Contra todo pronóstico, la pequeña aldea de Krawl había sobrevivido.
Medio escondido entre las laderas de las montañas y parcialmente enterrado por las continuas avalanchas de nieve, el minúsculo pueblo persistía, inalterable a los estragos del tiempo.
Hacía años que no pasaba por allí, décadas quizás. Ahora caminaba por el extenso valle, dejando un rastro apenas perceptible en la vasta alfombra nívea que cubría la tierra.
Medio desnuda, medio congelada y apenas ya con fuerzas para seguir andando, Selenne se frotó los brazos, tratando de conservar algo de calor.
Pestañeó varias veces, intentando hacer caer los livianos copos de nieve que se adherían constantemente a los párpados.
Su aliento se condensaba casi en el mismo instante de respirar, y los dedos, escondidos bajo los brazos la mayor parte del tiempo, comenzaban a adquirir ya un ligero tono cianótico.
Notaba los labios cortados. Los cabellos pelirrojos le caían empapados sobre el rostro, tapando gran parte de su visión. Tampoco importaba demasiado.
Hacía ya horas que había dejado de sentir los pies, y aun así, seguía adelante.
El espejismo de su aldea natal la impelía a no darse por vencida, le daba esperanzas para continuar. Y sin embargo no era suficiente, y la muchacha era consciente de que sin fuego ni comida, no resistiría mucho más.
Sus ojos grandes y rasgados, del color de la plata líquida, se alzaron para admirar el cielo una vez más.
La luna llena la observaba indiferente desde su trono de estrellas, sorda para escuchar sus súplicas, inmune a su extenuación.
La semielfa dejó escapar un gemido antes de perder el sentido y regalar su conciencia a la oscuridad. El mundo se apagaba para ella.
En poco tiempo, la nieve borraría su rastro, y con él, el mero recuerdo de su existencia.
Carta abierta a tercero de la Eso
Hace 5 años