viernes, 30 de octubre de 2009

Pumpkins Revenge

Oh, gran oportunidad; inmensa alegría me causó aquel niño cuando entre risas y bromas me colocó en su cabeza a modo de máscara.
Me sacó a la calle cual trofeo, mostrándome a quien su humor, en aquella noche de celebración y ceremonia, invitara a hacer mofa o reconocimiento de la macabra expresión plasmada en mi cubierta.

Las carcajadas retumbaban en mi interior hueco cual puñal arrancándome las vísceras, al tiempo que mi montura se paseaba portentosa frente a las entradas decoradas con mis propios hermanos, sin reparar un momento en los adornos durante su loca carrera a la caza de caramelos.

No, no quedaría así, y la ira me inundaba por segundos, llenando cada fibra de mi cuerpo mutilado de una fuerza extraña y perturbadora que también pareció advertir el infante que me portaba.
A nuestro alrededor mi furia no paso desapercibida, y tuvo a bien además de despertar a mis congéneres de su inalterable letargo, la mayoría tan cubierto de cicatrices como lo estaba yo.

El muchacho aparentaba creer truco de los bufones del vecindario lo que para mi estirpe prometía ser una cruel y bien merecida venganza.

Oh, dulce melodía; repicando como campanas de la mas sublime catedral dispuestas en plena calle principal, risas tornándose alaridos infundidos de pavor a la vista esplendorosa de un ejército anaranjado cuyos dientes de pulpa y fibra desgajaban con iracunda sed de sangre los miembros de quien se interponía en su camino.

Oh, hermosa imagen; cuando percatándose mi pequeña montura de lo que en realidad ocurría ante sus ojos, ante los míos, quiso por miedo salir huyendo del espectáculo. Quiso, pero no pudo.

Oh, gran victoria; que una simple calabaza, utilizada cual simple juguete para crear una imagen grotesca con que presumir en esta noche de Halloween, haya logrado a partir de una semilla de odio tomar el control de tanta desgracia.

Trataba el niño inútilmente de librarse de mí, ahora mucho mas fuerte que el día en que fui cosechada, observando con un terror casi histérico a mis hermanos alimentándose de los suyos. Los ríos escarlata recorriendo salvajes la carretera, tiñendo aceras, fachadas y nuestras propias carnes, mientras cientos de amputadas criaturas masticaban a los tiernos infantes que les habían procurado aquel rostro grotesco.

Oh, cuan grato; sin darme apenas cuenta presionaba con anhelo la testa de mi portador, cual nuez a punto de ser destrozada por las garras de metal de algún utensilio humano; sentir como lentamente el cráneo iba cediendo en mi interior, derramando el cálido líquido que les daba la vida a aquellos monstruos.

Oh, sencillamente exquisito; poder saborear en aquel hueco con que ellos mismos me habían obsequiado la roja sangre que latía pausadamente en las venas desgarradas del desdichado.

Poco ya le queda de vida, desplomado en el suelo empedrado de la avenida. Un mínimo o ningún esfuerzo para deshacerme del pesado fardo, ahora inútil. Aún con su sabor en mis fibras, tratando de dejar atrás lo que una vez me dio soporte para alzar a los míos en su contra.

No! No puede ser. Mis raíces no me sostienen, me desgajo, voy perdiendo el elixir dulzón y espeso que recubre mi corteza de principio a fin. No! Aquel cuchillo; lo siento ahora cual sentí en aquel instante, arrancándome la vida con mi carne, desgarrándome en mil piezas que no podré recuperar.

Oh, perverso! Infausto pesar; aciago el momento en que decidiste ocultar tu rostro con el mío, ¡Condenado mil veces seas!, Miserable!, Maldito por hacer en mí una falsa imagen de tu rostro, perforando mi estómago con el único fin de transformarme en una burda careta.

sábado, 24 de octubre de 2009

Ironías del destino

Colocó los documentos en orden meticuloso y abrió con los dedos la persiana que cegaba los grandes ventanales de su despacho. Su secretaria contestaba el teléfono con una sonrisa tan falsa como las uñas de manicura francesa que adornaban ostentosamente sus bien cuidadas manos de pianista.

Se arregló la chaqueta y la corta falda que formaban parte del caro traje de firma que llevaba puesto aquel día, combinando exquisitamente con un par de zapatos negros de tacón de aguja que realzaban su figura alta y delgada, y una blusa de impoluto blanco con prominente escote.

