Dead in her teen ages,
trying to live in the dark
Without sun, never again,
without love and without friends,
All alone, in her death...
Without light... Never again.
With red crimson eyes,
sharp, dangerous fangs,
all dressed in black,
evolved in a scarlet light.
Surrended to the Moon kingdom,
rejected by the Sun,
Small little girl,
cursed on the eternal night
La eternidad puede ser traicionera.
Demasiado tiempo en soledad, pensando, recordando por mil veces los mismos detalles. Lillith había recogido del suelo un pequeño cuaderno escrito con letra infantil. Alguien se había colado en la mansión aparentemente abandonada mientras ella dormía.
Lo abrió con curiosidad, extrayendo un par de hojas, algunas fotos y un DNI, todos con la misma imagen de una chica morena, pintada de blanco y maquillada de azul oscuro y negro.
Los piercings que decoraban su boca y su ceja le arrancaron una mueca de disgusto y dolor. Hacía muchos años que no salía al exterior.
La curiosidad le corroía por dentro.
Sonrió. Estaba segura de que no era la primera vez que entraban en su casa, y por supuesto, tampoco la última. Aquella niña volvería, aunque solo fuera para recuperar sus pertenencias. Y ella la estaría esperando.
Aquel día no dormiría. Se ocupó de esconder su lecho acolchado tras una puerta oculta por un tapiz de estilo victoriano, y abrió su armario en busca de trajes lo suficientemente bien conservados para poder cambiar su viejo vestido verde por uno más elegante.
Recogió un poco las habitaciones, notando con desagrado que faltaban algunos objetos, y muchos otros habían sido cambiados de sitio. Sintió especialmente la pérdida de un relicario de plata pulida, que acostumbraba a estar colgado en el candelabro del salón, justo encima de la chimenea.
Con forma de óvalo, grabado en finos relieves sobre el metal se hallaba su nombre completo, y en el interior, dos fotos en blanco y negro que había introducido cuidadosamente cuando aún era una chiquilla humana de escasos 16 años.
Encendió la chimenea con unas hojas secas y dejó un par de troncos en posición para más tarde. Cuando todo estuvo como ella quería, se internó en la biblioteca, y prendiendo también la lumbre que se escondía entre las estanterías, recogió el libro que había estado leyendo y se recostó en el antiguo sofá de terciopelo rojo que constituía la única decoración de la inmensa sala, a excepción de la pequeña alfombra colocada a sus pies.
trying to live in the dark
Without sun, never again,
without love and without friends,
All alone, in her death...
Without light... Never again.
With red crimson eyes,
sharp, dangerous fangs,
all dressed in black,
evolved in a scarlet light.
Surrended to the Moon kingdom,
rejected by the Sun,
Small little girl,
cursed on the eternal night
La eternidad puede ser traicionera.
Demasiado tiempo en soledad, pensando, recordando por mil veces los mismos detalles. Lillith había recogido del suelo un pequeño cuaderno escrito con letra infantil. Alguien se había colado en la mansión aparentemente abandonada mientras ella dormía.
Lo abrió con curiosidad, extrayendo un par de hojas, algunas fotos y un DNI, todos con la misma imagen de una chica morena, pintada de blanco y maquillada de azul oscuro y negro.
Los piercings que decoraban su boca y su ceja le arrancaron una mueca de disgusto y dolor. Hacía muchos años que no salía al exterior.
La curiosidad le corroía por dentro.
Sonrió. Estaba segura de que no era la primera vez que entraban en su casa, y por supuesto, tampoco la última. Aquella niña volvería, aunque solo fuera para recuperar sus pertenencias. Y ella la estaría esperando.
Aquel día no dormiría. Se ocupó de esconder su lecho acolchado tras una puerta oculta por un tapiz de estilo victoriano, y abrió su armario en busca de trajes lo suficientemente bien conservados para poder cambiar su viejo vestido verde por uno más elegante.
Recogió un poco las habitaciones, notando con desagrado que faltaban algunos objetos, y muchos otros habían sido cambiados de sitio. Sintió especialmente la pérdida de un relicario de plata pulida, que acostumbraba a estar colgado en el candelabro del salón, justo encima de la chimenea.
Con forma de óvalo, grabado en finos relieves sobre el metal se hallaba su nombre completo, y en el interior, dos fotos en blanco y negro que había introducido cuidadosamente cuando aún era una chiquilla humana de escasos 16 años.
Encendió la chimenea con unas hojas secas y dejó un par de troncos en posición para más tarde. Cuando todo estuvo como ella quería, se internó en la biblioteca, y prendiendo también la lumbre que se escondía entre las estanterías, recogió el libro que había estado leyendo y se recostó en el antiguo sofá de terciopelo rojo que constituía la única decoración de la inmensa sala, a excepción de la pequeña alfombra colocada a sus pies.