martes, 15 de diciembre de 2009

El coleccionista de sueños

Se incorporo en la cama, incómoda, las sabanas pegadas al cuerpo, perladas gotas de sudor inundando su frente blanca, como un lirio de invierno.

Miro el despertador analógico en la pequeña mesilla de noche, girándose con una mueca de disgusto. Marcaba las cinco y cuarto a.m
"Genial" murmuro con una mueca.

No entraba a trabajar hasta cuatro horas después, y sabía que no podría volver a conciliar el sueño. La imaginación le jugaba malas pasadas, impidiéndole cerrar los ojos, reviviendo imágenes siniestras y macabras que hubiese querido esconder en lo mas profundo de su subconsciente.

Se levantó por fin, mirando con nostalgia el colchón vacío, y se tapó con una fina camisa de hilo blanco para ir hacia le pequeña cocina del piso. Hoy desayunaría bien.

La destartalada cafetera montaba un terrible alboroto al ponerse en marcha, y el liquido caliente borboteaba al caer en la taza de porcelana rosa hasta que la joven apago el aparato y añadió la leche y el azúcar al tazón. En la mesa la esperaban un par de tostadas y un croissant de panadería.

* * *

No supo en que momento exactamente había vuelto a dormirse, pero llegaba tarde. Muy tarde.

Corría hacia el aparcamiento con el portátil colgado del brazo, sujetando la mochila para que no diera grandes golpes y buscando las llaves del coche con la mano que tenia libre.

El BMW negro cruzo la ciudad casi sin detenerse, hasta llegar al enorme complejo residencial de la universidad londinense, una urbe en miniatura dotado hasta del más mínimo detalle.

Inició la maniobra de entrada en el recinto. El gran jardín que rodeaba el campus estaba desierto a aquellas alturas de la mañana. Algún coche aparcado enfrente de la facultad, dos o tres profesores y alumnos cruzando las puertas del edificio. Pero ella ya llegaba tarde. Demasiado tarde.

Subió corriendo hasta la sala de reuniones, en el último piso, muy cerca de los despachos, y entro balbuceando un par de excusas mediocres.
< La gasolina….> Arrugo la nariz. Que poca imaginación.

Al otro lado de la mesa, un muchacho moreno le dirigió una sonrisa burlona. A excepción de el, la habitación estaba completamente vacía. < Buenos días Steffie ¿Has dormido bien? >

Le sacó la lengua, apartándose un mechón de pelo rubio detrás de la oreja, y tras servirse una taza de café, se sentó frente a él. David, profesor en la carrera de IBEF. 23 años, 1.85 y visitante asiduo del gimnasio. El típico deportista por el que cualquier chiquilla preadolescente haría cola a las afueras de un estadio. Poco menor que ella, que había empezado aquel mismo año a dar clases de Arte Moderno.

< He vuelto a despertarme > Comentó mientras tomaba un sorbo. Eran más amigos que compañeros de trabajo…Tal vez algo más.
< ¿Otra vez el mismo sueño? > Preguntó el preocupado, dejando el periódico que sostenía sobre la mesa. < Llevas así dos meses >
< Lo se…Pero, ¿Qué puedo hacer? No entiendo nada…>

El joven le apretó la mano con cariño, y ella, tal vez sorprendida por su actitud, aparto el brazo bruscamente, y un tenue rubor apareció en sus mejillas. Una sonora carcajada salió de la garganta del joven, y con gesto indignado le dio un manotazo en el hombro. < No te rías >

Él se levantó aún sonriendo, y rodeado la enorme mesa de roble rectangular, se colocó a su espalda y apoyó las manos en sus hombros. Y con un beso en la mejilla, se despidió y salió de la sala.

Steffanie sacudió la cabeza y miró el reloj colgado en la pared. Las 11:00 a.m, un cuarto de hora para su segunda clase del día, con alumnos de primero. Al menos, a esa llegaría bien…


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Monotonía. Siempre la misma rutina.

No podía pensar en nada mas cuando cayó pesadamente en el sofá de la sala de profesores, y sus párpadosse cerraron para sumirla de nuevo en la oscuridad.

"El bosque se cernía sobre ella, repleto de árboles cuyas ramas amenazantes la señalaban sin compasion. La luz era apenas capaz de atravesar el espeso manto de hojas verdes que se extendía sobre su cabeza.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al distinguir el fulgor rojizo del fuego que la perseguía. El corazón le latía tan rápido que, por un momento, penso que le iba a explotar en el pecho. Pero nada de eso ocurrió.

Las llamas se acercaban a ella con un ansia devoradora, calcinando a su paso todo rastro de vida que una vez había poblado la enorme arboleda. Steffie comenzaba a sentir calor, mientras corría en direccion opuesta para escapar a tan horrenda muerte.

Pero al contrario de lo que debería, el robledal se hacía cada vez mas denso y poblado, los caminos eran cada vez mas impenetrables, y las ramas y arbustos parecían perseguirla al igual que las lenguas escarlata que le pisaban los talones.

Se mordió el labio con fuerza, dejando que un hilillo de sangre resbalara por la comisura de su boca.

Estaba nerviosa. Su memoria comenzaba a funcionar con algo mas de claridad, recordandole inoportunamente que aquel sueño ya lo había vivido antes. Y sabía perfectamente como terminaria.

Empezaba a darlo todo por perdido, cuando a lo lejos, distinguió una figura que nunca antes había visto alli. Estaba quieta, de pie delante suyo, lo suficientemente cerca para que ella pudiese darse cuenta de su presencia, lo suficientemente lejos para que su identidad quedase protegida por la distancia.

<"Stefanie, escucha"> El eco de su nombre resonó a través del bosque, enredandose en sus cabellos rubios como un lazo de seda plateada.<¿Quieres librarte de tu pesadilla?> La muchacha tragó saliva. ¿Un extraño en sus sueños? El miedo que la embargaba cada vez era mas agudo. <¿QUIEN ERES?>
El calor de las llamas a su alrededor comenzaba a ser insoportable. Cada vez le costaba mas respirar, y estaba atrapada entre dos peligros, sin poder avanzar ni retroceder. "El nombre solo es una mera ilusión. No importa quien sea, Steffanie, solo lo que puedo hacer por tí. Dame la mano." El desconocido se acercaba a ella despacio, con su voz tranquilizadora danzando hasta sus oídos.
Le miró tratando de reconocer en su rostro algun rasgo que pudiera identificarle."Solo te pedire una cosa a cambio. Solo una."Steffie frunció el ceño intrigada. <¿Que podría querer usted de mi? Ni siquiera le conozco.> El hombre avanzó un poco más. "Solo un sueño. Algo ínfimo en comparación a dejar de despertarte cada mañana por culpa de esta pesadilla que te aterroriza."
Abrio la boca para expresar su desconcierto ante los obvios conocimientos que tenía de ella. Pero de repente, ya no le parecía tan extraño. Ni siquiera le parecía que desentonase con el lugar. Él tenía que estar alli, se decía. Era su trabajo.
Casi sin percatarse, su brazo se extendió hasta estrechar la mano de aquel familiar desconocido. Comenzó a relajarse casi sin darse cuenta. La cercanía del fuego ya no la inquietaba. Se dió la vuelta despreocupada, y caminó hacia el corazon de las llamas sin siquiera pestañear. A su espalda, el hombre sonreía.

Cuando abrió los ojos, se encontraba de nuevo en el sofá de la universidad. El reloj de pared que colgaba a su derecha marcaba poco mas de la una, lo que significaba que no había dormido mas de 20 minutos. Se frotó los ojos soñolienta, tratando de recordar algo que no estaba segura de haber visto.

Se sobresaltó al ver a David a su lado, sentado con cara de preocupación y sin quitarle la vista de encima ni un solo momento. <¿Estas bien? ¿Ninguna pesadilla?> El muchacho parecia ansioso por saber la respuesta, asi que Steffie se dispuso a contestar . "No... creo que no"

Pestañeó exageradamente. "Por cierto.... ¿Y tu quien eres?"

lunes, 2 de noviembre de 2009

Halloween

Los dos hombres caminaban calle abajo, discutiendo acaloradamente sin fijarse en la cantidad de peatones que se giraban a su paso.
A juzgar por la expresión del primero diríase que debatían asuntos de extrema delicadeza, algo bastante factible si no fuese por los aspavientos desesperados de su compañero, que parecía exaltarse por momentos.

Se pararon en un semáforo, justo enfrente de un enorme edificio cuyo letrero gigantesco y poco cuidado anunciaba en letras capitales de color rojo el nombre de una gran empresa constructora.

Las puertas giratorias los hicieron desaparecer en el interior de una amplísima sala de recepción donde los empleados aun estaban terminando de recoger los últimos adornos de la fiesta que había tenido lugar la anterior noche.

- ¿Es que celebrasteis aquí la fiesta? Parece que ha pasado un huracán por aquí dentro.
- Si, toda la primera planta y arriba, en la 7º, el concurso de disfraces. No te lo creerías si te dijera la cantidad de gente que había metida en aquella sala de conferencias.
- Pero tenía entendido que solo permitían el paso a los trabajadores.
- Y acompañantes. Aunque, personalmente, hubiese preferido algo mas formal.
- ¿Y eso porque? No me dirás que te da vergüenza.
- Tenías que haberla visto. Tu la habrías sacado a rastras del edificio.
- Joder, ¿Tan malo fue?
- ¿Malo?¡Imagínalo! Era la única elfa vestida de bruja tarareando Jingle Bells en una puta fiesta de Halloween!

viernes, 30 de octubre de 2009

Pumpkins Revenge

Oh, gran oportunidad; inmensa alegría me causó aquel niño cuando entre risas y bromas me colocó en su cabeza a modo de máscara.
Me sacó a la calle cual trofeo, mostrándome a quien su humor, en aquella noche de celebración y ceremonia, invitara a hacer mofa o reconocimiento de la macabra expresión plasmada en mi cubierta.

Las carcajadas retumbaban en mi interior hueco cual puñal arrancándome las vísceras, al tiempo que mi montura se paseaba portentosa frente a las entradas decoradas con mis propios hermanos, sin reparar un momento en los adornos durante su loca carrera a la caza de caramelos.

No, no quedaría así, y la ira me inundaba por segundos, llenando cada fibra de mi cuerpo mutilado de una fuerza extraña y perturbadora que también pareció advertir el infante que me portaba.
A nuestro alrededor mi furia no paso desapercibida, y tuvo a bien además de despertar a mis congéneres de su inalterable letargo, la mayoría tan cubierto de cicatrices como lo estaba yo.

El muchacho aparentaba creer truco de los bufones del vecindario lo que para mi estirpe prometía ser una cruel y bien merecida venganza.

Oh, dulce melodía; repicando como campanas de la mas sublime catedral dispuestas en plena calle principal, risas tornándose alaridos infundidos de pavor a la vista esplendorosa de un ejército anaranjado cuyos dientes de pulpa y fibra desgajaban con iracunda sed de sangre los miembros de quien se interponía en su camino.

Oh, hermosa imagen; cuando percatándose mi pequeña montura de lo que en realidad ocurría ante sus ojos, ante los míos, quiso por miedo salir huyendo del espectáculo. Quiso, pero no pudo.

Oh, gran victoria; que una simple calabaza, utilizada cual simple juguete para crear una imagen grotesca con que presumir en esta noche de Halloween, haya logrado a partir de una semilla de odio tomar el control de tanta desgracia.

Trataba el niño inútilmente de librarse de mí, ahora mucho mas fuerte que el día en que fui cosechada, observando con un terror casi histérico a mis hermanos alimentándose de los suyos. Los ríos escarlata recorriendo salvajes la carretera, tiñendo aceras, fachadas y nuestras propias carnes, mientras cientos de amputadas criaturas masticaban a los tiernos infantes que les habían procurado aquel rostro grotesco.

