¿Infinito?
Se tumbó en la cama, exhausta.
Cerró los ojos tratando de descansar, pero las visiones seguían llegando a su mente una tras otra, impidiéndole conciliar el sueño.
Suspiró. Estaba harta de todo aquello, harta de la magia, de los mundos y de los velos.
Su madre y su abuela le habían enseñado todo lo que sabía acerca de la Mirada Eterna, acerca de su poder y de su alcance.
Pero, como todas las magias poderosas, la suya se saltaba una generación. No podían existir dos huéspedes en el mismo espacio y tiempo.
Por eso, aunque su madre la había instruido lo mejor que había podido, no conocía los verdaderos efectos que el poder tenía sobre ella cada vez que lo utilizaba. Su abuela habría sabido mejor que nadie las razones por las que le pasaba aquello, y también como enfrentarse a ello. Pero el poder la había matado a principios de su quinto invierno.
Para transmitirle a ella la magia, para que Shana heredara sus ojos.
Las lágrimas pugnaban por superar la barrera de sus párpados, pero se lo impidió. Tenía una responsabilidad y, por mucho que le pesara, debía hacer honor a ella. Su abuela lo habría querido así.
Sintiéndose completamente sola, se incorporó y dejó que las visiones la llenaran.
El horror se instaló en su corazón, como una pesadilla cuyas garras amenazaran con arrancarle las vísceras. La escena que presenciaba, en un trance tan real como su propia vida, le heló la sangre.
Al contrario de lo que solía suceder, no era una simple espectadora de lo que ocurría. Sentía el fuego en su propia carne, ascendiendo por la pira de madera y paja seca, calcinándole la piel. Notaba las ataduras entorno a sus tobillos y sus muñecas, tan prietas que le hacían daño. Sus pulmones se llenaban poco a poco de humo y ceniza.
Apenas consciente, se obligó a mirar a su alrededor. Debía reconocer el lugar para poder localizar aquel velo.
La plaza parecía anclada en algún momento de la época medieval, así como sus costumbres. Frente a ella se congregaba un gran tumulto, campesinos pobres en su mayoría, gritando insultos, pronunciando blasfemias y arrojando fruta podrida. Tras ellos, las casas eran de adobe y madera.
Una manzana sorprendentemente dura le acertó en el estómago, dejándola sin respiración.
Trató de respirar hondo, pero un violento acceso de tos amenazó con ahogarla.
Se obligó a despertar. Cuando lo hizo respiraba con dificultad, como si el aire limpio del pequeño cuarto no llegase a saciar sus pulmones.
Inquieta, se levantó de inmediato y salió corriendo de la precaria cabaña que hacía las veces de hogar. Necesitaba el Atlas de los Mundos, una colección de volúmenes inmensos donde todas las anteriores poseedoras de los ojos habían descrito la infinidad de realidades que ocupaban su espacio.
Cuando llegó, sin aliento, a la enorme biblioteca pública que se erigía a pocos kilómetros de su casa, aminoró la marcha para recuperar el aliento. Estaba llena de gente.
Inspiró hondo y cruzó la estancia como una exhalación, frenando de golpe frente a una diminuta puerta de aspecto irregular. La mirada furibunda de la bibliotecaria la hizo estremecer. Aquella mujer le daba miedo.
Cogió aire justo antes de entrar en el minúsculo habitáculo, cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros. En el interior, un hombre de pelo cano sentado en una de las dos sillas situadas frente a la única mesa de la habitación, carraspeó y se coloco las gafas sobre la nariz.
- Shana.- Sorprendido, se levantó del sencillo taburete de madera.- Tu mandre me dijo que estabas indispuesta.
La chiquilla asintió, ruborizada.
- No me encontraba bien.- Se mordió el labio inferior, inquieta.- Pero es que necesito el Atlas.
El anciano se rascó el mentón.
Con la mano apoyada en la gruesa mesa de roble, la miró con detenimiento por encima de los cristales.
- El Atlas de los Mundos.- Reprimió un acceso de tos.
La muchacha asintió al tiempo que el hombre se acercaba a la alta repisa que se erigía tras él para rozar los lomos de los libros con las yemas de los dedos.
- ¿Qué volumen quieres?¿Qué mundo buscas?
Shana se retorció las manos, nerviosa.
- No lo sé. Parecía medieval.
El anciano le dirigió una mirada de reproche, volvió a fijarse en las encuadernaciones y eligió seis volúmenes que apiló en la mesa. Luego los dividió en dos grupos y señaló un asiento a su lado.
- Vamos.- La ordenó apremiante.- Te ayudaré a buscar.
La niña asintió.
Los libros estaban divididos por algo parecido a capítulos. En primer lugar se referían a la existencia de magia tras el velo, pero en aquel momento, ese criterio no les servía de mucho. No tenía ni idea de si el mundo que había visto era o no mágico.
El siguiente punto se basaba en los tiempos, tomando como referencia su propio mundo. Ese era el que tenía que mirar.
Carta abierta a tercero de la Eso
Hace 5 años
Holaaaaaaaaa!
ResponderEliminarEste nuevo libro me resulta muy interesante. Ya no sólo por el poder de la Mirada Eterna (que es un poder flipante xD), sino por este personaje, Shana, de la que me da la impresión que no está muy contenta del poder que tiene, aunque sea fantástico.
El viejecillo que has presentado al final me parece un personaje muy apropiado, ya que, bajo mi punto de vista, le da a la historia y al Shana la sabiduría que ésta no tiene. No sé si me explico xD
Besos :**
opino lo mismo que la persona de arriba, lo cierto es que semejante poder normal que sea dificil y no lo quiera, casi siempre es un gran poder tiene que tener una gran responsabilidad. Muy buena
ResponderEliminarMe gusto bastante y tienes juego para mucho mas.