miércoles, 13 de octubre de 2010

Resurrección III

Alix gruñó.

- La golpeaste en la cabeza.

- Es lo primero que se me ocurrió.- Se justificó.- Pero tú no eres ella. ¿Porqué te importa tanto?

- La necesito.- Respondió escuetamente.- -y tú, ¿Quién eres? Reconozco tu cara, pero no guardo sus recuerdos.

- Nisha.- Contestó arrugando la nariz.

Habían llegado al otro lado de la isla casi sin darse cuenta. No era demasiado grande, pero lo que le había dicho Alix era cierto. No había ningún portal allí. No podían salir.

- Sheene.- Aunque no era necesario, el espíritu de hielo se presentó.- Espíritu elemental de…

- Sé quién eres.- La interrumpió con brusquedad.- La guerrera del principio de los tiempos.

Shenne asintió. Notaba los músculos entumecidos, como si el frío de su alma comenzara ya a consumir el cuerpo de Alix.

- No puedo seguir así mucho tiempo.- Advirtió la joven examinándose las manos.

- Entonces tendremos que salir rápido de aquí. Razonó la rubia, rompiendo un cascote de un puñetazo.- ¿Cuánta agua puedes congelar?

La elemental comprendió enseguida lo que se proponía, y su mirada glacial se perdió en el horizonte del mar que las rodeaba.

- No la suficiente.

- ¿Hasta la próxima isla?.- Negó con la cabeza, sin mirarla.- ¿Y la espada?

- No tiene tanto tiempo. Y ella no puede sujetar mi espada.

La semidemonio suspiró, derrotada. Echaba de menos a Akira. Y entonces se le ocurrió.

- ¿Existe la forma de que las dos estéis despiertas?

La muchacha la miró extrañada.

- No veo como puede ser eso posible. Ni siquiera sabe que existo. Además, dudo que su cuerpo mortal pudiera soportar el frío de dos almas conscientes.

- Ella tiene poder sobre el fuego.- Se sorprendió a si misma rebatiendo a la guerrera.- Dos esencias opuestas tal vez podrían neutralizarse lo suficiente para que un débil cuerpo humano lo soporte.

Shenne la miró ceñuda.

- ¿Fuego?.- La sorpresa que imprimió al rostro de Alix casi hacía olvidar la escarcha que ya empezaba a cubrirle la piel.- Nunca había tenido un huésped que no fuera de hielo. Es extraño. No debería poder….

- Pero puede, ¿no? Es posible que tenga razón.- Se apoyó en una roca flotante, mirando al cielo despejado.- No me malinterpretes, me importan poco las razones por las que eso pueda pasar. Pero quiero salir de aquí.

- Bien.- La elemental no dio señales de que sus palabras la hubiesen molestado.- Pero eso deberías decírselo a ella.- Y antes de que la semidemonio pudiese abrir la boca, Sheene volvió a introducirse en la espada helada, y el cuerpo de Alix cayó inerte al suelo pedregoso.

Nisha maldijo su suerte, tratando de prepararse para la avalancha de emociones que bullían en la mente de Alix. Pero le fue imposible.
Cuando se levantó, los pensamientos incoherentes de la joven la golpearon con la fuerza de un huracán en cuyo centro estuviera su cabeza tratando de amortiguar el viento con un parasol. Dio un paso hacia atrás de la impresión.

- Si vuelves a empezar a parlotear, o intentas abrazarme, te juro que te dejaré inconsciente otra vez, y no seré tan amable.- Amenazó adelantando la mano con la que sujetaba el colgante de piedra verde, y el brazo amputado de su padre colgando con rigidez cadavérica.

Alix se frotó la cabeza en el lugar del golpe y sonrió tímidamente.

- Lo siento. Llevaba mucho tiempo sola aquí.

- Me da igual.

Puso los ojos en blanco y se giró en redondo para arrodillarse en la playa de arena negra. Suspiró. ¿Se suponía que ella tenía que enseñarla a convivir con otra alma?
En aquel momento se percató de que aun sujetaba con fuerza el collar que le había arrebatado al Rey Demonio. La gema esmeralda, brillante, que pendía de uno de los extremos comenzaba a volverse translúcida, como el mineral de la que había sido forjada.

Con dificultad, separó los dedos de la mano cortada que aún sujetaba la cadena, y se colocó al cuello la gargantilla. Cerró los ojos, olvidándose de los estúpidos pensamientos que le llegaban desde Alix, sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, como la conciencia de Akira despertaba de su letargo.

Las orejas de gato que coronaban su cabellera descendieron hasta transformarse en humanas, y la larga cola fue desapareciendo al mismo tiempo que el cuerpo musculoso de un enorme felino se materializaba a su lado. Rozó su lomo con los dedos, sintiéndose completa de nuevo, fuerte, igual que antes. La figura que llevaba al cuello se había vuelto completamente transparente, incolora, como si aquello que guardaba en su interior ya no fuese a volver nunca mas.

Y como dándole la razón, Nisha se arrancó la cadena y la lanzó al agua, tan lejos como los músculos de sus brazos la permitieron llegar.
A lo lejos, escuchó la exclamación de Alix.

