jueves, 20 de enero de 2011

Estigia

Y lloró. Lloró durante horas, días, meses y años.
Lloró hasta que llenó a rebosar la Laguna.
Lloró hasta que se quedó sin lágrimas, y finos regueros de sangre descendieron por sus mejillas hasta las aguas, tiñendo de escarlata las orillas.

Y entonces la Laguna le permitió entrar.

sábado, 15 de enero de 2011

Círculo de Otoño

El bosque estaba oscuro. El fuerte viento movía las ramas de los arboles, haciendo que de vez en cuando retazos plateados de luna llena se reflejasen en la frondosa hierba del interior. El canto de los grillos dejaba oírse con voz tenue, dando un ambiente sereno al robledal.

Y un ruido interrumpió la eterna calma de aquel lugar sagrado.
Una niña, pequeña, de no más de siete años de edad, asomo entre los matorrales. En su rubia cabecita había enredadas algunas hojas secas y amarillentas, y su vestido antes blanco inmaculado estaba ahora sucio, rasgado y manchado con el barro del suelo.
Se había perdido.

"Mal sitio" Pensé yo. La vi andar cautelosa hasta el gran claro que se alzaba enfrente, decorado con un círculo de hojas otoñales que guardaban dos velas negras en su centro.
Arrugue la nariz. "No entres ahí, niña, no es buen sitio para ti" Pero ella no me oía, y, cada vez más, se iba internando en aquel lugar maldito.

En mala hora había la pobre criatura perturbado la quietud y serenidad del círculo.
Las velas prendieron solas sobresaltando a la pequeña, que retrocedió varios pasos asustada. La habían visto.

Me acerque a ella, la llame intentando prevenirla, hacer que huyera. Y entonces la vi.
"Lo siento preciosa, ahora ya todo se acabó...." Agaché la cabeza apenado.
La hermosa mujer pelirroja, a quien yo tan bien conocía, se acerco a ella, lanzándome una furtiva mirada de reproche.

- ¿Te has asustado? - Preguntó ella encantadora, y con una sonrisa nos condujo a ambos hasta su cabaña de madera.

Yo espere, mirando como la daba de comer, como alimentaba a aquella niñita rubia. Como lo sentía por la criatura... pero sabía que ya no había nada que hacer.
La pelirroja sonreía, sin dejar de mirarla, mientras se inclinaba y acariciaba suavemente mi pelaje negro. Pronto tendría otra víctima a quien torturar.

Aquella noche todo terminó.
Cuando volví a casa, tras mi acostumbrado paseo nocturno, aquella horrible bruja tenía una extraña sonrisa plasmada en el joven rostro. Me mostraba el puño, medio cerrado medio abierto, con unos bigotes rubios asomando entre sus finos dedos...

Moví con energía la cola preparado para saltar.
"mm..." Me relamí "Un ratón"

Eternal Sight

Origen

- Abuelo, tiene magia.

El anciano levantó la cabeza al mismo tiempo en que los ojos de la muchacha volvían a la normalidad. Asintió, y con dificultad devolvió dos de los libros a la estantería mas alta.

- Medieval y mágico.- Asintió y se colocó las gafas.- ¿Tipo de magia?

Shana se mordió el labio inferior. Una mala costumbre.
- Era extraño. El chico escribía, y entonces… no se, simplemente pasaba.
- ¿Estas segura de que la pluma, o la tinta no eran mágicas?
- Bueno…- Bajó la vista mientras se retorcía las manos, nerviosa.-Creo que no. No, era él. El que tenía magia era él.

El hombre carraspeó, ajustándose las lentes sobre el puente de la nariz.
- Entiendo…Puede ser…¿Le oíste hablar? ¿Sus palabras eran también mágicas? Intenta recordar. ¿Viste algo?

La niña frunció el ceño pensativa. Se golpeó las uñas de los pulgares y respiró hondo. Tal como su abuela le había enseñado.
Se concentró en rememorar las imágenes de la visión, en recuperar los sonidos y recomponer los recuerdos.

- No lo se. No dijo nada, solo escribía, andaba y miraba por una ventana. Estaba nervioso, como si pensara que no iba a funcionar.- Caló un momento, tratando de no omitir detalles.- No sabía bien como utilizar su poder. No era un iniciado, se escondía.

Una ancha sonrisa se dibujó en el rostro del anciano.
- Bien, bien. Eso nos será de mucha ayuda. Progresas rápido, Shana.

Sus ojos color miel brillaron, henchidos de orgullo. Cada vez lo hacía mejor, su abuelo se lo decía. También cometía errores, claro, pero era normal ya que toda la guía que su familia podía darle era puramente teórica. Pronto sería capaz de controlar la Mirada Eterna.

Odiaba que fuese al revés. Odiaba ser incapaz de ver cuando ella quería, o de eliminar las visiones cuando llegaban en un mal momento. Tendían a ser horriblemente inoportunas.
Odiaba no ser dueña de su propia vida. Pero eso cambiaría pronto.

Tocaron a la puerta y perdió el hilo de sus pensamientos.
Extrañada, la joven dejó que su abuelo ocultara los volúmenes que aún estaban a la vista, y a su señal, se acerco a entreabrir la pequeña puerta.
Se le puso la piel de gallina.

La bibliotecaria, con su moño impecable de cabello gris y su rostro, igualmente ceniciento, mostraba una expresión avinagrada y hosca, como si el simple hecho de tocar la madera de aquella puerta fuese un castigo peor que limpiar letrinas.

- Sus padres la llaman, señorita.- Anunció con voz completamente carente de emoción.

Shana tragó saliva antes de seguirla. Jamás comprendió porqué aquella mujer parecía destilar odio cada vez que la miraba. Pasaba mucho tiempo allí, estudiando. Era una gran biblioteca pública, una de las pocas ubicadas a lo largo del perímetro del enorme castillo del Duque.

El ducado entero tenía libre entrada a las bibliotecas, siempre y cuando estuvieran apuntados en los registros. Todas las familias de los pueblos cercanos lo estaban. Era la forma mas sencilla de conseguir un pequeño terreno para plantar y construir una cabaña. La suya estaba a pocas leguas de la aldea.

Cuando su familia se traslado a aquellas tierras, el hombre que las gobernaba había escuchado su historia y les había dado cobijo. Incluso una pequeña estancia en aquella biblioteca para poder estudiar sin ser molestados. Ni siquiera la bibliotecaria tenía permiso para entrar. Tal vez fuera eso lo que la molestaba tanto.

Fuera del enorme edificio, a los pies de las escaleras de mármol, sus padres esperaban con una gran sonrisa. Entre ellos, con las manos entrelazadas a la altura de las caderas, una niña rubia de apenas cuatro años la observaba de manera inquietante.

Sintió como un escalofrío le recorría la espalda, y los pelillos de la nuca se le erizaron. Algo no encajaba.