En aquel lugar oscuro, lleno de odio y rencor, Akira luchaba por recuperar su identidad perdida.
Ahora que Nisha estaba libre de la influencia de su lado humano, había dado rienda suelta a toda la sed de sangre que un día las poseyera a ambas. Sin embargo, aquella esencia remanente de la pantera que poco a poco se abría paso en su mirada, trastocaba su mente de una manera extraña.
Caminando por las calles desiertas de la ciudad, la semidemonio pensaba demasiado. No le gustaba estar a las órdenes de nadie, no, al menos, si no le reportaba un beneficio. Y patrullar para su padre le suponía una inmensa pérdida de tiempo.
Se miró, reflejada en un pedazo de ventana rota, los cabellos rubios y rizados cayendo rebeldes sobre su rostro pálido, y sus ojos, antes del color de la sangre caliente, con aquellas irritantes burbujas esmeralda que abarcaban ya casi la totalidad de su ojo izquierdo.
Rompió el cristal de un puñetazo, rabiosa. Igual que esa epidemia verde que amenazaba con ocultar sus ojos, la sensación que la embargaba desde que Akira murió se había ido haciendo mas fuerte.
Entre sus emociones vacías, cada vez con mas frecuencia, encontraba trazos de sensaciones ajenas, sentimientos de odio aun mas irracionales que los suyos propios, miedo, pánico incluso, generalmente enfocado en particulares, demonios o humanos, daba igual.
Aquel conocimiento del mundo a su alrededor estaba volviéndola loca.
Pateó una muñeca de trapo tirada en medio del camino y escuchó un llanto ahogado de niña tras las paredes de una casa derruída. Sintió un pinchazo en el pecho y ganas de llorar, de recoger aquella piltrafa hecha de ropa vieja y abrazarla, y al mismo tiempo rechinaba los dientes, ardiendo en deseos de clavar su brillante espada en la garganta de la mocosa que le provocaba todo aquel dolor de cabeza.
Apretó los puños furiosa, y destrozó un par de ladrillos de una fuerte patada. Al otro lado, una pequeña sucia y con la cara llena de mocos se aferraba a su madre aterrorizada.
No pudo evitar sonreír de forma cínica por encima de la algarabía emocional que embotaba su razón. Y habría ensartado el sable en el cuerpo de la mujer si dos muchachas de rostro estúpido no la hubiesen interrumpido.
Las dos gemelas, con su parloteo inacabable, rompieron la conexión de la mente de Nisha y salvaron la vida de la madre humana sin siquiera darse cuenta. En lugar de eso, la semidemonio se alegró de verlas por primera vez en su vida. La cháchara sin sentido que mantenían de forma continua la impedía pensar en nada. Y eso era justo lo que necesitaba.
Mientras discutían la razón por la que habían ido a buscar a la hija del Rey Demonio, Nisha echó a andar, pasando entre ellas y aprovechando para descargar el stress a golpes para abrirse camino.
Cuando llegó al palacio, con las dos demonios detrás, su calculadora mente ya había trazado un plan. Cerró el portón de la gran sala de audiencias en las mismas narices de las gemelas, y se encaró sin ningún reparo con el hombre de aspecto imponente que se sentaba en el enorme trono.
Por poder había acabado con parte de sí misma, por algo que ni siquiera llegaba a comprender, que, al final, no le había servido de nada. Con gesto de desprecio dirigió una mirada de soslayo a la jovencita morena que posaba de pie a su diestra, distraída y con ganas de escapar de alli. Tantas como ella, pero por razones diferentes.
Podía percibir su disgusto ante la situación, el hastío de su padre al tenerla delante sabiendo que aquella sería la ultima vez que la vería.
Desechó ambos pensamientos, centrándose en lo que debía hacer para no perder sus objetivos. Dio un paso al frente y notó el temor en el interior de Ayreen, pero sus ojos no dieron un momento de tregua al Rey Demonio; fijos, insolentes y decididos.
- No impediré tu marcha.- Fueron las palabras de su padre, y en su interior, Nisha supo que decía la verdad.
Pero, ¿Y qué ocurría con los cientos de demonios que se postraban a sus pies? ¿Con su hermanastra? ¿Tratarían ellos de detenerla?
Sin confiarse un solo segundo, desenfundó una de sus espadas con la diestra mientras mantenía la otra mano libre para alcanzar el colgante de piedra esmeralda que pendía entre los dedos de su padre. Este sonrio de forma perversa, apretando con fuerza el amuleto.
- He dicho que no impediré TU marcha.- Repitió remarcando con sorna la penúltima palabra.
La semidemonio no se amedrentó. Sin darle tiempo a reaccionar, consciente de que la perseguirían por aquello hasta darla muerte, su arma subió a la velocidad del rayo, sesgando limpiamente la muñeca del Rey Demonio.
De un salto se alejó del trono, sujetando con firmeza su trofeo aun unido al miembro cercenado de su padre. Una risita perturbadora emergió de su garganta antes de abrir las puertas para escapar, al tiempo que el grito atronador del hombre alzaba a sus súbditos contra ella. Pero no la atraparían.
Pasó entre las gemelas a empellones, advirtiéndolas con la mirada de lo que ocurriría si trataban de detenerla. Ninguna de ellas lo intentó.
Y aunque estaba dispuesta a luchar, una vez más su reputación la precedía: Salió del castillo sin necesidad de empuñar las armas ni una sola vez.
Las ruinosas calles de 7 Torres tambien estaban desiertas. La piedra de teletransporte, a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, estaba, en cambio, custodiada por dos moles en posición de defensa que no recordaba haber visto en su vida. Parecían guerreros de la runa, y Nisha comprendió enseguida la razón de que siempre estuviesen allí.
Cuando el primero de ellos desapareció, despues de haberle cortado la cabeza, y reapareció minutos mas tarde a sus espaldas, tratando de ensartarla con su sable electrizante, la semidemonio maldijo su suerte.
Pero en aquel momento, la facilidad para percibir los sentimientos de los demás pareció servirle de ayuda por primera vez en su vida. Se dio la vuelta rápidamente para rechazar el ataque de la marioneta de su padre, y vislumbró a lo lejos una docena mas de guerreros que corrían en su busca.
A pesar de sus ansias de sangre, la semidemonio era consciente de que no sería capaz de derrotar a tantos soldados juntos, no su renacían una y otra vez en el mismo campo de batalla.
Dos al mismo tiempo. Sujetó la cadena entre los colmillos, dejándose libertad para extraer la segunda espada y poder bailar con ellas a una velocidad a la que ninguno de sus dos contrincantes fue capaz de distinguir por donde le llegaban los golpes.
En pocos segundos, los dos guerreros yacían inconscientes en el suelo, e impelida por la urgencia de dejar atrás la ciudadela, corrió al centro del portal sin darse cuenta de visualizar su destino.
Su cuerpo entró en suspension...
Carta abierta a tercero de la Eso
Hace 5 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario