Oh, gran oportunidad; inmensa alegría me causó aquel niño cuando entre risas y bromas me colocó en su cabeza a modo de máscara.
Me sacó a la calle cual trofeo, mostrándome a quien su humor, en aquella noche de celebración y ceremonia, invitara a hacer mofa o reconocimiento de la macabra expresión plasmada en mi cubierta.
Las carcajadas retumbaban en mi interior hueco cual puñal arrancándome las vísceras, al tiempo que mi montura se paseaba portentosa frente a las entradas decoradas con mis propios hermanos, sin reparar un momento en los adornos durante su loca carrera a la caza de caramelos.
No, no quedaría así, y la ira me inundaba por segundos, llenando cada fibra de mi cuerpo mutilado de una fuerza extraña y perturbadora que también pareció advertir el infante que me portaba.
A nuestro alrededor mi furia no paso desapercibida, y tuvo a bien además de despertar a mis congéneres de su inalterable letargo, la mayoría tan cubierto de cicatrices como lo estaba yo.
El muchacho aparentaba creer truco de los bufones del vecindario lo que para mi estirpe prometía ser una cruel y bien merecida venganza.
Oh, dulce melodía; repicando como campanas de la mas sublime catedral dispuestas en plena calle principal, risas tornándose alaridos infundidos de pavor a la vista esplendorosa de un ejército anaranjado cuyos dientes de pulpa y fibra desgajaban con iracunda sed de sangre los miembros de quien se interponía en su camino.
Oh, hermosa imagen; cuando percatándose mi pequeña montura de lo que en realidad ocurría ante sus ojos, ante los míos, quiso por miedo salir huyendo del espectáculo. Quiso, pero no pudo.
Oh, gran victoria; que una simple calabaza, utilizada cual simple juguete para crear una imagen grotesca con que presumir en esta noche de Halloween, haya logrado a partir de una semilla de odio tomar el control de tanta desgracia.
Trataba el niño inútilmente de librarse de mí, ahora mucho mas fuerte que el día en que fui cosechada, observando con un terror casi histérico a mis hermanos alimentándose de los suyos. Los ríos escarlata recorriendo salvajes la carretera, tiñendo aceras, fachadas y nuestras propias carnes, mientras cientos de amputadas criaturas masticaban a los tiernos infantes que les habían procurado aquel rostro grotesco.
Oh, cuan grato; sin darme apenas cuenta presionaba con anhelo la testa de mi portador, cual nuez a punto de ser destrozada por las garras de metal de algún utensilio humano; sentir como lentamente el cráneo iba cediendo en mi interior, derramando el cálido líquido que les daba la vida a aquellos monstruos.
Oh, sencillamente exquisito; poder saborear en aquel hueco con que ellos mismos me habían obsequiado la roja sangre que latía pausadamente en las venas desgarradas del desdichado.
Poco ya le queda de vida, desplomado en el suelo empedrado de la avenida. Un mínimo o ningún esfuerzo para deshacerme del pesado fardo, ahora inútil. Aún con su sabor en mis fibras, tratando de dejar atrás lo que una vez me dio soporte para alzar a los míos en su contra.
No! No puede ser. Mis raíces no me sostienen, me desgajo, voy perdiendo el elixir dulzón y espeso que recubre mi corteza de principio a fin. No! Aquel cuchillo; lo siento ahora cual sentí en aquel instante, arrancándome la vida con mi carne, desgarrándome en mil piezas que no podré recuperar.
Oh, perverso! Infausto pesar; aciago el momento en que decidiste ocultar tu rostro con el mío, ¡Condenado mil veces seas!, Miserable!, Maldito por hacer en mí una falsa imagen de tu rostro, perforando mi estómago con el único fin de transformarme en una burda careta.
Carta abierta a tercero de la Eso
Hace 5 años
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