Un par de pasos la situaron frente a un espejo de forma ovalada y enmarcado con remaches de cobre que hacían de soporte contra la pared. Un retoque de pintalabios rojo oscuro, destacando su volumen y sensualidad; lápiz negro en los ojos rasgados, realzando sus rasgos finos y exóticos; y por último, un poco de maquillaje en la frente y las rosadas mejillas, destinado a devolver la uniformidad y limpieza a su rostro mas bien pálido.
Sencillamente perfecta.

Se peinó con los dedos el cabello negro y liso, hasta la altura de su pecho, y abrió la puerta con resolución. Frente al escritorio de Anna, su ayudante, esperaba una pareja madura, no demasiado contenta. Un niño de cinco años, a su lado, trataba de asomar la cabeza por encima del escritorio al tiempo que aferraba fuertemente la mano de su madre.

Carraspeó sonoramente para llamar la atención de los presentes, aunque sabía a ciencia cierta que la rubia ni se inmutaría siquiera al oírla. Y así fue.
- Por favor, pasen por aquí.- Invitó en voz alta, haciéndose a un lado para facilitar la entrada a la oficina.
- Gracias.- Respondió el hombre sin mirarle a la cara.
Pasó el primero, seguido de su mujer, que cabizbaja, aun sujetaba al pequeño de la mano. Pero en el último momento, la muchacha apoyó la mano derecha en el hombro del niño, impidiéndole pasar.
- Lo siento, pero él debe esperar aquí. Le atenderán bien.

Miró atrás con elegancia, y con un gesto ordenó a una joven de porte adolescente que se acercase. Esta no se hizo esperar, y se agachó junto al chiquillo sonriéndole con simpatía.
- Íkara , llévalo a la zona infantil.
- Claro.- Respondió jovial, y se alejó con él por los pasillos.
- Le atenderán bien.- Repitió mirando a la madre con una sonrisa en los labios.

Volvió al interior del despacho, desde donde le observaba el matrimonio. Los analizó visualmente, fijándose detenidamente en cada detalle, pero a primera vista ninguno daba muestras de sentirse culpable. Así que había dos opciones: o eran inocentes, o mentían muy bien.
- Sentaos por favor.- Dijo señalando las dos sillas, y rodeando la mesa para ocupar su lugar.- Bueno. La fiscal me ha dado los informes de la policía, el historial clínico del niño y algún que otro documento mas sin demasiada relevancia.- Explicó pausada sacando una carpeta color malva.
- ¿Me van a quitar a mi niño?.- Era la primera vez que oía hablar a la madre, temblorosa, huidiza.
- No es necesario Sra. Jonshon, si me dice la verdad y ambos colaboran en mi trabajo.- Ella asintió nerviosa.
- No hemos hecho nada, no tenemos nada que ocultar.- La voz del marido, en cambio, revelaba una ira y urgencia que se preocupaba mucho por ocultar.
- Claro que no Sr. Jonshon.- Sonrió.- Pero tendrá que contarme paso por paso el accidente de su hijo.
- Si, si.- Se rascó el mentón, mirando al techo.- Estábamos en la plaza, paseando...
- En el parque. Debajo de casa.- Repitió su esposa.
- Eso he dicho joder. Estábamos en el parque, paseando, y pasó un niñato con un monopatín.- Chasqueó la lengua en señal de desprecio.- Ya sabe, esos chavales del demonio que van con su patinete a toda velocidad por las plazas, da igual que haya críos...si, da igual...

Hacía anotaciones mientras observaba el comportamiento de aquel hombre al relatar su historia. Demasiada lucidez para un borracho como él. Podía oler el Whiskey desde el otro lado de la mesa.
Sus labios se estiraron automáticamente, confiriendo a su rostro un aura limpia y amigable.
- Tranquilo. Cuéntame, ¿Qué pasó después?
- Pues eso... Aquel idiota se resbaló y ese trasto le dio a Nicky en la cabeza, él es pequeño y se cayó...
- Hay...un...pequeño desnivel al lado del camino...
- No tan pequeño. Nicky se cayó y se rompió el brazo, ya se lo dije a los médicos.
- Aham. Entiendo.

