martes, 22 de junio de 2010

El coleccionista de sueños

Ana pintaba.
Siempre le había gustado, desde niña, cuando admiraba las gráciles pinceladas de su madre mientras daba vida a miles de obras que luego acabarían apiladas en un rincón del desván.

Con ellos se había enamorado de los colores, de las luces, las sombras que emergían decididas de sus pinceles al crear frente a sus ojos todas aquellas maravillas. Y había seguido su ejemplo.
Todas las mañanas, con un lienzo colocado pulcramente sobre el caballete se sentaba frente a la ventana abierta y recogía su paleta de óleos para comenzar a trabajar.

Cerraba los ojos y visualizaba cualquier cosa. Un paisaje, una granja, un pueblo, una ciudad. Lo que fuera con tal de poder pintar.
Y su mano certera sujetaba el pincel con ligereza, lo deslizaba sobre la tela y trazaba con pulcritud pequeñas y finas líneas que formaban los detalles. Un poco de blanco para las luces. Negro mezclado con otros colores para definir las sombras.
Perfecto.

Bostezó y se llevó la mano a la boca, sin darse cuenta de que aun llevaba en la mano los instrumentos manchados de rojo carmín. El cielo de su cuadro era muy diferente a lo que podía ver a traves de los cristales, mas gris, mas oscuro. Mas triste.

Se preguntaba si algun día sería capaz de pintar como lo hacía su madre, de plasmar en sus dibujos todo lo que sentía al empuñar la paleta. Soñaba con un cuadro anónimo, un cuadro que pudiese competir con los grandes artistas que poblaban los museos de arte de las ciudades. Pero no era capaz de arrancar de su mente el miedo al fracaso.

Aquella pintura se sumó a muchas mas en algun rincón del ático de la vivienda familiar. A la mañana siguiente tenía que llevar al niño a la escuela, ir a la oficina y pasar toda la mañana recogiendo llamadas y citas para el dirigente del bufete de abogados donde trabajaba.
Con tanto stress era normal que no pudiera pintar.

Se tumbó en la cama, con los ojos oscuros abiertos y mirando al techo pintado de blanco, al lado del hombre profundamente dormido que roncaba medio enredado entre las sábanas. Una sonrisa triste anido en sus labios al girarse para verle, abrazarle y dejarse llevar al mundo onírico con la cabeza apoyada en su hombro.

”La niña de cinco años miraba con una curiosidad infinita las manos de su madre al deslizarse por la tela blanca del lienzo. Ella se observó a si misma, 25 años antes, y los ojos se le llenaron de lagrimas al comprender lo que había perdido desde entonces.

La inocencia, la pureza de su mirada, había dado un paso mas al frente, con el miedo, la experiencia, la decepción.
Por eso, pensaba, por eso no pintaba, por eso sus manos parecían atadas a aquel tiempo en que todo parecía mejor, en que no temía perder nada. Sus puños se cerraron con fuerza a ambos lados de la cadera, y se mordió el labio al comprender que aquello era algo de lo que jamás se podría librar.
O si.

A su lado notó una presencia extraña, y dio un respingo al hombre que se sentaba junto a ella, cubierto por ropas tan negras que se difuminaban con las sombras del jardín. Su rostro estaba al descubierto, y sin embargo, su mente no conseguía reconstruir sus rasgos para reconocer la identidad del desconocido.

- Yo puedo ayudarte.- Le dijo en voz baja, dejando caer las palabras como gotas de lluvia en verano.- Puedo ayudarte a pintar.
- ¿Quién es usted?.- Preguntó alarmada, sin entender como había podido aparecer un extraño en un sueño.- ¿De donde ha salido?
- Eso no importa, Ana, lo que importa es que puedo protegerte del miedo.- El hombre se levantó y la miró con sus ojos etéreos.- Dame la mano, y el fracaso no podrá rozarte de nuevo. No volveras a fallar, te lo prometo. Solo te pedire a cambio un sueño.

Ana le miró largo rato sin saber que hacer. No entendía. ¿Como era posible que un desconocido de un sueño le ayudara a no tener miedo, a no perderse a si misma por el camino? ¿Como, a cambio de un mísero sueño?
Pero entonces vio su mano, y supo que decía la verdad. Ya no le parecio tan extraño el hombre sin rostro, ni las palabras incoherentes que pronunciaban sus labios en el centro de su imaginacion. Y, sin pensarlo mas, estrechó su mano y cerró el trato, le entrego lo que quería a cambio de una vida de tranquilidad y alegría, sin fracasos que la persiguieran durante el resto de su existencia."


Se despertó temprano a la mañana siguiente, sin guardar recuerdo alguno del sueño de aquella noche.
Se despertó tranquila, con una sonrisa en los labios y ganas de empezar el día, de ir al trabajo y demostrar que podía hacer mas cosas que coger el telefono a un fiscal corrupto y prepotente.

Se levantó y caminó hacia la ventana, como muchas otras veces. Y cogio el pincel, y la paleta...y los tiró directamente al cubo de la basura.

- Mamá, ¿hoy no pintas?.- El niño de cabellos castaños y alborotados observaba sorprendido como el caballete y el lienzo a medio terminar acababan tambien el en contenedor que reposaba justo delante de la puerta principal.

- ¿Pintar? No...- Se rascó la nariz, como si hubiese olvidado algo importante.- Creo que voy a dejarlo del todo.

jueves, 17 de junio de 2010

Resurrección

En aquel lugar oscuro, lleno de odio y rencor, Akira luchaba por recuperar su identidad perdida.
Ahora que Nisha estaba libre de la influencia de su lado humano, había dado rienda suelta a toda la sed de sangre que un día las poseyera a ambas. Sin embargo, aquella esencia remanente de la pantera que poco a poco se abría paso en su mirada, trastocaba su mente de una manera extraña.

Caminando por las calles desiertas de la ciudad, la semidemonio pensaba demasiado. No le gustaba estar a las órdenes de nadie, no, al menos, si no le reportaba un beneficio. Y patrullar para su padre le suponía una inmensa pérdida de tiempo.

Se miró, reflejada en un pedazo de ventana rota, los cabellos rubios y rizados cayendo rebeldes sobre su rostro pálido, y sus ojos, antes del color de la sangre caliente, con aquellas irritantes burbujas esmeralda que abarcaban ya casi la totalidad de su ojo izquierdo.

Rompió el cristal de un puñetazo, rabiosa. Igual que esa epidemia verde que amenazaba con ocultar sus ojos, la sensación que la embargaba desde que Akira murió se había ido haciendo mas fuerte.

Entre sus emociones vacías, cada vez con mas frecuencia, encontraba trazos de sensaciones ajenas, sentimientos de odio aun mas irracionales que los suyos propios, miedo, pánico incluso, generalmente enfocado en particulares, demonios o humanos, daba igual.

Aquel conocimiento del mundo a su alrededor estaba volviéndola loca.
Pateó una muñeca de trapo tirada en medio del camino y escuchó un llanto ahogado de niña tras las paredes de una casa derruída. Sintió un pinchazo en el pecho y ganas de llorar, de recoger aquella piltrafa hecha de ropa vieja y abrazarla, y al mismo tiempo rechinaba los dientes, ardiendo en deseos de clavar su brillante espada en la garganta de la mocosa que le provocaba todo aquel dolor de cabeza.

Apretó los puños furiosa, y destrozó un par de ladrillos de una fuerte patada. Al otro lado, una pequeña sucia y con la cara llena de mocos se aferraba a su madre aterrorizada.
No pudo evitar sonreír de forma cínica por encima de la algarabía emocional que embotaba su razón. Y habría ensartado el sable en el cuerpo de la mujer si dos muchachas de rostro estúpido no la hubiesen interrumpido.

Las dos gemelas, con su parloteo inacabable, rompieron la conexión de la mente de Nisha y salvaron la vida de la madre humana sin siquiera darse cuenta. En lugar de eso, la semidemonio se alegró de verlas por primera vez en su vida. La cháchara sin sentido que mantenían de forma continua la impedía pensar en nada. Y eso era justo lo que necesitaba.

Mientras discutían la razón por la que habían ido a buscar a la hija del Rey Demonio, Nisha echó a andar, pasando entre ellas y aprovechando para descargar el stress a golpes para abrirse camino.

Cuando llegó al palacio, con las dos demonios detrás, su calculadora mente ya había trazado un plan. Cerró el portón de la gran sala de audiencias en las mismas narices de las gemelas, y se encaró sin ningún reparo con el hombre de aspecto imponente que se sentaba en el enorme trono.

Por poder había acabado con parte de sí misma, por algo que ni siquiera llegaba a comprender, que, al final, no le había servido de nada. Con gesto de desprecio dirigió una mirada de soslayo a la jovencita morena que posaba de pie a su diestra, distraída y con ganas de escapar de alli. Tantas como ella, pero por razones diferentes.

Podía percibir su disgusto ante la situación, el hastío de su padre al tenerla delante sabiendo que aquella sería la ultima vez que la vería.
Desechó ambos pensamientos, centrándose en lo que debía hacer para no perder sus objetivos. Dio un paso al frente y notó el temor en el interior de Ayreen, pero sus ojos no dieron un momento de tregua al Rey Demonio; fijos, insolentes y decididos.

- No impediré tu marcha.- Fueron las palabras de su padre, y en su interior, Nisha supo que decía la verdad.
Pero, ¿Y qué ocurría con los cientos de demonios que se postraban a sus pies? ¿Con su hermanastra? ¿Tratarían ellos de detenerla?

Sin confiarse un solo segundo, desenfundó una de sus espadas con la diestra mientras mantenía la otra mano libre para alcanzar el colgante de piedra esmeralda que pendía entre los dedos de su padre. Este sonrio de forma perversa, apretando con fuerza el amuleto.
- He dicho que no impediré TU marcha.- Repitió remarcando con sorna la penúltima palabra.

