Ariane observó con curiosidad el fondo marino, buscando con insistencia la gruta de la que tanto le había hablado su compañera. Sabía que no debían adentrarse en esa zona, sus padres se lo repetían una y otra vez. Tanto, que habían dejado de escucharles.
Un pinchazo de arrepentimiento le atravesó el pecho al vislumbrar la sombra oscura y deforme de la bestia marina, agazapada en un rincón del profundo arrecife. Pero estaba demasiado cerca, no había llegado tan lejos sólo para rendirse ahora.
Echó un ligero vistazo a su espalda, asegurándose de que nadie la había seguido, y movió con fuerza la cola para impulsarse unos metros más.
—¡Ariane!—Tronó una voz tras ella.—Te he dicho mil veces que no te acerques a la depuradora mientras está en marcha. ¡Sal ahora mismo de la piscina!
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