Oh, cuan grato; sin darme apenas cuenta presionaba con anhelo la testa de mi portador, cual nuez a punto de ser destrozada por las garras de metal de algún utensilio humano; sentir como lentamente el cráneo iba cediendo en mi interior, derramando el cálido líquido que les daba la vida a aquellos monstruos.

Oh, sencillamente exquisito; poder saborear en aquel hueco con que ellos mismos me habían obsequiado la roja sangre que latía pausadamente en las venas desgarradas del desdichado.

Poco ya le queda de vida, desplomado en el suelo empedrado de la avenida. Un mínimo o ningún esfuerzo para deshacerme del pesado fardo, ahora inútil. Aún con su sabor en mis fibras, tratando de dejar atrás lo que una vez me dio soporte para alzar a los míos en su contra.

No! No puede ser. Mis raíces no me sostienen, me desgajo, voy perdiendo el elixir dulzón y espeso que recubre mi corteza de principio a fin. No! Aquel cuchillo; lo siento ahora cual sentí en aquel instante, arrancándome la vida con mi carne, desgarrándome en mil piezas que no podré recuperar.

Oh, perverso! Infausto pesar; aciago el momento en que decidiste ocultar tu rostro con el mío, ¡Condenado mil veces seas!, Miserable!, Maldito por hacer en mí una falsa imagen de tu rostro, perforando mi estómago con el único fin de transformarme en una burda careta.

sábado, 24 de octubre de 2009

Ironías del destino

Colocó los documentos en orden meticuloso y abrió con los dedos la persiana que cegaba los grandes ventanales de su despacho. Su secretaria contestaba el teléfono con una sonrisa tan falsa como las uñas de manicura francesa que adornaban ostentosamente sus bien cuidadas manos de pianista.

Se arregló la chaqueta y la corta falda que formaban parte del caro traje de firma que llevaba puesto aquel día, combinando exquisitamente con un par de zapatos negros de tacón de aguja que realzaban su figura alta y delgada, y una blusa de impoluto blanco con prominente escote.

Un par de pasos la situaron frente a un espejo de forma ovalada y enmarcado con remaches de cobre que hacían de soporte contra la pared. Un retoque de pintalabios rojo oscuro, destacando su volumen y sensualidad; lápiz negro en los ojos rasgados, realzando sus rasgos finos y exóticos; y por último, un poco de maquillaje en la frente y las rosadas mejillas, destinado a devolver la uniformidad y limpieza a su rostro mas bien pálido.
Sencillamente perfecta.

Se peinó con los dedos el cabello negro y liso, hasta la altura de su pecho, y abrió la puerta con resolución. Frente al escritorio de Anna, su ayudante, esperaba una pareja madura, no demasiado contenta. Un niño de cinco años, a su lado, trataba de asomar la cabeza por encima del escritorio al tiempo que aferraba fuertemente la mano de su madre.

Carraspeó sonoramente para llamar la atención de los presentes, aunque sabía a ciencia cierta que la rubia ni se inmutaría siquiera al oírla. Y así fue.
- Por favor, pasen por aquí.- Invitó en voz alta, haciéndose a un lado para facilitar la entrada a la oficina.
- Gracias.- Respondió el hombre sin mirarle a la cara.
Pasó el primero, seguido de su mujer, que cabizbaja, aun sujetaba al pequeño de la mano. Pero en el último momento, la muchacha apoyó la mano derecha en el hombro del niño, impidiéndole pasar.
- Lo siento, pero él debe esperar aquí. Le atenderán bien.

Miró atrás con elegancia, y con un gesto ordenó a una joven de porte adolescente que se acercase. Esta no se hizo esperar, y se agachó junto al chiquillo sonriéndole con simpatía.
- Íkara , llévalo a la zona infantil.
- Claro.- Respondió jovial, y se alejó con él por los pasillos.
- Le atenderán bien.- Repitió mirando a la madre con una sonrisa en los labios.

Volvió al interior del despacho, desde donde le observaba el matrimonio. Los analizó visualmente, fijándose detenidamente en cada detalle, pero a primera vista ninguno daba muestras de sentirse culpable. Así que había dos opciones: o eran inocentes, o mentían muy bien.
- Sentaos por favor.- Dijo señalando las dos sillas, y rodeando la mesa para ocupar su lugar.- Bueno. La fiscal me ha dado los informes de la policía, el historial clínico del niño y algún que otro documento mas sin demasiada relevancia.- Explicó pausada sacando una carpeta color malva.
- ¿Me van a quitar a mi niño?.- Era la primera vez que oía hablar a la madre, temblorosa, huidiza.
- No es necesario Sra. Jonshon, si me dice la verdad y ambos colaboran en mi trabajo.- Ella asintió nerviosa.
- No hemos hecho nada, no tenemos nada que ocultar.- La voz del marido, en cambio, revelaba una ira y urgencia que se preocupaba mucho por ocultar.
- Claro que no Sr. Jonshon.- Sonrió.- Pero tendrá que contarme paso por paso el accidente de su hijo.
- Si, si.- Se rascó el mentón, mirando al techo.- Estábamos en la plaza, paseando...
- En el parque. Debajo de casa.- Repitió su esposa.
- Eso he dicho joder. Estábamos en el parque, paseando, y pasó un niñato con un monopatín.- Chasqueó la lengua en señal de desprecio.- Ya sabe, esos chavales del demonio que van con su patinete a toda velocidad por las plazas, da igual que haya críos...si, da igual...