La semidemonio no se amedrentó. Sin darle tiempo a reaccionar, consciente de que la perseguirían por aquello hasta darla muerte, su arma subió a la velocidad del rayo, sesgando limpiamente la muñeca del Rey Demonio.

De un salto se alejó del trono, sujetando con firmeza su trofeo aun unido al miembro cercenado de su padre. Una risita perturbadora emergió de su garganta antes de abrir las puertas para escapar, al tiempo que el grito atronador del hombre alzaba a sus súbditos contra ella. Pero no la atraparían.

Pasó entre las gemelas a empellones, advirtiéndolas con la mirada de lo que ocurriría si trataban de detenerla. Ninguna de ellas lo intentó.
Y aunque estaba dispuesta a luchar, una vez más su reputación la precedía: Salió del castillo sin necesidad de empuñar las armas ni una sola vez.

Las ruinosas calles de 7 Torres tambien estaban desiertas. La piedra de teletransporte, a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, estaba, en cambio, custodiada por dos moles en posición de defensa que no recordaba haber visto en su vida. Parecían guerreros de la runa, y Nisha comprendió enseguida la razón de que siempre estuviesen allí.

Cuando el primero de ellos desapareció, despues de haberle cortado la cabeza, y reapareció minutos mas tarde a sus espaldas, tratando de ensartarla con su sable electrizante, la semidemonio maldijo su suerte.

Pero en aquel momento, la facilidad para percibir los sentimientos de los demás pareció servirle de ayuda por primera vez en su vida. Se dio la vuelta rápidamente para rechazar el ataque de la marioneta de su padre, y vislumbró a lo lejos una docena mas de guerreros que corrían en su busca.

A pesar de sus ansias de sangre, la semidemonio era consciente de que no sería capaz de derrotar a tantos soldados juntos, no su renacían una y otra vez en el mismo campo de batalla.

Dos al mismo tiempo. Sujetó la cadena entre los colmillos, dejándose libertad para extraer la segunda espada y poder bailar con ellas a una velocidad a la que ninguno de sus dos contrincantes fue capaz de distinguir por donde le llegaban los golpes.
En pocos segundos, los dos guerreros yacían inconscientes en el suelo, e impelida por la urgencia de dejar atrás la ciudadela, corrió al centro del portal sin darse cuenta de visualizar su destino.

Su cuerpo entró en suspension...

martes, 8 de junio de 2010

Oscura Eternidad

- Vive.- Dijo él.

No podía olvidar su expresión cuando dijo aquello. Sus ojos claros brillaban con una intensidad alarmante, y tenía los puños apretados a ambos lados de la cadera, como si la decisión que acababa de tomar fuese la mas dificil de su larga existencia. Como si aquello le convirtiera en un monstruo.

Entonces, ella dejó que la oscuridad invadiera su mente, y notó en el cuello el aliento helado que respiraba justo antes de sentir el suave mordisco que, con delicadeza, le otorgó el don de la vida eterna.



Un leve mareo se apoderó entonces de la joven, que se dejó caer semiinconsciente en los brazos de su compañero. Las heridas que le recorrían el pecho y las piernas le ardían, y sus extremidades apenas recibían las órdenes que la impelían a levantarse.

- Quieta.- Su voz grave calmó un poco sus nervios.- Ahora bebe.- Susurro inclinandose sobre ella, de manera que su piel rozara sus labios.

El cálido líquido inundó su boca y su garganta, y se deslizó poco a poco hasta su estómago donde se inició un dolor lacerante aun peor que el que le provocaban os cortes mortales que cubrían su cuerpo.
Él la sujetó fuerte, tratando de impedir las fuertes convulsuiones que se habían apoderado de la muchacha.

Para olvidar el dolor, ella visualizaba el rostro del chico, la única razon por la que aceptaba someterse a aquella tortura en vez de dejar que su corazón se parase para siempre.
Perdió la consciencia pensando en lo que la depararía el futuro, un futuro infinito, pero con él a su lado.

Que ilusa fue al creerlo.

Cuando despertó, estaba sola. Él no había podido soportar lo que le había hecho, en lo que la había convertido, condenada a vivir una vida sin vida en la Oscuridad.

Recordó, haber llorado sangre por su ausencia, literalmente, haber gritado su nombre hasta quedarse sin voz.

Cuando el agotamiento la obligó a callar, se dio cuenta de que todas sus heridas habían sanado por completo. Estaba curada, viva... y sola.
Se dio cuenta de que no iba a volver. Y apenas pudo soportarlo.

La luna le dio la bienvenida desde el cielo oscuro, iluminando con sus rayos plateados las inmediaciones del jardín que rodeaba su hogar.
Siempre recordaba su nacimiento al despertar, descubría las cortinas y dejaba que el crepúsculo la envolviera con su manto espectral.

Lillith...

La Eternidad podía ser traicionera.