- ¿Cómo has hecho eso?

martes, 5 de octubre de 2010

Eternal Sight

¿Infinito?

Se tumbó en la cama, exhausta.
Cerró los ojos tratando de descansar, pero las visiones seguían llegando a su mente una tras otra, impidiéndole conciliar el sueño.
Suspiró. Estaba harta de todo aquello, harta de la magia, de los mundos y de los velos.

Su madre y su abuela le habían enseñado todo lo que sabía acerca de la Mirada Eterna, acerca de su poder y de su alcance.
Pero, como todas las magias poderosas, la suya se saltaba una generación. No podían existir dos huéspedes en el mismo espacio y tiempo.

Por eso, aunque su madre la había instruido lo mejor que había podido, no conocía los verdaderos efectos que el poder tenía sobre ella cada vez que lo utilizaba. Su abuela habría sabido mejor que nadie las razones por las que le pasaba aquello, y también como enfrentarse a ello. Pero el poder la había matado a principios de su quinto invierno.
Para transmitirle a ella la magia, para que Shana heredara sus ojos.

Las lágrimas pugnaban por superar la barrera de sus párpados, pero se lo impidió. Tenía una responsabilidad y, por mucho que le pesara, debía hacer honor a ella. Su abuela lo habría querido así.
Sintiéndose completamente sola, se incorporó y dejó que las visiones la llenaran.

El horror se instaló en su corazón, como una pesadilla cuyas garras amenazaran con arrancarle las vísceras. La escena que presenciaba, en un trance tan real como su propia vida, le heló la sangre.

Al contrario de lo que solía suceder, no era una simple espectadora de lo que ocurría. Sentía el fuego en su propia carne, ascendiendo por la pira de madera y paja seca, calcinándole la piel. Notaba las ataduras entorno a sus tobillos y sus muñecas, tan prietas que le hacían daño. Sus pulmones se llenaban poco a poco de humo y ceniza.

Apenas consciente, se obligó a mirar a su alrededor. Debía reconocer el lugar para poder localizar aquel velo.
La plaza parecía anclada en algún momento de la época medieval, así como sus costumbres. Frente a ella se congregaba un gran tumulto, campesinos pobres en su mayoría, gritando insultos, pronunciando blasfemias y arrojando fruta podrida. Tras ellos, las casas eran de adobe y madera.

Una manzana sorprendentemente dura le acertó en el estómago, dejándola sin respiración.
Trató de respirar hondo, pero un violento acceso de tos amenazó con ahogarla.

Se obligó a despertar. Cuando lo hizo respiraba con dificultad, como si el aire limpio del pequeño cuarto no llegase a saciar sus pulmones.
Inquieta, se levantó de inmediato y salió corriendo de la precaria cabaña que hacía las veces de hogar. Necesitaba el Atlas de los Mundos, una colección de volúmenes inmensos donde todas las anteriores poseedoras de los ojos habían descrito la infinidad de realidades que ocupaban su espacio.

Cuando llegó, sin aliento, a la enorme biblioteca pública que se erigía a pocos kilómetros de su casa, aminoró la marcha para recuperar el aliento. Estaba llena de gente.
Inspiró hondo y cruzó la estancia como una exhalación, frenando de golpe frente a una diminuta puerta de aspecto irregular. La mirada furibunda de la bibliotecaria la hizo estremecer. Aquella mujer le daba miedo.

Cogió aire justo antes de entrar en el minúsculo habitáculo, cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros. En el interior, un hombre de pelo cano sentado en una de las dos sillas situadas frente a la única mesa de la habitación, carraspeó y se coloco las gafas sobre la nariz.

- Shana.- Sorprendido, se levantó del sencillo taburete de madera.- Tu mandre me dijo que estabas indispuesta.

La chiquilla asintió, ruborizada.

- No me encontraba bien.- Se mordió el labio inferior, inquieta.- Pero es que necesito el Atlas.

El anciano se rascó el mentón.
Con la mano apoyada en la gruesa mesa de roble, la miró con detenimiento por encima de los cristales.

- El Atlas de los Mundos.- Reprimió un acceso de tos.

La muchacha asintió al tiempo que el hombre se acercaba a la alta repisa que se erigía tras él para rozar los lomos de los libros con las yemas de los dedos.

- ¿Qué volumen quieres?¿Qué mundo buscas?

Shana se retorció las manos, nerviosa.

- No lo sé. Parecía medieval.

El anciano le dirigió una mirada de reproche, volvió a fijarse en las encuadernaciones y eligió seis volúmenes que apiló en la mesa. Luego los dividió en dos grupos y señaló un asiento a su lado.

- Vamos.- La ordenó apremiante.- Te ayudaré a buscar.

La niña asintió.
Los libros estaban divididos por algo parecido a capítulos. En primer lugar se referían a la existencia de magia tras el velo, pero en aquel momento, ese criterio no les servía de mucho. No tenía ni idea de si el mundo que había visto era o no mágico.

El siguiente punto se basaba en los tiempos, tomando como referencia su propio mundo. Ese era el que tenía que mirar.