Hacía anotaciones mientras observaba el comportamiento de aquel hombre al relatar su historia. Demasiada lucidez para un borracho como él. Podía oler el Whiskey desde el otro lado de la mesa.
Sus labios se estiraron automáticamente, confiriendo a su rostro un aura limpia y amigable.
- Tranquilo. Cuéntame, ¿Qué pasó después?
- Pues eso... Aquel idiota se resbaló y ese trasto le dio a Nicky en la cabeza, él es pequeño y se cayó...
- Hay...un...pequeño desnivel al lado del camino...
- No tan pequeño. Nicky se cayó y se rompió el brazo, ya se lo dije a los médicos.
- Aham. Entiendo.

Claro que entendía. Entendía que aquel cabrón había llegado a casa borracho, como muchas otras noches. Que había ido derecho a la cocina, tambaleándose, con la firme intención de violar a su mujer, como tantas veces lo había hecho. Pero aquel día algo debió salir mal.
El niño debió despertarse por el ruido, o tal vez simplemente para ir al baño o a beber agua, y había ido corriendo por el pasillo para darle la bienvenida a su padre.

El primer golpe tuvo que ser fuerte. El enfermero de la ambulancia dijo en su declaración que el pequeño presentaba magulladuras en la cara y el labio inferior roto, como de un puñetazo. También habían hallado moratones en el tórax y una costilla astillada, además del brazo roto, lo que sugería que lo habían lanzado escaleras abajo de una patada en el abdomen.

El sonido del teléfono la sacó de tan grotescos pensamientos. Pidió disculpas, levantando la vista del cuaderno, y descolgó.
- Aquí Jade....Si.....Vaya! Quien lo hubiera pensado....Aham.Ya....¿Con quien?....Hum....Comprendo....Si, iré lo antes posible....ya...haré lo que pueda....bien....Adiós.
Apretó el botón rojo del aparato antes incluso de separarlo de su oreja. Colocó en su sitio el inalámbrico y se levantó.
- Tendrán que perdonarme.- Se disculpó de nuevo con una sonrisa.- Pero me ha surgido algo ineludible.- Alineó la carpeta al milímetro con los documentos que había estado ordenando, cerró el cuaderno y colocó el bolígrafo perfectamente recto en el cubilete con los demás.- Si me acompañan por favor, pediré a Íkara que traiga de nuevo al niño y podrán irse cuando quieran. Mi secretaria Anna les llamará para concertar una cita la semana próxima.

sábado, 17 de octubre de 2009

Cielos Negros

El nuevo jardín del Edén

- No, no es cierto.
- ¿A quien vas a creer?.- La niña de 9 años se había cruzado de brazos indignada.- Siempre has sabido que te ocultó algo. Además.- Añadió con gesto orgulloso.- Soy tu mejor amiga.
Alba suspiró. Aquella pequeña cromática se había juntado a su grupo hacía unas semanas, cuando uno de los rateros la había sorprendido tratando de robar comida en la casa común. Desde entonces no se separaba de ella.

- Eres una cría. Ni siquiera sabes lo que significa.- Sabía que estaba diciendo una gran mentira.
- Bah!.- Decididamente, aquel comentario la había molestado.- Dí lo que quieras. Pero si yo te digo que tienes color de quimera es por que lo eres y punto.
Puso los ojos en blanco, tratando de restar importancia a la informacion que le daba Aurea.

Aurea. La habían llamado así por su increíble capacidad ara leer y distinguir los tipos de aura de la gente, así como sus colores. Y solo tenía nueve años.
- Está bien, tu ganas. Pero eso no significa nada.
- ¿Como que no? Vamos, vete a preguntarle. Seguro que tienes miedo. y por eso no le dices nada.
Frunció el ceño, mordiendose el labio inferior. ¿Por que le admitía semejantes estupideces a aquella niñata?
- Tal vez porque sabes que tiene razón.

Se giró, a punto de gritar una palabrota, pero solo logró rechinar los dientes en disgusto ante el nuevo integrante de la conversación.
- Genial.- Masculló de mala gana.
- No te conviene un oyente, ¿Verdad?.- La risa del joven resonó en sus oídos.
-¿Que haces aquí?.- Preguntó mordaz, recordando mentalmente a la chiquilla de pelo rizado tras la que le había visto aquellos últimos días.-¿Acaso te han dado calabazas?
- Bingo!.- La vocecilla de Aurea se dejó oír desde el sillón.
- Tú cállate.
- Tu aura se ha puesto verde. Eva tiene razón.
- No me llames Eva.- Gruñó la aludida.

- Es una quimera.- Explico la niña con brevedad.- Puedo verlo a su alrededor.
- Ya...- El muchacho se rascó la barbilla pensativo.- Eso explica porque Sheeva no quiso decirte todo lo que podía leer en ti, ¿Verdad?
- No.Soy.Una.Quimera.- Replicó remarcando cada una de las palabras.- Iros a las mierda si os vais a poner de acuerdo los dos.
Refunfuñando y pegando una patada tontamente a la pared, salió del pequeño cuarto dando un portazo.

- Leek, ¿Crees que irá a ver a Sheeva?
- La llamó hace unos días. Quería contarselo todo.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cielos negros

La leve luz del atardecer lluvioso se colaba por la ventana, iluminando pobremente la pequeña sala en la que se habían reunido.
No era nada especial, ni muy caro, simplemente un estrecho reservado dentro de unas grandes oficinas. En aquel piso debía de haber por lo menos unos trece cuartos parecidos.

En las paredes, retratos de los mentalistas mas famosos observaban a la peculiar pareja sin descanso, y en el escritorio de madera de cerezo, una serie de fotografías mas actuales mezcladas con titulaciones adornaban pulcramente los laterales.

-No me odies.- El comentario resonó por toda la habitación.- Pero te he mentido.
La muchacha de aspecto desgarbado enarcó una ceja interrogante. Frente a ella, un joven trajeado y de buen ver titubeaba, incapaz de mirarla directamente a los ojos.
-¿Vas a seguir ahí mirando el suelo como un idiota o me lo vas a contar de una puta vez?- Parecía irritada, apoyando la espalda en la pared y descansando todo su peso en una sola pierna. La otra, la movía rítmicamente en señal de urgencia.
-Lo siento…
-Joder Sheeva, que no tengo todo el día.- Estaba a punto de romper a llorar, pero a ella le daba igual.

