. Si vas a leerte un libro como si fuera la sección deportiva, mi consejo es que vuelvas a dejarlo en la estantería y pongas el telediario. Al menos aprenderás algo.
Cojer una historia y enterrarte entre sus páginas es como abrir una puerta escondida, dejar que un montón de información entre en tu mente y empezar a construír una civilización a partir de ese minúsculo pedacito de información. Es como si frente a tus ojos no danzaran palabras, sino imágenes. Como si el mundo fuera de esa novela dejara de existir.

Me gustaría poder hacer eso. Me dijo ella, y de repente, me di cuenta de que había estado hablando en voz alta. Pero tengo demasiadas cosas en la cabeza. Puedo leerme una revista, porque se que después de terminar un artículo o dos, puedo parar y olvidarme de ella. Con un libro no. Me agobia. La miré sin entender al principio, y luego me encogí de hombros. Yo también tengo un montón de cosas en la cabeza Protesté Y me estoy leyendo tres libros a la vez Se que es una idiotez, pero en ese momento me senti orgullosa.

En realidad el orgullo duró poco tiempo, porque me miraba como si fuera un extraterrestre, y los de mi raza fuesemos capaces de mantener la mente vacía de todo excepto de lo que queríamos pensar en un determinado momento. En otras palabras: Como si tuviera la cabeza completa y enteramente vacía.
No puedo decir que esa mirada no me molestara, aunque solo fuera un poquito. Luego reconsideré mis opciones y decidí tomarmelo como un halago.

Cuando salimos del restaurante, logre convencerla para que me dejara leerle un trocito del libro que llevaba encima. Aceptó sin llevarme la contraria, creo que le di un poco de pena. Pero de todas formas me hizo ilusión.
Al final le leí un capítulo entero de una preciosa novela fantástica que cayó en mis manos por casualidad, El Nombre del Viento. Mientras leía para ella, la escuché reirse cuando yo sonreía, y soltar un taco cuando le contaba como al protagonista se le rompía una cuerda del laúd en medio del recital mas importante de su vida.

Cuando terminé de leer, me dijo que le había gustado. No puedo decir que no me hiciera ilusión.
De hecho, aún me dura.

jueves, 2 de junio de 2011

La casa de la Niebla

Corría el año 1234.
A las afueras de un pequeño pueblo de York, envuelta en una niebla tan densa que apenas permitía ver dos pasos más allá de donde se ponían los pies, una colina se levantaba hasta una altura casi imposible, con laderas tan empinadas y escarpadas que cualquiera que las viera habría cesado en el empeño de escalarlas antes siquiera de haberlo intentado.

Sin embargo, en las noches de luna llena, cuando la luz del astro plateado atravesaba la nube de espesa bruma que ocultaba la montaña, era posible ver a lo lejos, en lo más alto, una pequeña casita de madera construida de forma precaria al borde del precipicio.

Dicen los lugareños, que siglos atrás fue la morada de una familia humilde que se desvivía para cultivar las yermas tierras que rodeaban la cabaña. Por aquel entonces, el cielo era claro, y la montaña podía verse a varias leguas de distancia. Las laderas mostraban dóciles el sendero que llegaba hasta la cima, rodeado de arbustos y flores silvestres cuyo aroma acompañaba a los viajeros durante todo el camino.

Los que aún recuerdan la historia, cuentan que en época de cosecha el padre bajaba hasta la aldea conduciendo un pequeño carro tirado por el único asno que poseían, a su lado correteando dos chiquillos demasiado delgados para su edad, y en la carreta, las pocas verduras que había logrado cosechar en sus huertos. Y que todos los años, no importaba lo duro que hubiese sido el invierno, sus hortalizas eran siempre las mejores, las más grandes y las más sabrosas de la comarca.

Tal vez por eso, la Inquisición los arrestó a todos, y los envió al patíbulo que se alzaba en el centro de la plaza del pueblo más cercano, donde los quemó vivos en las hogueras destinadas a las brujas. Los dos niños, de 4 y 8 años, fueron los últimos en sucumbir a las llamas.

Desde aquel día, tanto el valle como la colina están envueltos en una tupida niebla que solo levanta una vez al año, durante unos instantes, siempre a la misma hora. La hora en que las piras que consumieron a los cuatro aldeanos fueron encendidas aquel fatídico amanecer en que se cumplió la condena del Sumo Inquisidor.