Siempre ha existido esa creencia absurda, ese mito arcano acerca del bien y del mal. Esa insistencia al pensar que todo el mundo guarda en su interior una parte buena y un lado oscuro que luchan entre sí por el total control de una conciencia. La conciencia humana.
¿Quién no ha imaginado alguna vez al pequeño angelito que posa cual modelo escultural en el hombro derecho, susurrando palabras serenas al oído de su huésped mortal? O al demonio del mismo tamaño, que desde el otro lado de la cabeza increpa a su antagonista pavoneándose con sus cuernos afilados y cola rojo carmesí.
Debe de ser esto lo que la gente normal identifica con la moral. La eterna lucha interna para decidir si algo es políticamente correcto o por el contrario una aberración monstruosa producto de los más salvajes instintos.
En realidad, aceptémoslo, todo esto no es más que una tontería poco elaborada que los dibujos animados utilizan como recurso humorístico para divertir a los más pequeños. Ese dios al que tanto adoran, ¿Para qué iba a crear ángeles y demonios tan pequeños? ¿Para jugar a los pin y pon? Para eso tiene al ser humano.
Sin embargo, dicen que siempre hay algo de realidad en los mitos, y este caso no iba a ser una excepción.
Lo descubrió al conocer a Innara.
Carta abierta a tercero de la Eso
Hace 5 años
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