El chico se pasó la mano por el pelo engominado en un gesto ansioso, casi sin atreverse a levantar la cabeza para ver a la chiquilla de 15 años que le instaba amenazadora desde el dintel de la puerta de su despacho.
Suspiró.
-¿Recuerdas aquel día, cuando te trajeron a la agencia?.- De reojo podía ver como se arreglaba la chupa, incómoda.- El mismo día que nos conocimos. Nos llevaron a la sala de lectura.
-Lo recuerdo.
-Yo había llegado también aquella semana, acababan de descubrir mi don, y aun me costaba dominar la intensidad de las visiones
-He dicho que lo recuerdo.- Le interrumpió cortante.
Se removió inquieto. Era realmente difícil decirle aquello, mas aun ante la actitud agresiva que había adoptado desde que la llamó la mañana anterior.

-Ya…Déjame contártelo, ¿Quieres?
Ella hizo una mueca hastiada, poniendo los ojos en blanco, pero le indicó con un gesto que continuase.
-La visión que tuve no ocurrió exactamente como te dije que era. Yo era nuevo en esto, y tu no tenías mas de doce años, me parecía demasiado cruel en aquel momento cargarte con un destino tan negro.- Se detuvo un momento y echó mano al botellín de agua que descansaba a la derecha de su archivador.- Aún me lo parece. ¿Por qué no te sientas?
-Estoy mejor de pie.
Se acariciaba el mentón desesperado. Era imposible intentar crear un ambiente agradable cuando se ponía así, no digamos ya si le daba por utilizar su poder. Por suerte, parecía no considerar aquel momento como el adecuado para exhibir su talento.

-Esta bien. La verdad es que las imágenes que vi en tu aura no eran nada confusas. Vi el comienzo y el final, vi desgracias y vi muertes. Pero esto ya te lo dije.
-Entonces, ¿Por qué me lo repites?.- Bostezó sonoramente sin molestarse en taparse la boca.
-Cuando te trajeron, nos avisaron a todos de que tratar de leerte podría ser peligroso. Que los cromáticos habían detectado una gama extraña a tu alrededor, un color que les costaba identificar pero que clasificaban entre las quimeras. Por eso, cuando me eligieron a mi para establecer contacto con tu esencia no quise revelar lo que descubrí.
La joven ladeó la cabeza bruscamente, y un mechón de pelo caoba cayó rebelde sobre su nariz.
-Y…
-Tu nombre, Alba. Quien eres en realidad, para la humanidad. Tu destino en una palabra. Tu nombre...- Hizo una pausa eterna, mientras su mano buscaba de nuevo la botella de agua mineral y daba un largo trago para recuperar el aliento y las fuerzas.- Es Eva.- Enterró el rostro entre las manos con ansiedad, tratando de escapar de algo demasiado grande para el.
-Ya lo sabía.- Respondió sonriendo, y arreglándose de nuevo la chaqueta de cuero, se dio la vuelta, abrió la puerta del despacho y se marcho por donde había llegado.

viernes, 1 de mayo de 2009

Leyendas

Leyendas


La pálida quinceañera trataba por todos los medios de no hacer ruido al entrar al templo. Como cada mañana, el cuenco de fruta bailaba en su cabeza, en sus manos, las cestas de flores y esencias que debía colocar en el altar. Todo esto, claro está, en el mas absoluto silencio.

La verdad era que tenía miedo. La última vez que interrumpió la meditación de la Suma Sacerdotisa, su torpeza le había costado una buena paliza por parte de los guardias del santuario. Por eso, porque solo era una simple esclava, su trabajo tenía que ser algo imperceptible para los ojos de los demás.

Aquel día, como tantos otros, las orquídeas, lirios e iris fueron a parar a los pequeños pedestales que flanqueaban el ornamento central; las rosas y nomeolvides a los pies de las representaciones divinas; las esencias, en sus cuencos y frascos, alineados cuidadosamente en la mesa de ceremonias y las frutas acomodadas en la enorme vasija como ofrenda a la imponente efigie del dios.

Suspiró al recordar el por qué de su situación. Aquella devastadora incursión en el valle, los soldados incendiando los hogares en busca de aquellos a los que llamaban instigadores. El caballero de armadura negra como la pez, que se escudaba en su yelmo siempre bajado, y en el nombre del Dios Supremo para robar las riquezas de las aldeas e imponer su ley donde quiera que pasase.

Sus padres, al igual que la mayoría de los adultos del pueblo, habían sido asesinados a manos de sangrientos guerreros que no conocían la piedad. Los mas jóvenes, sobre todo jovencitas como ella, que habían tratado de esconderse o huir, habían sido reducidas a la esclavitud, ya fuese para servir a los nobles o para trabajar en los templos.

La única razón, en realidad, por la que había comenzado aquella caza de brujas contra los extranjeros, eran las noticias que traían del otro continente.
Decían que no había un solo dios. Decían, que mas allá del océano los elfos veneraban a la Madre Tierra. Que tras el horizonte aparentemente infinito que delimitaban las montañas heladas habitaban seres luminosos provistos de alas con blanquísimas y aterciopeladas plumas, y que cuando se ocultaba el sol, extrañas criaturas de ojos rojo carmesí alzaban sus cantos para honrar a la luna.

Y aquella misma noche, mientras los habitantes del pequeño valle devoraban con ansia las historias de los viajeros, los guardias que escoltaban al Caballero Negro habían acabado con todo.

Recordaba con angustia lo sucedido, la pérdida de sus hogares, sus familias, las muertes. La vida de esclavitud a la que estaba atada desde entonces. Sin darse cuenta, se había quedado parada frente a la estatua de rostro plano que dominaba el enorme habitáculo de piedra caliza, las lágrimas luchando por salir a la superficie y sin embargo, consciente de que no podía llorar.

