jueves, 2 de junio de 2011

La casa de la Niebla

Corría el año 1234.
A las afueras de un pequeño pueblo de York, envuelta en una niebla tan densa que apenas permitía ver dos pasos más allá de donde se ponían los pies, una colina se levantaba hasta una altura casi imposible, con laderas tan empinadas y escarpadas que cualquiera que las viera habría cesado en el empeño de escalarlas antes siquiera de haberlo intentado.

Sin embargo, en las noches de luna llena, cuando la luz del astro plateado atravesaba la nube de espesa bruma que ocultaba la montaña, era posible ver a lo lejos, en lo más alto, una pequeña casita de madera construida de forma precaria al borde del precipicio.

Dicen los lugareños, que siglos atrás fue la morada de una familia humilde que se desvivía para cultivar las yermas tierras que rodeaban la cabaña. Por aquel entonces, el cielo era claro, y la montaña podía verse a varias leguas de distancia. Las laderas mostraban dóciles el sendero que llegaba hasta la cima, rodeado de arbustos y flores silvestres cuyo aroma acompañaba a los viajeros durante todo el camino.

Los que aún recuerdan la historia, cuentan que en época de cosecha el padre bajaba hasta la aldea conduciendo un pequeño carro tirado por el único asno que poseían, a su lado correteando dos chiquillos demasiado delgados para su edad, y en la carreta, las pocas verduras que había logrado cosechar en sus huertos. Y que todos los años, no importaba lo duro que hubiese sido el invierno, sus hortalizas eran siempre las mejores, las más grandes y las más sabrosas de la comarca.

Tal vez por eso, la Inquisición los arrestó a todos, y los envió al patíbulo que se alzaba en el centro de la plaza del pueblo más cercano, donde los quemó vivos en las hogueras destinadas a las brujas. Los dos niños, de 4 y 8 años, fueron los últimos en sucumbir a las llamas.

Desde aquel día, tanto el valle como la colina están envueltos en una tupida niebla que solo levanta una vez al año, durante unos instantes, siempre a la misma hora. La hora en que las piras que consumieron a los cuatro aldeanos fueron encendidas aquel fatídico amanecer en que se cumplió la condena del Sumo Inquisidor.

1 comentario:

  1. Chananananana
    Aquí estoy yo otra vez!

    Éste me ha gustado, y más sabiendo que vamos a hacer un rol a partir de esto xD Pero se me hace muy triste :( (Por esto de los niños también quemados). Peero, me gusta la sonoridad y esas cosas que se dicen, que yo no sé qué son, pero me suenan a gloria xDDD

    Besos!

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