Claro que entendía. Entendía que aquel cabrón había llegado a casa borracho, como muchas otras noches. Que había ido derecho a la cocina, tambaleándose, con la firme intención de violar a su mujer, como tantas veces lo había hecho. Pero aquel día algo debió salir mal.
El niño debió despertarse por el ruido, o tal vez simplemente para ir al baño o a beber agua, y había ido corriendo por el pasillo para darle la bienvenida a su padre.

El primer golpe tuvo que ser fuerte. El enfermero de la ambulancia dijo en su declaración que el pequeño presentaba magulladuras en la cara y el labio inferior roto, como de un puñetazo. También habían hallado moratones en el tórax y una costilla astillada, además del brazo roto, lo que sugería que lo habían lanzado escaleras abajo de una patada en el abdomen.

El sonido del teléfono la sacó de tan grotescos pensamientos. Pidió disculpas, levantando la vista del cuaderno, y descolgó.
- Aquí Jade....Si.....Vaya! Quien lo hubiera pensado....Aham.Ya....¿Con quien?....Hum....Comprendo....Si, iré lo antes posible....ya...haré lo que pueda....bien....Adiós.
Apretó el botón rojo del aparato antes incluso de separarlo de su oreja. Colocó en su sitio el inalámbrico y se levantó.
- Tendrán que perdonarme.- Se disculpó de nuevo con una sonrisa.- Pero me ha surgido algo ineludible.- Alineó la carpeta al milímetro con los documentos que había estado ordenando, cerró el cuaderno y colocó el bolígrafo perfectamente recto en el cubilete con los demás.- Si me acompañan por favor, pediré a Íkara que traiga de nuevo al niño y podrán irse cuando quieran. Mi secretaria Anna les llamará para concertar una cita la semana próxima.

sábado, 17 de octubre de 2009

Cielos Negros

El nuevo jardín del Edén

- No, no es cierto.
- ¿A quien vas a creer?.- La niña de 9 años se había cruzado de brazos indignada.- Siempre has sabido que te ocultó algo. Además.- Añadió con gesto orgulloso.- Soy tu mejor amiga.
Alba suspiró. Aquella pequeña cromática se había juntado a su grupo hacía unas semanas, cuando uno de los rateros la había sorprendido tratando de robar comida en la casa común. Desde entonces no se separaba de ella.

- Eres una cría. Ni siquiera sabes lo que significa.- Sabía que estaba diciendo una gran mentira.
- Bah!.- Decididamente, aquel comentario la había molestado.- Dí lo que quieras. Pero si yo te digo que tienes color de quimera es por que lo eres y punto.
Puso los ojos en blanco, tratando de restar importancia a la informacion que le daba Aurea.

Aurea. La habían llamado así por su increíble capacidad ara leer y distinguir los tipos de aura de la gente, así como sus colores. Y solo tenía nueve años.
- Está bien, tu ganas. Pero eso no significa nada.
- ¿Como que no? Vamos, vete a preguntarle. Seguro que tienes miedo. y por eso no le dices nada.
Frunció el ceño, mordiendose el labio inferior. ¿Por que le admitía semejantes estupideces a aquella niñata?
- Tal vez porque sabes que tiene razón.

Se giró, a punto de gritar una palabrota, pero solo logró rechinar los dientes en disgusto ante el nuevo integrante de la conversación.
- Genial.- Masculló de mala gana.
- No te conviene un oyente, ¿Verdad?.- La risa del joven resonó en sus oídos.
-¿Que haces aquí?.- Preguntó mordaz, recordando mentalmente a la chiquilla de pelo rizado tras la que le había visto aquellos últimos días.-¿Acaso te han dado calabazas?
- Bingo!.- La vocecilla de Aurea se dejó oír desde el sillón.
- Tú cállate.
- Tu aura se ha puesto verde. Eva tiene razón.
- No me llames Eva.- Gruñó la aludida.

- Es una quimera.- Explico la niña con brevedad.- Puedo verlo a su alrededor.
- Ya...- El muchacho se rascó la barbilla pensativo.- Eso explica porque Sheeva no quiso decirte todo lo que podía leer en ti, ¿Verdad?
- No.Soy.Una.Quimera.- Replicó remarcando cada una de las palabras.- Iros a las mierda si os vais a poner de acuerdo los dos.
Refunfuñando y pegando una patada tontamente a la pared, salió del pequeño cuarto dando un portazo.

- Leek, ¿Crees que irá a ver a Sheeva?
- La llamó hace unos días. Quería contarselo todo.