Y así la encontró la Suma Sacerdotisa, al salir de su claustro privado escoltada por dos enormes soldados. Un sonoro bofetón la sacó de su ensimismamiento, seguido de un golpe que la lanzó con fuerza contra la escultura.

El rostro de la anciana se tornó rojo como la grana, cuando los cabellos oscuros de la joven rozaron el pie de cobre de la estatua.
- ¡Como osas tocar a Dios, tú sucia esclava!
Dispuesta a golpearla de nuevo, la mujer la agarro con fuerza del brazo, zarandeándola para que se levantase.

Los ojos inexpresivos de la efigie divina se iluminaron, obligando a la vieja sacerdotisa a soltar a la esclava. Sorprendida y temerosa de la ira de su dios, la anciana se postró sobre sus arrugadas y callosas rodillas, rezando y pidiendo perdón.
- Lo sentimos, Señor, en nombre de esta insolente muchacha que ha osado perturbar tu quietud. ¡Castigad a la esclava que se atrevió a tocaros, Señor! ¡Castigadla a ella y no a nosotros!

Tal cual petición fue realizada, los halos e luz que surgían de las pétreas corneas de la estatua se unieron sobre la muchacha, quien totalmente aterrorizada, se había entregado al llanto sin importarle las consecuencias.
Cegadores, los rayos envolvieron a la esclava, alzándola del suelo. Porque, se daba cuenta, tan solo era eso. Una esclava sin derecho siquiera sobre su propia vida. Y ahora, el dios que había estado honrando todo aquel año de servidumbre iba a acabar con ella.

La Sacerdotisa sonrió. Sonrisa que se congelo en su rostro ajado cuando, tras un destello, la niña calló de nuevo al suelo. Exhausta, pero viva.

Tras eso, la encerraron en las celdas de los próximos sacrificios. Las encargadas del templo decían que estaba maldita, que había desatado la ira del Dios Supremo. Decían que moriría por ello.

* * *

Los días pasaban monótonos en la lúgubre mazmorra, sin ser consciente del tiempo, de las horas. A su alrededor, esclavos, prisioneros de guerra, e incluso niños con deformidades eran ofrecidos al Dios Supremo como muestra de gratitud.

A las dos semanas, sin embargo, algo pareció cambiar en su interior. No solo algo, sino alguien. Una nueva vida crecía en su vientre virgen, su cuerpo puro encerraba ahora el fruto de aquel dios al que había llegado a odiar. Y crecía rápido. Muy rápido.

En un mes y medio, su embarazo ya era completamente visible. Sin embargo, esto no mejor demasiado su situación.
Negándose a que saliera a la luz el hecho de que una simple esclava fuera la portadora del Hijo de Dios, la Suma Sacerdotisa la había enclaustrado en unos sobrios aposentos con la única compañía de dos matronas experimentadas. Las ordenes habían sido claras: Solo importaba el bebé.

Entonces fue cuando empezaron los sucesos, a lo largo de todo el país.
Desde el continente desconocido comenzaron a llegar no solo viajeros, sino todas las extrañas criaturas que poblaban las historias de los viandantes. Todas ellas, luminosos seres alados o encapuchadas figuras de ojos escarlata, venían buscando lo mismo, aunque por diferentes razones. No obstante, había algo en lo que si coincidían: El niño era hijo del Dios Oscuro.

Nadie en Dsialtherión había oído hablar de aquella extraña divinidad que con tanto respeto nombraban los extranjeros. Y los religiosos, temerosos de la influencia de las habladurías, desmentían radicalmente los rumores, haciendo callar a los errantes y argumentando que la Suma Sacerdotisa no podía ser tocada por otro que por el Dios Supremo.

Aun así, nadie había sido capaz de disuadir a aquellos que buscaban a la joven madre. Y entonces mas que nunca, manteniéndolo en el mas absoluto secreto, la niña fue trasladada de nuevo a dependencias mas alejadas.
Meses pasaron en la oscura alcoba, sin otra luz que la que proporcionaban las lámparas de aceite, ni otro reloj que las marcas de tizón negro encima de la chimenea.

Llego el día del parto, y este se presentó extremadamente difícil. Desde el primer momento, la matrona le había dicho que no sobreviviría al nacimiento de su hijo.

Tras horas de indecible sufrimiento, dolorosas hemorragias y esfuerzos en los que las enfermeras habían temido incluso perder al niño por las caderas demasiado estrechas de su madre, todo había salido bien.
Todo… o casi todo. Ella había perdido demasiada sangre. Apenas pudo levantar la cabeza para ver el rostro de la niña, cuando una de las mujeres le acerco el mojado cuerpecito para que tuviera un bonito recuerdo de aquella vida.

Una niña, si. Una niña preciosa con unos grandes y profundos ojos negros.
Sus delicadas manitas aun agarraban con fuerza el rostro de la joven esclava cuando esta cerro sus ojos al mundo, para siempre.

Y asi, como cuentan las leyendas; asi, como muchos ya han olvidado, asi, es como llego la guerra entre luz y oscuridad a penetrar las imbatibles murallas de Ankhara.

martes, 3 de marzo de 2009

Cronicas de la Imaginación

Excepto en mis sueños

Hallábase Shelly en sus aposentos cuando llegue, más no tardo demasiado en bajar al salón cuando me hice anunciar por la anciana dama de llaves. Sonrió al verme y como siempre que la visitaba, realizó la reverencia que indicaba el protocolo de la nobleza antigua. Sonreí a mi vez contenta de verla, y conversaciones vanas pronto llenaron la habitación.

Acercóse momentos más tarde el servicio para llamarnos, pues mi amiga, siempre tan atenta, había dado orden de que nos llevaran la merienda a la biblioteca. Levantóse radiante con su vestido turquesa, haciéndome una señal con la mano para que la siguiera, y las dos juntas con animado paso, fuimos a sentarnos en nuestro pequeño rincón frente a la hoguera que calentaba las enormes dependencias llenas de libros.

Y acomodándonos en la mullida alfombra, te y café en la pequeña bandeja de plata, comenzó Shelly a hablar y yo, a escribir de nuevo otro de sus cuentos, pues nunca dejaba de sorprenderme cuando al acomodarse en el suelo de la biblioteca, fluia de entre sus labios la mas maravillosa de las historias.

Llamabáse Elisabeth la rubia muchacha, de no mas de 19 años de edad. Nunca destacó demasiado en nada, en ese sentido era una joven normal. Sin embargo jamás sabemos a lo que la vida puede enfrentarnos, y diose el caso exactamente que una simple casualidad cambiaria para siempre la vida de nuestra amiga.



Era una tarde fría de invierno, los helados copos de nieve posabanse con suavidad sobre las ramas de los árboles y cubrían con un manto blanco los extensos parques que rodeaban su hogar. Paseando como de costumbre por los empedrados caminos que recorrían los enormes jardines, tropezose entonces con un encapuchado que, nervioso, parecía huir de algo que solo el era capaz de ver.

Mayor importancia no tuvo, ni parose la joven a pensar de nuevo en ello, hasta que al día siguiente, el mismo desconocido cruzose con ella, en el exacto momento y lugar que la primera vez. Mas esta vez, al contrario que el día anterior, parose el joven delante de ella unos segundos, suficientes tan solo para dirigirla una intensa mirada que grabó a fuego la mente de la muchacha.

Pasábase entonces desde aquel día, siempre a la misma hora, siempre en el mismo lugar, en la esquina ornamentada por un bosque de orquídeas blancas, con la esperanza de sorprender de nuevo el rostro oculto de aquel desconocido.

Nunca pensó Eli que pudiese esperarse algo con tanto anhelo, y cierto era que, en sus recuerdos, tan solo veía los ojos verdes del encapuchado que en el parque se le apareció. Sus tardes volvieronse melancólicas, los días lluviosos frente a las ventanas suspirando sin saber la razón.

Y fue entonces cuando menos lo esperaba, que sentada en uno de los bancos de madera que llenaban la plazoleta bajo su balcón, notó una presencia a su lado que nunca imaginó que volvería a sentir. Y en efecto, así era, pues el desconocido, su desconocido, mirabala a pocos centímetros, apoyado en el asiento junto a ella con la capucha del jersey holgado calada hasta la nariz.

No podía verle los ojos, aquellas pupilas verdes que desde el primer momento robaron sus pensamientos. Pero ella sabía que había vuelto por alguna razón y eso, convenciose en silencio, le bastaría. Ni una palabra salió de sus labios, ni un solo gesto de sus manos, pero Eli comprendió al segundo cuanto el muchacho quería decirla.

Pasaron segundos que le parecieron horas, comunicándose solo con miradas, rozaronse sus dedos, ambos sonrieron, y él joven levantóse de repente, y un beso en la mejilla fue su despedida.
- Volveremos a vernos…- susurró el muchacho.- Pero no aquí.

La respiración en su oído provocó un escalofrío que recorrió por completo su espina dorsal. Tal vez Elisabeth aun no se hubiera dado cuenta, pero el amor por el desconocido recorría cada uno de los poros de su piel.
- ¿Volveré a verte?.- Acertó a preguntar la niña, sus ojos oscuros ansiosos esperando la respuesta de él.
- Claro.- Dijo el joven con media sonrisa.- Si sabes soñar...

Fue aquella la última vez que Eli vio al encapuchado del parque. No conocía su rostro, y su voz se perdía en las lejanías de su memoria. Sin embargo no podía olvidarle. Noches sin dormir, tardes lánguidas suspirando tras la ventana, la lluvia rodando por los cristales, al igual que las lágrimas transparentes dibujaban ríos de tristeza en sus rosadas mejillas.

Hasta que un día, enterrada en melancólicos cantos que precedían los etéreos recuerdos, vio Elisabeth una figura a través de las vidrieras de su habitación. Iluminaronse sus ojos, su respiración se volvió inquieta, cuando unos ojos verdes se clavaron nuevamente en ella.

Y aquella noche soñó, soñó como nunca antes había soñado. Imaginó prados verdes rodeados de sauces llorones, bancos de pino decorados con guirnaldas de flores, un amanecer escarlata con tintes celestes y el sol emergiendo de las montañas en el horizonte.



Y soñó con él, caminando por senderos pedregosos, sus rasgos al fin al descubierto, sin misterios, sin secretos, su voz grave retumbando en sus oídos, sus fuertes brazos rodeando su cintura en una tarde mágica que acabaría con el alba.

Cada día al ponerse el astro rey, Eli cerraba los ojos, dejábase llevar por aquel torbellino de emociones que la envolvía al mismo tiempo que la oscuridad caía sobre su cuarto. Por que donde la realidad se acaba, los sueños, las ilusiones y la imaginación solo son el punto de comienzo. Y es cierto, que lo imposible existe…excepto en tus sueños.


Sonreí cuando mi amiga terminó de hablar, y palabras no encontraba para describir todo lo que en unos minutos ella había logrado expresar entre parábolas. Pues tenía razón, y entre las complejas frases con que describía en sus cuentos, enviabame mensajes que sin quererlo, no podía dejar de comprender.

domingo, 8 de febrero de 2009

Cronicas de la Imaginacion

CRÓNICAS DE LA IMAGINACIÓN

Se caracterizaba Shelly por ser una de las personas mas extravagantes que he conocido. Era pelirroja y de procedencia inglesa, de una tez tan pálida que bien podía habérsela confundido con un cadáver de no ser por el cálido tacto de su piel.

Vestía de la manera mas extraña que un ser humano pueda concebir, tratándose como se trata de una joven de 20 años criada en el seno de una familia noble y acaudalada.
Ataviada siempre con sus largos trajes de principios del siglo XIX, de exquisita costura y presencia, desenvolvíase con unos ademanes tan propios de las épocas de sus vestidos que cualquiera que la desconociese no podía por menos que dudar de su cordura.

Hallábase también mi amiga en posesión de un maravilloso don que nosotros llamamos imaginación.
Es por eso que era capaz de inventar las más fantásticas historias, o encontrar las más absurdas razones para sencillos acontecimientos que ninguno de nosotros se detendría en analizar. Y es esto también lo que ahora me ha llevado a escribir sus narraciones en el papel.

Encontrándome yo una tarde en la magnífica mansión donde la familia tenía su residencia, y habiéndonos preparado su madre una exquisita merienda, contábame ella uno de sus insólitos cuentos que tan asombrada me dejaban.

Acostumbraba Shelly a relatar sus fábulas en la biblioteca, con la gran chimenea encendida y acomodadas las dos en la pequeña alfombra que se extendía enfrente de la lumbre.
Tratábase esta vez de una peculiar historia que voy a referir tal como ella me la describió.


“Stefanny, Steffie para sus amigas, era una niña de excepcional inteligencia y vivacidad. Contaba entonces con 16 años, y pasábase las horas soñando despierta como cualquier adolescente de su edad.

Mas los años pasan, y el ser humano madura, y diose que nuestra protagonista se hizo mayor dejando, como muchos otros, de un lado los regalos de su niñez.
Era aquella noche una como tantas, y estaba la joven echada en el lecho de su habitación, cuando, sin previo aviso, entró en el cuarto una muchacha de su mismo porte y figura.

Quedose perpleja y sin habla, cuando aquella criatura de cara angelical tan parecida a la suya se presentó.
Dijo ser no otra que su imaginación, y la pobre chica no pudo por menos que echarse a reír. ¿No era pues tal afirmación, tan imposible como absurda?

Mas cuando la aparición insistió en que la siguiera, la intriga pudo contra su voluntad, y al cruzar las puertas del dormitorio, fue tanta su sorpresa que sin trabajo alguno se convenció de hallarse en un sueño.

Extendíase frente a ella un enorme y larguísimo pasillo, todo decorado en terciopelos de un ilustre color esmeralda. A derecha e izquierda de todo el corredor veíanse cerca de 30 postigos para entrar a diferentes alcobas, acabando en unas ceremoniosas escaleras que llegaban al gigantesco hall.

Llegaban a esa misma entrada dos escaleras mas, decoradas con los mismos tapices y óleos, todas ellas de doble balaustrada como en una gran mansión de la rica nobleza renacentista.

La llevó luego al empedrado patio que rodeaba el edificio, y cuanto allí vio no podría ser descrito por palabras convencionales.
Mas allá de las verjas que limitaban el recinto, una espesa manta verde cubría el horizonte hasta donde la vista no alcanzaba a distinguir. El cielo azul, salpicado de esponjosas nubes inmaculadas, cubría el inmenso mar vegetal de aquel mundo fantástico donde todo parecía frágil como el cristal.

Por primera vez desde que salieron de sus aposentos, habló el espejismo con su propia voz, y era igual a la de ella.
Decía estar en el internado de sus sueños, y cinco pabellones imponentes componían el lugar. Eran todos ellos de arquitectura gótica, y aderezados al mejor estilo bizantino que hacía rememorar la cumbre de la cultura románica.

Desde la enrejada cancela que cerraba el perímetro se diferenciaban, a derecha e izquierda, edificios de piedra con tres pisos, en cuyas marquesinas reposaban hermosas gárgolas de gesto feroz; y al frente, alzándose a mas de 300 pies de altura, otros tres de idéntica fachada, donde reconoció la niña las habitaciones de un sinfín de personajes.

Al paso les salió un joven moreno, de nombre David, rostro anguloso y un ligero aire de angelical demonio. Como sin darse cuenta de la presencia de aquella visión que solo Steffie veía, la llamo por su nombre solo segundos antes de agarrarla fuertemente por la cintura, y no pudo responder de la sorpresa cuando un gélido escalofrío recorrió lentamente su espalda.

Y lo identificó nuestra quimera mientras sonreía, pues englobaba aquel muchacho todo cuanto nuestra protagonista deseaba para si.
Y la hizo caminar junto a él, y la fuerte mirada de reproche que le dirigió, aterrorizaría al más valeroso de los caballeros.

Marcharon después por el sendero del espléndido jardín, y una pelirroja de misteriosos ojos verdes les esperaba apoyada en una fuente de marmoleo acabado.

No hizo falta entonces ayuda de su fantasma para que la reconociera, y antes de que pudiera la muchacha digerir aquel extraño acontecimiento, hubo la chica de comenzar a hablar de una forma tan alocada y caótica que difícilmente podían comprenderse sus palabras.

- Y es que no podías por menos de venir a vernos, niña tonta y olvidadiza. ¡Mal diablo te atrape por no querer mas soñar!

Alrededor de la blanca plazoleta concurrió entonces una muchedumbre de rasgos borrosos, y Steffanie recordó el nombre e historia de cada uno de ellos.
Y en un remolino de sepia recobró entonces la conciencia la joven, y volviose a encontrar acostada en la cama con dosel de su habitación.

Y de los cajones de su desván sacó los cuadernos de su infancia, y con manos temblorosas rescató las imágenes de sus fantasías de antaño prometiéndose que nunca, nunca mas, olvidaría lo que significa imaginar.”



Jamás pregunté a mi amiga por qué me contó esto, aunque una ligera idea cruzó libertina mi mente cuando ocurrió; pues aunque ella pensara, y puede que con algo de razón, que había dejado de lado mis fantasías, nada más lejos de aquello cuando, tarde si y tarde no, visitaba su biblioteca de cuentos para escucharla narrar con la ilusión del primer día.